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Populismos y elecciones en Europa

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“Hemos detenido el tipo equivocado de populismo”; así comentó Max Rutte el resultado en las elecciones generales en los Países Bajos. Rutte es el primer ministro en cargo y posiblemente renueve su mandato si logra una coalición de cuatro o cinco partido; es liberal de derecha, tiene 50 años, viene de una familia de intachable protestantismo, tiene antecedentes en la administración de recursos humanos en importantes transnacionales, es soltero, toca el piano, maneja un coche de segunda mano y sigue dando clases (cuando la agenda política se lo permite) en una secundaria donde sus alumnos lo consideran buena onda. Un perfil bajo pero público: el “tipo correcto de populista”, supongo.

Su rival directo en las pasadas elecciones era Geert Wilders, 53 años, muy alto (1.95 metros), pelo teñido color platino, eurófobo y anti-islamista, educado en una familia católica aunque luego se alejó de la iglesia, político profesional desde hace tres décadas, casado, desde hace diez años vive prácticamente aislado y protegido por guardaespaldas por miedo a ser víctima de atentados musulmanes: durante la campaña su apariciones públicas fueron limitadas al mínimo indispensable, aunque su foto, sus entrevistas, sus discursos y sus consignas habían sido profusamente publicitados y lo habían colocado como el posible ganador de las elecciones: perfil público alto y vociferante, con un oportuno halo de misterio y victimización.

En las reacciones de la prensa liberal en toda Europa (y también en varios países latinoamericanos) ha prevalecido el alivio por haberse liberado del fantasma de un nuevo Hitler. En realidad hay parecidos pero también diferencias sustanciales: entre los primeros, una nomenclatura populista y el uso de chivos expiatorios contra los cuales canalizar el descontento popular (judíos para la derecha alemana de los años 1920s y 1930s, musulmanes para la derecha holandesa – y europea – de hoy):  poco para hacer de Wilders un Hitler redivivo: en su verborrea anti islámica Wilders ha llamado el Corán “el Mein Kampf islámico” y ha tildado de “nazis” a los fundamentalistas musulmanes; en el momento de su derrota electoral tiene 53 años (Hitler en 1928, cuando las suertes electorales del partido nazi llegaron a su punto más bajo, tenía 39); y dejo de un lado – por el momento – detalles irrisorios aunque divertidos como la presencia, para Wilders, de un “hermano incómodo” tan desaliñado como él es atildado, o  como su estatura y la melena teñida, que si acaso lo acercarían a otro populista actual del otro lado del océano.

En un punto las declaraciones de Rutte son reveladora: al tildar a su adversario de “populismo equivocado”, se pone a sí mismo el sombrero del “populismo justo”. Y, en efecto, es del VVD de Rutte que nació el actual PVV de Wilders; al menos en la nomenclatura, el término” libertad” se mantiene en los dos partidos; es el término “popular” que, paradójicamente, ha desaparecido en el partido de Wilders. Tienen razón los analistas prudentes, que precisan que el populismo no ha sido derrotado en las últimas elecciones holandesas; ya se empieza a especular que el nuevo gobierno, una vez exorcizado el espectro de una mayoría de Wilders, está listo para incorporar a su programa las principales exigencias (si no el lenguaje extremista) del “populista equivocado”.

Estas exigencias son sustancialmente dos: limitar la inmigración (la referencia a la “islamización de Holanda” sólo es su manifestación ideológica más aparente, pero Europa oriental también está en la mira); y usar la posibilidad de salir de la Unión Europea como moneda de cambio para conseguir ventajas en la reorganización, que ya es a todas luces inevitable, de la estructura política de Bruselas. Se hace hincapié, con razón, en que, sola, la economía de los Países Bajos no aguantaría lo que ya se llama “Nexit”; por el momento ningún analista ha pensado en la posibilidad de una alianza comercial de países eurófobos (si las elecciones de 2017 les dan la mayoría): una reedición, quizás, de la EFTA que la Gran Bretaña opuso durante quince años a la integración europea (de 1959 a 1973).

Se condideraba, también con razón, que las elecciones en Holanda podrían marcar una tendencia que debería luego confirmarse en países más grandes: Francia, Alemania y la República Checa sobre todo, cuyas elecciones ya están agendada para este año; con la posibilidad de que se agreguen elecciones en países de tradicional debilidad gubernamental: Italia, quizás España y Portugal, y un posible referéndum sobre la separación de Escocia del Reino Unido. El mancado éxito de Wilders en Holanda no debería ser suficiente para echar las campanas a vuelo ni para hacer olvidar ese panorama más general y más sombrío.

2016 fue año de pruebas y ensayos del nuevo populismo: aparte las elecciones presidenciales en Estados Unidos, hubo referéndums en Gran Bretaña, Italia y Holanda: aunque la puesta en juego era distinta en los detalles, en todos estos países se jugaba la confianza del electorado en la clase política en el poder, y en todos ésta fue la verdadera derrotada, ya sea que la derrota tuviera la forma del Brexit, (en Inglaterra), del “no” a la reforma constitucional (en Italia) o del cambio de mayoría en el Congreso norteamericano. En los países de Europa occidental, los referéndums de 2016 y las elecciones de este año asumen, además, el cariz de un pronunciamiento pro o contra la “arrogancia de los políticos de Bruselas” que desde su torre de marfil deciden las suertes de sociedades y naciones, dejándoles a éstas últimas la ingrata tarea de manejar las consecuencias sociales de las decisiones que se toman (o que no se toman) al nivel supra-nacional. Pero también las elecciones en Estados Unidos se pueden leer de esta manera: insurgencia de las realidades locales contra el poder instalado en Washington, D.C. (tanto el 8 de noviembre en términos electorales, como ahora en la revuelta de los jueces contra el travel ban o de las ciudades-santuario contra las políticas anti-inmigrantes).

Sean quien fueren los ganadores reales de las elecciones holandesas, no hay duda de quién fue el derrotado: la socialdemocracia, que perdió tres cuartas partes de sus asientos en el parlamento. La verdadera lección para las izquierdas europeas es ésta, en la perspectiva del año electoral que ha empezado, y también en Europa, como en estados Unidos el año pasado, el enfrentamiento político pasa por, y arrastra consigo, problemas serios de desintegración y recomposición social: ya los medios han reportado la protesta de los estibadores de Rotterdam, que se asumen como decididamente anti-Bruselas y como representantes y defensores de la clase obrera tradicional; su sindicato, al parecer, ha decidido cabalgar el tigre y alinearse con las posiciones eurófobas, entendiendo que la alternativa es su desaparición como fuerza organizada: cosa que los sindicatos norteamericanos no habían sabido hacer el año pasado. Clase obrera tradicional, expuesta al doble riesgo del desempleo por el avance de la robotización y a la presión de la inmigración; aunque Bruselas y Washington no sea directamente responsables, sí parecen, por lo menos, insensibles y hasta ininteligentes; esto basta para que sean penalizados. Para las izquierdas europeas, moderadas o no, es tiempo de poner las barbas a remojar.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

*Fulvio Vaglio publica cada dos semanas, los lunes.

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