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Mita y mita

Elecciones en Catalunya y voto en la ONU el mismo día (21 de diciembre). Los resultados dejan abiertas muchas puertas e inspiran varias reflexiones.

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Por Fulvio Vaglio

No sé qué hacer: de las dos votaciones importantes de ayer, una (la de Cataluña) me interesa particularmente como europeo; la segunda (la resolución de la ONU sobre Jerusalén) me interesa, además que como ciudadano del mundo, como residente en México. Así que voy a tratar de hacer lo imposible: separar esta columna en dos, y espero que Salomón no me demande por plagio.

Las encuestas después de la crisis de octubre (referéndum, declaración unilateral de independencia, intervención del Estado y aplicación del 155) anticipaban que, en el caso de nuevas elecciones, los equilibrios en el parlament catalán quedarían más o menos como estaban. Mariano Rajoy decidió no creerles y apostó a un resurgimiento del ya maltrecho PP, usando la fuerza del estado y la de Santa Clos para derretir el bloque independentista.

Las elecciones de ayer lo han desmentido y los ciudadanos catalanes le han dado una lección de madurez: pese al jueves entre semana y a los escaparates iluminados del Corte Francés, han acudido a las urnas en un porcentaje (82%) que haría palidecer a los políticos estadounidenses y mexicanos, si tuvieran conciencia para palidecer. Y han reconfirmado que dos temas álgidos en Catalunya (y no desde ayer) siguen teniendo la mayoría absoluta de escaños si logran una negociación decente.

El primer tema es el independentismo; el segundo es la alternativa entre república y monarquía. Ambos temas pasan por la capacidad del bloque soberano de negociar tiempos, formas y números del nuevo govern con los partidos menores a los que las suertes electorales les han asignado una efímera función de agujas de la balanza: la CUP de Riera y Catalunya en Comú-Podem de Xavier Domènech.

La CUP ha salido maltrecha de estas elecciones, perdiendo 6 de sus 10 escaños, pero sigue teniendo de su lado la alianza añeja con Ezquerra Republicana de Junqueras. Los comuns han perdido menos: hace dos años, con el nombre de Catalunya Sí que es Pot (Cataluña sí se puede), habían obtenido 11 escaños y ahora se han quedado con 8: más que suficientes para respaldar los 66 escaños que tienen, juntos, el Junt per Catalunya de Puigdemont y el ERC de Junqueras.

Pero hay un detalle: el partido de Domènech es izquierdista (pretende retomar el rol que Izquierda Unida nunca logró desempeñar al nivel nacional), podría dialogar con los independentistas, pero no contempla jugarse la carta del republicanismo, al menos por el momento; eso lo pone en ruta de colisión con la CUP. En otras palabras, admitiendo que el bloque Puigdemont-Junqueras pudiera compararse al de Merkel-Seehofer, la CUP y Comú-Podem serían un poco como liberales y verdes en Alemania: dispuestos a entrarle, pero sólo si el otro no está. Así que nada de coalición Jamaica: por el momento, Domènech ha anunciado que se queda en la oposición.

Hay datos absolutamente claros: el perdedor absoluto es el Partido Popular, que pasó de 11 a 3 escaños; pero tampoco les fue mucho mejor a los socialistas, que sólo crecieron un escaño con respecto al 2015: tener el penúltimo, en lugar del último lugar en su historia, no es para echar ninguna campana al vuelo.

Y también queda claro que hay una ganadora, Inés Arrimadas de Ciutadans. “Victoria pírrica”, han comentado los analistas, pues tiene más escaños y más votos que los otros, pero no le alcanzan para ser presidenta ni para formar gobierno. Y lo más divertido es que, gran parte de su éxito, se lo debe a Rajoy: a inicios de octubre, después del referéndum pero antes del 155, los sondeos suponían una baja de Ciutadans de entre 4 y 5 cinco escaños, que irían a dar a los socialistas.  Lo que es cuando tu bola de cristal se confunde entre tantas esferitas de Navidad.

Ahora Rajoy empieza a tenerle miedo a Arrimadas: y tiene razón, a mediano plazo: el comportamiento de los electores barceloneses puede contagiarse a otras partes de España. Digo barceloneses, y no genéricamente catalanes: en Barcelona es donde el abstencionismo bajó más que en las otras tres circunscripciones catalanas y donde más creció Ciutadans. Lecturas puede haber muchas: la mía es que el electorado ha elegido a Arrimadas para darle una lección de humildad y cordura tanto a los soberanistas como a los constitucionalistas.

Así que, señor Rajoy: deje de tenerle miedo a Inesita y empiece a tenerlo a usted mismo. O mejor no: siga así, sin miedo, con sus desplantes de oratoria franquista; es lo que necesitamos para deshacernos de una vez del Partido Popular; y si en su caída se arrastra también al PSOE, mejor.

*   *   *

Ayer, jueves 21, la ONU declaró “inválido y nulo” el reconocimiento por parte de Estados Unidos de Jerusalén como capital de Israel. Muchos medios internacionales subrayaron el intento de chantaje económico que hizo la administración Trump, por boca de su representante en la Naciones Unidas: estamos pasando lista y anotando quién vota y quién no vota por nosotros, dijo Nikki Haley más o menos literalmente.

