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Investigación

INTERSECCIONES / No me ayudes, compadre: Trump, Johnson y May

Angela Merkel apenas se estaba reponiendo de su crisis de gobierno, cuando Theresa May tuvo que enfrentar la suya, que podría alterar profundamente el equilibrio del sistema político británico. La manzana de la discordia: el Brexit.

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Por Fulvio Vaglio

La crisis se estaba gestando desde hacía meses, pero hasta la última semana May parecía capaz de controlarla; las negociaciones sobre cómo se daría la salida del Reino Unido de la Unión Europea habían avanzado muy lentamente y daban la impresión de que ni Bruselas, ni Londres, tuvieran un verdadero interés por acelerarlas. Todos daban por sentado que el Brexit se daría de manera negociada y sin mayores sobresaltos; mientras tanto, nadie parecía preocuparse de sobremanera por la fecha oficial fijada para la salida del Reino Unido de la UE, que sigue siendo el 29 de marzo de 2019; hasta que a alguien, o a todos, les cayó el veinte de que el Brexit Day es, prácticamente, pasado mañana.

Hubo factores internacionales que despertaron abruptamente a los bellos durmientes de Bruselas y Londres: la guerra tarifaria empezada por Trump contra China y la Unión Europea; la amenaza secesionista del sur y el este de la UE frente al problema migratorio; el tema de los pagos de la Unión Europea a la OTAN, planteado con fuerza por Trump en la reunión de Bruselas. El viernes 6 de julio, Theresa May convocó a su gabinete para una reunión con tintes de emergencia en Chequer’s Court (la casa de descanso de los primeros ministros en las afueras de Londres); objetivo de la reunión:  fijar la posición oficial del gobierno sobre la modalidad del Brexit, que luego serviría de base para las rondas finales de negociaciones con la Comisión Europea.

El gobierno llegaba dividido a la reunión, que se planteaba como un enfrentamiento a tres bandas: en los dos extremos “Brexiteers” radicales y “Remainers” (los que en el año y medio transcurrido desde el referéndum han revisado su posición y ya no apoyan la salida de Gran Bretaña); en el medio la primer ministro y los “Brexiteers” moderados.

Debajo de la superficie (el Brexit) se jugaban viejas rendiciones de cuenta en contra de Theresa May; todos, en particular, se esperaban una toma de posición dura por parte del crítico más feroz de la primer ministro, el ex alcalde de Londres y Ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson. Al término se publicó un Libro Blanco, con la posición oficial del gobierno. Los desarrollos siguientes dejan claro que el tono de la discusión fue “para los que no están de acuerdo, la puerta es muy ancha”.

El primer crítico radical de May, David Davis, presentó su renuncia inmediatamente terminada la reunión; él era Secretario de Estado para el Brexit, es decir que a él le tocaría vender la posición oficial del gobierno tanto al interior como fuera del Reino Unido; “como no estoy convencido de la bondad del acuerdo, le dejo la tarea a los que sí creen en ella”. Pero lo que más inquietaba a analistas y periodistas, era el silencio de Boris Johnson.

Johnson rompió su silencio dos días después, el lunes 9, y lo hizo presentando a su vez su renuncia; el mundo financiero londinense reaccionó en contra del acuerdo de Chequer; May se mantuvo firme en su posición, agregándole una nueva amenaza el 10 de julio en una entrevista al Daily Mail: o se toma el acuerdo de Chequer como base para las discusiones con la Unión Europea, o podría no haber Brexit.

A este punto se interpuso un inesperado, virulento ataque de Trump a Theresa May; el presidente norteamericano le pateó el tablero con una entrevista al tabloide “The Sun”: “Le sugerí cómo comportarse en las negociaciones [con la Comisión Europea] y no me hizo caso”.  La “sugerencia” de Trump era extraída directamente de su viejo libro “El arte de la negociación”: “overshoot your opponent” (dispárale a tu adversario más duro de lo que se espera, para obligarlo a bajarse a los términos que a ti te convienen). Trump siempre lo ha hecho en sus negocios y lo está haciendo ahora que está en el business de la presidencia.

El que Theresa May se haya atrevido a no hacerle caso, es para Trump una ofensa mayor, pero en su exabrupto hay mucho más que el ego herido: Trump ha evaluado la debilidad de May y, en la misma entrevista, ha declarado que vería bien a Boris Johnson como primer ministro en lugar de Theresa May; luego, al día siguiente, ha dicho lo de siempre: todo ha sido un malentendido, la culpa la tienen los “fake news”, admira profundamente a la primer ministro; un caso claro de “overshooting”.

John Rentoul del Independent de Londres ha comentado que la torpe intervención de Trump puede haber jugado en favor de Theresa May; quizás Johnson, al leer la entrevista, le haya murmurado en su foro interno a Trump un mexicanísimo “no me ayudes, compadre”. Comentaristas y políticos europeos se relamieron los bigotes; un debate televisivo de France 5 se tituló con impaciencia “Entonces, ¿salen o no?”; los analistas reiteraron la acusación a May de que Gran Bretaña quiere todas las ventajas de estar en la UE sin pagar el precio.

Por lo pronto, el gobierno de May ha perdido votos importantes en su partido, pero podría haberse ganado otros tantos, o más, entre los laboristas. Su chance de guiar a buen puerto el “Chequers’ Deal” depende ahora de un apoyo bipartidista, que, de darse, podría romper también el laborismo, cuyo jefe Jeremy Corbin es conocido por su posición eurófoba intransigente.

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