Carla María Petrella
Por años la ciudad de México ha sido referente de derechos sociales y la legislación que los sustenta; por eso, el anuncio hecho el martes de la semana pasada por la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, acerca de que los niños podrían usar falda y las niñas pantalón, pareció un paso más dentro de la escala de avances sociales por que la ciudad ha transitado. Las reacciones no se hicieron esperar: hubo controversia, hubo rechazo, hubo sarcasmo, hubo caricaturas y, desde luego, también la aceptación de algunos sectores.
El denominado uniforme neutro para estudiantes de primaria y secundaria, se dijo, era una medida para romper estereotipos, promover la igualdad y que a los jóvenes no se les categorice o discrimine por la ropa ni el género. Lo que desató la controversia no fue el tema del pantalón para las niñas, a las que comúnmente vemos por las calles vistiendo esa prenda, sino por el caso de las faldas para los niños.
La medida sin duda sonó revolucionaria para muchos, a pesar de los avances que se tienen en la ciudad en materia de interrupción legal del embarazo, matrimonio entre personas del mismo sexo, adopción de menores por parejas del mismo sexo, cambio de género y demás avances legales que se han dado en los últimos 20 años en favor de diversos sectores.
El llamado uniforme neutro de inmediato generó debate. Decenas de personas se pronunciaron a favor y soñaban con ver al primer niño acudir a la escuela y presentar su argumento de por qué usaba falda. Los más conservadores, por supuesto, se opusieron de inmediato a la medida. Se pudo ver una serie de memes y caricaturas en los que se mostró al gabinete presidencial con faldas, acudiendo a reuniones de gran importancia.
A ciencia cierta no sabemos que pasó; lo cierto es que dos días después del primer anuncio la propia jefa de gobierno, quien hubiera afirmado: “esto es parte de la equidad y la igualdad”, hizo un matiz en su discurso y precisó que lo que ella había querido decir era que las niñas sí podrán usar pantalón, pero los niños no podrán ir a la escuela con falda”.
A ver, entonces ¿qué pasó?, ¿somos, o no somos?…
¿La mandataria reviró por las críticas que organizaciones hicieron en el sentido de que el uniforme neutro en realidad en nada ayudaría a promover la igualdad?, o desde el principio el mensaje era equívoco, en el sentido de que jamás se había pensado en incluir a los niños y permitirles el uso de falda?
Todo parece indicar que fue lo primero; pero en todo caso hubiera sido muy bueno que el uniforme neutro se mantuviera en los términos que fue anunciado porque ese sí era un mensaje de inclusión, especialmente para los niños transgénero.
Al salir a precisar que el cambio en el uniforme sería solo para las niñas, la vanguardista inclusión de los niños fue borrada de un plumazo. Pero como en esta era globalizada la información corre a gran velocidad, cuando la jefa de gobierno quiso frenar el anuncio, la foto del primer grupo de adolescentes del tercer grado de la secundaria 27, Alfredo E. Uruchurtu, en la alcaldía Magdalena Contreras, ya se había viralizado. En ella aparecen seis estudiantes en la explanada delegacional posando orgullosos con sus faldas.
La foto pasará a la historia y ahí quedará como ejemplo de un gobierno que no supo estar a la altura de su sociedad, hasta el momento en que un gobernante se anime a realmente permitir el uso de faldas y pantalones de manera indistinta, sin prejuicios ni miedos políticos. Parecía que el día había llegado, y que había sido una mujer la valiente promotora del cambio, pero ésta, al final, ¡se echó “pa tras”!