Muchas declaraciones indignadas: no comprarán nuestra soberanía etcétera. Se les olvidó que Trump ya había indicado claramente que ésta sería su línea de conducta en el discurso a la Asamblea de la ONU, el pasado 19 de septiembre: “siendo sólo uno de los 193 miembros, somos el que más contribuye a los gastos”, había dicho en aquella ocasión. ¿Así o más claro?

Es cierto que el gobierno de Trump, por el manejo de sus asuntos interiores y exteriores, se parece cada vez más a una organización gansteril (con la diferencia que los padrinos de los años veinte y treinta no se hubieran hecho representar por mujeres: pero por algo los tiempos cambian). Y sin embargo Trump, en 2017, no hace sino reeditar lo que pensaron e hicieron con la ONU los presidentes norteamericanos desde su comienzo.

ONU y OTAN, en el pensamiento estratégico de Estados Unidos, han formado siempre un binomio indisoluble. En los primeros años de vida de las dos instituciones), era fácil confundir sus funciones; luego la división de competencias se fue aclarando: la OTAN hace el trabajo pesado y la ONU hace el trabajo humanitario: como quien diga, la guerra y la paz: donde a veces, entre las competencias de la paz, está también justificar la guerra.

El punto de equilibrio entre estas funciones siempre fue inestable: el punto de inflexión se dio a comienzo de los sesentas: ¿recuerdan a Patrice Lumumba, la independencia del Congo, el dinero belga para armar y organizar los secesionistas de Katanga a cambio de que respetaran sus “derechos” sobre los yacimientos mineros?

En esos meses también estuvo involucrada la ONU: primero tratando de impedir que le llegaran a Lumumba (jefe del gobierno legítimo) las armas soviéticas para luchar contra los katangueses; luego “protegiéndolo”, cuando el presidente Kasa-Vubu lo destituyó y lo puso en arrestos domiciliarios; finalmente,  después del golpe de estado de Mobutu, cuando Lumumba intentó alcanzar Stanleyville para reorganizar las tropas fieles al gobierno, la ONU se lavó las manos: ¿cómo seguir protegiendo a un protegido que escapa de sus protectores?

Lo demás, diría Hamlet, es silencio, o por lo menos secreto a media voz: la CIA ordena el asesinato de Lumumba, que se consuma el 17 de enero de 1961; es la primera de las “acciones encubiertas” llevadas a cabo aprisa, antes de que pueda tomar el control de la Casa Blanca el intruso inesperado, John Fitzgerald Kennedy: la segunda será la invasión fracasada en Playa Girón, exactamente tres meses después.

La tercera fue el asesinato del Secretario General de la ONU, el sueco Dag Hammarskjoeld, el 18 de septiembre de ese mismo 1961. Un año antes, Hammarskjoeld había ordenado el despliegue de un cuerpo militar de la ONU para restablecer algo de orden en la frontera entre el Congo de Mobutu y el Katanga de Tchombe. El 18 de septiembre estaba viajando para negociar un nuevo cese al fuego, cuando su avión fue derribado.

No es claro hasta qué punto los servicios secretos norteamericanos estuvieron involucrados (por algo son secretos); pero es cierto que la mediación de la ONU afectaba, junto con l’Union minière belga, también varias multinacionales estadounidenses. Hammarskjoeld se había salido del huacal. El ex presidente Harry Truman dijo que “estaba a punto de lograr algo, cuando lo mataron; y conste que dije ‘lo mataron’”.

Después de eso, ya no hubo ocasión, o necesidad, de medidas tan drásticas. A los Secretarios Generales de la ONU y sus equipos debió quedarles claro que había límites a su injerencia; a los Presidentes norteamericanos y sus secretarios de estado también les quedó claro, después de apagar el fuego del DC-8 de Hammarskjoeld, que había que usar de preferencia la OTAN (y, claro, las agencias especializadas en operaciones encubiertas) y no tanto, o tan abiertamente, los cascos azules.

A lo sumo, entonces, el exabrupto de Nikki Haley en la ONU puede ser considerado una muestra de escaso tacto diplomático, pero de ninguna manera una novedad. La respuesta internacional al chantaje norteamericano fue terminante y masiva: 128 representaciones condenaron la decisión de Trump; nueve (Estados Unidos e Israel, más Guatemala, Honduras y cinco repúblicas insulares de Oceanía) respaldaron a Trump; treinta y cinco, entre las cuales México y Canadá (renegociación del TLC de por medio) se abstuvieron prudentemente; 21 tuvieron que ir al baño a la hora del voto.

Total, que Trump y Netanyahu se quedaron más solos que Rajoy y Albión. Me parece bueno; sólo me da un poco de tristeza pensar que, cuando llegué a México hace treinta y cinco años, la Secretaría de Exteriores todavía celebraba los días en que era la primera en instruir a sus representantes para votar contra los atropellos norteamericanos.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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