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Investigación

INTERSECCIONES / Populismo, mesianismo y poder: El caso pakistaní

Las elecciones del 25 julio pasado ponen a la vista otra faceta del fenómeno populista.

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Por Fulvio Vaglio

En esta columna nos hemos topado una y otra vez con que el término “populismo” es una cobija que pretende abarcar situaciones distintas que van desde Estados Unidos a Venezuela, desde Visegrád a Marine Le Pen y Matteo Salvini, pasando por lo Brexiteers duros y blandos, por Países Bajos y Austria.

Un término usado con tal laxitud no sirve mucho para entender el éxito general que el populismo está teniendo, excepto por la carga generalmente anti-establishment que representa; falta considerar el amarre que tiene el discurso populista con instituciones que, por definición, son enemigas de la disrupción: las que organizan los mercados financieros, las que reglan industria y comercio, y las que se encargan de mantener la seguridad interna y la estabilidad internacional.

En estos días estamos teniendo una prueba inquietante de la relación entre populismo mesiánico y militarismo, con el resultado de las elecciones en Pakistán del 25 de julio. Del populismo tiene dos aspectos ya conocidos: una leyenda local, ajena hasta ahora al mundo de la política y convertida en líder de la oposición (Imran Khan, el playboy y capitán del equipo de cricket que ganara el mundial de 1992), y la apelación a sentimientos profundamente arraigados y contradictorios (el fundamentalismo religioso y sus bifurcaciones en el terrorismo islámico).

El PTI de Khan ha ganado las elecciones, aunque no con la mayoría necesaria para gobernar solo. Los otros partidos grandes (el PML-N de Shahbaz Sharif – de centroderecha – y el Partido Popular de Bilawal Bhutto-Zardari, de centroizquierda) han acusado a los ganadores de trucar las elecciones; los observadores de las Unión Europea han registrado muchas irregularidades y el gobierno norteamericano no ha reconocido por el momento la victoria de Khan. La acusación es que los militares han desplegado toda su fuerza en apoyo al TPI, mientras obstaculizaban con lujo de violencia a los otros candidatos y a los medios.

Los 71 años de vida de Pakistán han visto el dominio constante del ejército, ya sea directamente o indirectamente a través de políticos de fachada; los únicos que habían intentado oponerse al predominio militar habían sido Benazir Bhutto, asesinada en 2007 y madre del actual candidato del Partido Popular, y Nawaz Sharif, hermano de Shahbaz, inhabilitado, enjuiciado y condenado el año pasado por casos de corrupción revelados por los Panama Papers: su partido siempre sostuvo que fue una venganza del ejército por haberse disociado de las posiciones más extremistas de la cúpula militar (por ejemplo, promoviendo una política de distensión hacia su enemigo de toda la vida, India).

Lo interesante es que, hasta un par de semanas antes de las elecciones, no se sabía con certeza si el ejército apoyaría a Imran Khan o a Shabaz Sharif, considerándolo más maleable que el hermano. Una malograda jugarreta de éste parece haber inclinado a los militares en favor de Khan: Nawaz intentó forzar su mano regresando a Pakistán del exilio dos semanas antes de las elecciones; lo arrestaron junto con su hija y heredera política Maryam y están encarcelados, empezando a purgar penas de 10 años él, 7 ella.

Desde sus días de campaña, Khan había prometido luchar a fondo contra la corrupción y la pobreza. El apoyo del ejército hace dudar sobre el primer punto; en cuanto al segundo, el apoyo popular a Khan parece haber venido no de la población pobre, sino de las clases medias preocupadas por la inflación: sólo este 2018 la rupía se ha devaluado cuatro veces.

Los datos macroeconómicos proporcionados por el Asian Developmnet Bank muestran, en los últimos siete años, un patrón oscilatorio: políticas económicas populares provocan inflación galopante, el Fondo Monetario Internacional interviene condicionando el rescate financiero del país (van once) a políticas de estabilización, la inflación se controla y el producto bruto per capita sube, pero también lo hacen desempleo y subempleo, desencadenando nuevas presiones hacia políticas populistas y más altos índices inflacionarios.

Para mantener sus promesas electorales, Khan debería buscar un nuevo rescate financiero por parte del FMI; para evitar el círculo vicioso, ya se rumora que esta vez el PTI podría pedir ayuda económica a China.

Hay más jugadores en el partido: uno importante es el terrorismo islámico; según el analista pakistaní-estadounidense Mohammad Taqi, el ejército suele diferenciar entre jihadistas “buenos” (que concentran sus operaciones contra Afganistán e India) y “malos” (que desestabilizan el propio Pakistán). Los militares atacan duramente los segundos y cierran ambos ojos frente a la actividad de los primeros, conectados a las secciones pakistaní del Talibán afgano: uno de estos grupos ha recientemente asumido el asesinato en Karachi de Khurram Zaki, organizador de un blog anti-talibán, sin que las autoridades hayan tomado seriamente cartas en el asunto; Taqi ha llamado el escándalo el “House of Cards jihadista”.

Los observadores electorales pakistaníes han considerado que, con todo y todo, la jornada electoral ha transcurrido “casi” sin incidentes serios. La excepción más grave es el atentado suicida en Quetta, con un saldo de 35 muertos y más de sesenta heridos. Y Quetta es la base del Talibán pakistaní.

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