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Investigación

INTERSECCIONES / Migrantes y políticos

Se están presentando situaciones semejantes en las dos orillas del charco, que sugieren consideraciones comunes sobre el lenguaje y la retórica del populismo (y de sus críticos).

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Por Fulvio Vaglio

@vaglio_fulvio

El 11 de junio el Ministro del Interior Matteo Salvini le negó al barco Aquarius de SOS Méditerranée, con 629 migrantes a bordo, el permiso para desembarcar en puertos italianos, imponiéndoles otra semana de sufrimiento y peligro hasta que ayer alcanzaron las costas españolas.

En los mismos días y horas, las cadenas noticiosas de Estados Unidos les dedicaban mucha atención a los niños separados de sus padres por la patrulla fronteriza en Texas y a las justificaciones esgrimidas por las autoridades: el tono, la retórica y las circunstancias de los ataques a Trump son parecidos a los de las críticas a Salvini.

El tono es sentimental-moralista:  CNN, MS-NBC y los otros medios liberales insisten en la indefensión de los niños concentrados en centros “provisionales”, destacan las declaraciones contradictorias de guardias y autoridades sobre cuánto podrá durar la separación de sus padres, entrevistan a líderes religiosos y concluyen que las decisiones tomadas por Migración son arbitrarias, inmorales y “no americanas”.

Por su lado, los críticos de Salvini, tanto en su comparecencia frente al Senado italiano como en la discusión abierta en el Parlamento Europeo, lo han acusado de utilizar cínicamente el sufrimiento de los migrantes para forzar la mano a las autoridades europeas e imponer una revisión radical de los acuerdos migratorios de Dublin (revisión de cuya necesidad nadie duda), y en el mismo tiempo para dejar en claro frente al electorado italiano que él, y no Roberto Conte, está al mando de la política italiana.

En Estados Unidos, la intención de los críticos es clavar una cuña entre la administración de Trump y los congresistas disidentes (sobre todo demócratas, pero también republicanos) a cinco meses de las elecciones de medio término; parecen tener algo de éxito: ayer varios representantes de los dos partidos se han manifestado en McAllen, Texas, han visitado el centro de concentración de los niños y han pedido que se ponga fin de inmediato a esta política.

En Italia, el enfrentamiento entre la retórica del gobierno y la de la oposición no parece tener la mismo suerte, al menos por el momento: al contrario, al insistir en tono emocional sobre el drama de los migrantes y sobre el aislamiento de Italia en la comunidad europea, los críticos le han dejado a Salvini el control del tono fáctico y objetivo: datos a la mano, Salvini ha preguntado cuántos migrantes han aceptado realmente Francia y España en contraste con los que han llegado a Italia (más o menos dieciséis mil España contra ciento setenta mil de Italia), cuánto está gastando el gobierno italiano para costear la inserción de los refugiados, cuántos de ellos son realmente refugiados políticos o desplazados bélicos y no “migrantes económicos” según los propios criterios de la Unión Europea (no más del once por ciento, afirma Salvini).

En esta situación parece que la retórica populista gana: le permite al centroderecha reafirmar que “no acepta lecciones de moralidad” de parte de nadie y (lo que es aún más grave) recomponer su alianza con fuerzas que no le habían dado el voto de confianza hace una semana: Fuerza Italia de Berlusconi y los neofascistas de Fratelli d’Italia. De paso, tanto Salvini como las autoridades migratorias norteamericanas sugieren que los migrantes son cómplices, voluntarios o no, de los traficantes de seres humanos.

Voces críticas han cuestionado el timing de la crisis: en Estados Unidos han señalado que la polémica sobre la separación de las familias de ilegales está funcionando como un distractor con respecto a los retos más severos que la administración estaba enfrentando: la encarcelación de Paul Manafort y la posibilidad de que más ex asesores del presidente decidan colaborar con la investigación sobre el Russiagate; la denuncia contra la Fundación Trump por desviar fondos hacia la campaña presidencial de 2016; los cuestionamientos sobre la guerra tarifaria de Estados Unidos contra Canada, México y Europa y las dudas acerca de lo que concedió realmente Kim Jong-Un en el summit de Singapur.

En Italia, el ex primer ministro derrotado Matteo Renzi ha señalado que el caso Aquarius podría estar funcionando de la misma manera, desviando la atención desde problemas más estructurales: la reforma del seguro social, que vuelve más difícil y más tardado el acceso de los derechohabientes a la pensión, y la reforma fiscal (el “flat tax”), que promete un trato favorable a los europeos muy ricos que decidan transferirse a Italia.

Después de que el gobierno de Pedro Sánchez aceptó abrir al Aquarius el puerto de Valencia, Matteo Salvini tuiteó “¡Victoria!”. La oposición intensificó su crítica contra la insensibilidad del ministro, como desde hace muchos meses lo hace la oposición liberal norteamericana frente a los tuits extemporáneos de Trump: nadie pareció entender que estas críticas no merman el apoyo de los núcleos populistas duros a la conducción de la política: al contrario, parecen reforzarlo.

Se trata de dos maneras de concebir la relación del poder con el público: por un lado están los que se arropan en los valores de la democracia occidental y confían ciegamente en la función de la crítica; en el otro bando están los que creen que, en la política vuelta mercadotecnia, el éxito consiste en decirle a su base dura lo que quiere oír. Eso hacen Trump y los populistas europeos de la extrema derecha, incluyendo Salvini. Hasta ahora la realpolitik parece darles la razón.

*Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

 

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