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CDMX

Oportunismo, declaraciones y películas de guerra

Hace sesenta años un director de cine estadounidense estaba terminando su película “de guerra contra la guerra”. Esta pretensión es muy cuestionable.

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Por Fulvio Vaglio

Edward Dmytryk tenía cincuenta años cuando, en 1958, lanzó Jóvenes leones, una película sobre la segunda guerra mundial que, por los conocidos azares de la distribución internacional, fue titulada en español La ira de los dioses o El baile de los malditos. Antes de esa película, tenía fama de ser un director prolífico: 39 películas en 17 años, entre 1940 y 1957, un promedio de más de dos al año, pero con puntas de seis en 1941 y cinco en 1943.

Si queremos entrar en detalles más específicos, habría que subrayar que por dos años (1950 y 1951) Dmytryk no dirigió nada, pues estuvo en la mira del tristemente famoso HUAC (el Comité de Actividades Antiamericanas comúnmente asociado con la cacería de brujas de Joe McCarthy); se rehusó a declarar, pasó unos meses en la cárcel en los que, evidentemente, tuvo chance de revisar sus principios éticos y sus convicciones políticas, ya que decidió colaborar y hacer los nombres de 26 directores supuestamente filo comunistas.

Fue recompensado con la excarcelación y con la posibilidad de trabajar para casas productoras norteamericanas (inicialmente Columbia, luego también 20th Century Fox); aunque prudentemente emigró a Gran Bretaña bajo la protección de Stanley Kramer, no tuvo problemas para dirigir en locaciones de California y con actores norteamericanos. A rat, un soplón, dirían probablemente los malos de On the waterfront (Nido de ratas), la película de Elia Kazan protagonizada en 1954 por Marlon Brando, donde por cierto se enfrenta el conflicto entre códigos de honor distintos (de la mafia sindical por un lado y de los buenos trabajadores por el otro).

Sea como fuere, si quitamos esos dos años en los que Dmytryk estuvo fuera de la circulación, su promedio de producciones aumenta todavía más; para ubicarnos mejor, Ed Wood (al que conocemos como cineasta en serie por la película-parodia que hizo del él Tim Burton), dirigió trece filmes en nueve años (de 1953 a 1961). Los géneros favoritos de Dmytryk: guerra, aventuras, film noir y alguno de espionaje.

El macartismo finalizó oficialmente con la censura del Senado a Joe McCarthy, el del 2 de diciembre de 1954; el propio senador McCarthy acababa de morir el 2 de mayo de 1957, de hepatitis según el reporte médico, de cirrosis según los secretos a voces. Así que, llegando al medio siglo de vida, Dmytryk estaba listo para una “película de guerra contra la guerra”. O, al menos, así se presentó al público norteamericano, supuestamente cansado de maniqueísmo patriotero: Dmytryk tras la cámara, Marlon Brando, Montgomery Clift y Dean Martin en el set fueron los héroes de ese acontecimiento cinematográfico.

Actuaciones discretas, guion (de Edward Anhalt) muy malo; se notó inmediatamente que la película utilizaba clichés melodramáticos baratos y referencias anacrónicas que hubieran sido imposibles en 1945 (año en que termina el filme), pero que eran un guiño al público de 1958: “dentro de diez años – profetiza uno de los oficiales norteamericanos – los alemanes serán nuestros aliados”; “no quiero terminar rapada”, dice Françoise, la francesa a la que el lugarteniente alemán Christian Diestl tira la onda desde que la conoce en una cita a ciegas organizada por su amigo y colega.

La duda existencial de Françoise dura pocos minutos; obviamente flechada por el apuesto y caballeroso oficial alemán, lo persigue y le pide que le pague otro trago; lo que no impide que, cuando la esposa de su jefe le pregunta cómo son las francesas, Diestl le conteste “patrióticas”. Quizá vale la pena notar que, mientras esperan a sus citas, Diestl y su camarada platican de la bondad de los strudel que cocinan en ese restaurant en París: ¿quién no recuerda el episodio paródico en Bastardos sin gloria de Tarantino, interpretado por Christoph Waltz y Mélanie Laurent?

El recuento de sinsentidos podría ser tan largo como la película, que empieza en 1938 con el coqueteo de Diestl (entonces instructor estacional de esquí) y Margaret, la novia de su amigo norteamericano Michael, y termina con Michael y Noah disparándole a Diestl; como los dos disparan, no se sabe quién mató a Diestl: por lo menos, si fuera Michael, sería una revancha tardía por el coqueteo de siete años antes; pero ni siquiera este material melodramático es explotado: Michael no reconoce nunca al kraut al que le ha disparado.

