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Política, sensatez y sensiblería

Esta semana, relativamente libre de grandes acontecimientos, se presta a una reflexión sobre el tono que asumen las campañas políticas de este año y del que sigue.

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Fulvio Vaglio

Tenía razón Lise Queffélec cuando decía que el melodrama no ha muerto, sólo ha cambiado piel. Ella hablaba del folletín decimonónico y de su evolución sucesiva en el cine y el cómic, hasta la telenovela. Pero hay más que eso: el melodrama, hace ya muchas décadas que ha salido del ámbito de la literatura y el espectáculo, y se ha apropiado del periodismo, de la mercadotecnia y del discurso político.

Buenos contra malos, ambos perfectamente identificados, es el primer ingrediente del platillo que llamamos melodrama; el segundo es la simplificación de la complejidad social a conflictos individuales, y de los individuos a meros portadores de valores; el tercero es la reducción del discurso a unos pocos botones que hay que apretar una y otra vez para causar la respuesta emotiva del público. Jane Austen lo había entendido muy bien cuando escribió, hace dos siglos, “Sense and sensibility”. Mezclamos estos ingredientes y obtenemos no sólo el melodrama, sino el discurso populista.

La crítica del discurso melodramático es tan vieja como el nacimiento del populismo en tanto movimiento ideológico. Ibsen y Strindberg, Chejov y Brecht, cada uno a su manera, construyeron “antimelodramas” con el propósito de concientizar – y vacunar – a su público contra el virus melodramático. No les sirvió de mucho: la Segunda Guerra Mundial no acabó con los nacionalpopulismos, sólo los desplazó a países que se habían creído inmunes a ellos. El vientre que había engendrado el nazismo todavía estaba fértil, dijo Brecht; el plasma que nutría su placenta era, y es, el melodrama.

Los productores de películas y los distribuidores de series televisivas lo supieron desde el comienzo: dale al público una mezcla de buenos sentimientos (encarnado en los protagonistas) y de odio y desprecio para la humanidad (encarnado en los villanos); aderézalo con la sazón apropiada al tiempo y al espacio; y aquí tienes una receta de éxito, para todos los paladares. Para no quedar en lo abstracto, veamos las precampañas electorales que se están desarrollando en Estados Unidos.

Cualquier dramaturgo sabe que, en un melodrama, el personaje más importante no es el protagonista, sino el villano “cargado de todos los vicios”. ¿Quién es el villano? Depende de quién escriba el melodrama. Para Trump, los villanos son los demócratas, el “pantano” que hay que drenar, los “fake media”, los migrantes rateros, asesinos y violadores, a veces Corea del Norte, hoy día Irán y China, la Unión Europea y Gran Bretaña cuando se salen del huacal.

Para el otro bando, el villano es Trump y su familia-organización, los funcionarios insensibles del Servicio de Aduana y Migración, la mayoría de los senadores republicanos, el uno por ciento de la población que aprovecha los recortes fiscales para volverse aún más rica.

No hay melodrama sin víctimas inocentes: todos hemos visto la foto desgarradora de Óscar y Valeria Martínez ahogados en el Río Grande. La foto, obviamente, es trágica, no melodramática; melodramático es el uso que se le ha dado: hemos visto a los anfitriones de “prime time” CNN reprimir a dura pena las lágrimas y, el día siguiente, a una congresista demócrata sollozar mientras la mostraba a sus colegas para ganarse su apoyo a los 4,600 millones de dólares, concedidos sin ninguna contraparte a la Administración Trump (quien ha agradecido el regalo).

Tampoco hay melodrama sin un protagonista bueno y noble: para CNN son claramente Chris Cuomo y Don Lemon; y ¿en el otro bando? Un par de días antes de la muerte de Óscar y su hijita, Trump nos había conmovido con su gesto de ordenar un ataque contra una base iraní y luego cancelarlo cuando sus consultores le habían avisado que causaría ciento cincuenta muertos; esto hubiera sido “desproporcionado” a los 100 millones de dólares que había costado el “drone” abatido por los iraníes, dijo la paloma Trump distanciándose de sus halcones Bolton y Pompeo.

Casi nadie, en los medios progresistas, había reaccionado a esta maniobra tan descaradamente manipuladora: uno fue Paul Blest, que se atrevió a preguntar lo lógico: ¿si Trump es tan humano, por qué había ordenado la represalia en primer lugar? Efectivamente: ¿por qué? Días antes se había desatado el enésimo escándalo sexual del incontrolable magnate de la construcción, dos décadas antes de ser Presidente. De acuerdo que el machismo es una componente de la popularidad de Trump con su base dura, pero, por si las moscas, se necesitaba una manita de gato a su imagen e Irán estaba que ni siquiera mandado hacer. Y a su vez CNN y NBC respondieron en el mismo tono.

Me he centrado en Estados Unidos por razones de espacio, pero basta una mirada a vuelo de pájaro para confirmar que la simbiosis de populismo y melodrama funciona en el Brasil de Bolsonaro y en el Venezuela de Maduro, en Sudán del Sur, en “Bollywood” y en la Europa de Boris Johnson, Matteo Salvini, Viktor Orbán, Marine Le Pen y Santiago Abascal.

Me temo que la campaña va a seguir sobre esta tónica, a menos que alguno de los 23 candidatos demócratas tenga el valor de ser “políticamente incorrecto” y, aun así, gane la nominación. El periódico virtual donde escribe Blest se llama “Splinter” (“la astilla”), y su slogan es “La verdad lastima”. Pudiera haber sido el subtítulo de “Sense and sensibility” o de “Madame Bovary”, o de cualquiera de los dramas de Ibsen, Chejov o Brecht. Estaremos a ver qué sucede en los próximos dieciséis meses.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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