Por Jorge del Villar
En las noches del 2 de noviembre de 1948, del 4 de noviembre de 1980, del 2 de julio del 2000, del 23 de junio del 2016 y del 8 de noviembre de 2016, el mundo se fue a dormir sin cuestionarse que las contiendas las ganarían Thomas Dewey, Jimmy Carter, Pancho Labastida, el Brex-In y Doña Hilaria.
¡WRONG! Pese a todos los pronósticos estadísticos, sucedió en todos estos casos, justo lo opuesto. Tan certeras eran las encuestas, que muchos periódicos mandaron a imprimir su edición afirmando que había ganado el perdedor. Varios rotativos imprimieron el triunfo del profesional político Jimmy Carter por encima del secundario actor de reparto de Hollywood Ronald Reagan.
Existe una famosa foto del ganador Harry Truman sosteniendo el Chicago Daily Tribune, en donde anunciaba la victoria de su oponente (perdedor), Thomas Dewey.
Meses antes de la última elección francesa, el edípico Emmanuel Macron, quien se casó con una mujer tres décadas mayor, ni pintaba en las encuestas. Pareciera que la regla de moda es que el más predecible, pierde.
¡¿Por qué, por qué, por qué?!, se han de cuestionar los encuestadores, al darse de topes en la cabeza. Pues porque no están analizando bien el perfil de los encuestados, no están sabiendo interpretar lo que la gente dice, ni lo que quiere decir. Antes de levantar una encuesta inevitablemente se tiene que conocer el perfil de la población a la que se encuesta, se tiene que conocer la historia de su comportamiento electoral, sus condiciones generales de vida y la conceptualización que tienen de la vida misma.
Un claro ejemplo se observa en la historia del comportamiento del electorado estadounidense. Desde 1861, épocas de la Guerra Civil, el Partido Demócrata nunca ha gobernado por más de dos periodos consecutivos. A pesar de que no se haya descubierto la causalidad científica de este fenómeno, se le debe de incorporar en los ejercicios estadísticos. Se debe de otorgar un valor determinado de ponderación. No haberlo hecho generó una gran confusión dentro de la sociedad estadounidense y mundial en la última elección presidencial Hillary-Trump. Puerilmente y simplistamente, las casas encuestadoras sólo se dedicaron a preguntar por cuál candidato votarían, sin tomar en cuenta que en casi dos siglos el electorado estadounidense NUNCA se había comportado como los resultados estadísticos pronosticaban.
La historia de la democracia electoral en México es más reciente. En vez de tener 240 años, como en EU, tiene 18. A pesar de que nuestro sistema democrático es tan nuevo, existe un perfil del mexicano que las casas encuestadoras deberían de intuir e interpretar.
¿Se podría plantear la hipótesis de que en términos generales la población mexicana es más desafiante y contestataria durante los años y meses anteriores a la elección, pero conforme se acerca el día la sociedad se vuelve más conservadora y precavida? ¿Se podría decir que el mexicano es un pueblo que valora altamente la paz social?
De acuerdo con el “Índice Global de Felicidad” 2018, medido por la Organización de las Naciones Unidas, México está en el lugar 24 de 155 países. De acuerdo con esta medición, somos un pueblo altamente feliz y satisfecho. Somos mucho más felices que Singapur (lugar 34), España (lugar 36), Italia (lugar 47), Japón (lugar 54), Corea del Sur (lugar 57), Rusia (lugar 59) o China (lugar 86). Si no se quieren llevar el oso de sus vidas, como sucedió en las últimas elecciones gubernamentales en donde le atinaron solamente a la mitad de los resultados electorales, las casas encuestadoras tienen que empezar a incorporar el perfil profundo del mexicano.