¿The young lions, es realmente una película contra el sinsentido de la guerra? Sí y no. Más bien es un filme sobre la guerra como momento de decisión: Diestl se decepciona, no sólo del nazismo, sino del estricto código de obediencia militar alemán: su enfrentamiento con el SS jefe del campo de exterminio lo llevará a caminar sin rumbo por una carretera solitaria, donde será finalmente matado por Michael y Noah; pero estos últimos, ambos, encuentran su lugar correcto gracias a la guerra: Michael empieza tratando de evitar el combate (es un conocido actor-locutor de radio) y el compromiso matrimonial, y termina reencontrándose con su novia de toda la vida y pidiendo ser transferido al frente para ser digno de casarse con ella; Noah, por su lado, empieza siendo objeto de bullying antisemita por parte de sus compañeros de barraca, se les enfrenta valientemente y termina regresando triunfal a la esposa y a la hija, debidamente rubias y anglosajonas.

La guerra, entonces, es crisis en el significado etimológico de la palabra: momento de decisión. Es como la peste de Edipo Rey: es mandada por los dioses en el momento oportuno para que los hombres se enfrenten a su destino. ¿Y esto sería un alegato en contra de la guerra?

Y ¿las mujeres en la guerra? Margaret toma una decisión valiente: decide enlistarse para tareas bélicas cuando su novio todavía vacila (lo reencontrará, recargado, en Londres). Hope (la esposa de Noah) es flechada desde la primera cita y se queda con él hasta el final (y más allá del final). Françoise se enamora de Christian desde la primera mirada y así se queda hasta el final de su historia: es él quien la deja, después de la última noche juntos, porque “es un soldado alemán”.

Gretchen (la esposa del superior jerárquico de Diestl) está acostumbrada a salir con generales alemanes en la ausencia del marido, pero también está urgida de ímpetus juveniles: pasa la noche con Diestl y casi al final, supuestamente en Berlín (la geografía de esta historia es más mítica que la de las telenovelas mexicanas), intenta seducirlo otra vez para que la saque de su condición actual de prostituta (Diestl se zafa de su abrazo, la empuja y casi le pega con un desprecio injustificado y bastante patán).

En cuanto a Simone, tiene un rol absolutamente contradictorio: en París organiza la cita a ciegas en la que se Diestl se encuentra con Françoise; en su diálogo inicial con su pareja se expresa como una chica fácil, si no abiertamente como una prostituta; luego se enamora de él y le ofrece casa y cobijo (aparentemente en previsión de la desbandada del comando alemán en París) y le suplica a Dienstl que no lo denuncie. Parece Fidel Castro, q.e.p.d., declamando sobre el carácter dulce y romántico de las jineteras cubanas.

Como se ve, material melodramático hay mucho, explotado sólo a mitad; material dramático a secas también hay, constantemente ridiculizado por el tratamiento que se le da en la historia. La indecisión entre melodrama y drama es una característica del cine de los años cincuenta, dentro y fuera de Estados Unidos; en Estados Unidos es quizás más notoria por la preeminencia que tuvo ese cine al nivel internacional, y merecerá un análisis más detallado de directores como Elia Kazan, Stanley Kramer y William Wyler, con sus actores-estrella: Barbara Stanwick, Bette Davis, Marlon Brando y James Dean, para decir sólo algunos nombres.

¿Vale la pena agregar que Christian Diestl fue interpretado por Marlon Brando (rubio a la fuerza), Noah Ackerman por Montgomery Clift y Michael Whiteacre por Dean Martin, empeñado este último a reposicionarse como actor dramático después de la ruptura con Jerry Lewis? Creo que no: si fuera por esta película, ninguno de los tres valdría la pena recordarse; y, en efecto, la crítica norteamericana, por una vez, fue unánime: la única nominación al Óscar de ese año, para esta película, fue la de Joe McDonald por la mejor fotografía en blanco y negro (que sí se la merecía).

Conclusión: es más fácil justificar a posteriori, con declaraciones de principio, un mal producto cinematográfico, que hacer de veras un filme “de guerra contra la guerra”; y no es cuestión de años: un año antes, en 1957, Stanley Kubrick nos había dado Paths of glory (Patrulla infernal, en algunas traducciones al español); un año después (1959), Stanley Kramer (siempre mejor que su protégé), nos daría The last beach (La última hora); es cuestión de director; tiene razón Tim Burton: la cantidad no compensa la calidad; y, agregaría yo, oportunismo no es sinónimo de valentía.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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