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Porteros (y presidentes) con suerte

Desde agosto a ahora, ya van muchas coincidencias que han ayudado a Trump en los momentos más tumultuosos de su primer año como Presidente; tanto que es casi imposible no caer en algún tipo de “sospechosismo”.

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Por Fulvio Vaglio

Dicen que portero sin suerte, no es buen portero. No sé si Trump llegará a ser recordado como un buen presidente; pero suerte, vaya que hasta ahora la ha tenido.  Al final del verano sus promesas electorales estaban empantanadas y su ex héroe John McCain (John Sidney McCain Tercero, para ser precisos) lo había dejado solo chiflando en la loma del Obamacare.

Por si eso no fuera suficiente, el 12 de agosto acababa de darse el rally del KKK en Charlottesville, con tres muertos y una veintena de heridos, y con el desafortunado ecumenismo de Trump (“hay buenos y malos en ambos bandos”); su popularidad iba a la baja, y más después de que el 22 de septiembre insultó a los jugadores de la NFL. Llegaron, oportunamente y en fila india, Harvey el 25 de agosto, Irma el 10 septiembre y María el 20 de ese mismo mes.

Con María no le fue tan bien y empezaron a rumorearse los desaseos en el suministro de ayuda: después de haberse jugado, por los últimos dos meses, la imagen de un presidente y un gobierno solidario y eficientísimo, parecía que a la Casa Blanca ya no le sería tan fácil mantenerla.

Pero llegó el primero de octubre y, con él, la matanza de Las Vegas. Más desaseos y contradicciones en la reconstrucción oficial de los acontecimientos, que produjeron demandas de fuentes noticiosas en contra de las autoridades, por violar la transparencia informativa; un mes después, todavía no sabríamos decir si las autoridades mintieron (u omitieron) por ineptas, o si ya habían decidido que, mientras más confusión se generaba, más espesa y eficaz sería la cortina de humo.

Algunos comentaristas mencionaron, tímidamente y de paso, el asesinato de Kennedy. Al público norteamericano ya se le había vendido entonces la idea de un asesino solitario, por improbable que fuera; ¿por qué no vendérsela otra vez? Stephen Paddock como avatar de Lee Harvey Oswald; en vez de los cubanos en Miami y Nueva Orleans, las supuestas simpatías de Paddock por ISIS.

Hasta pareció, por unos días, que teníamos a un nuevo John Tippit (el policía supuestamente asesinato por Oswald) cuando resultó que Jesús Campos (el heroico agente de seguridad del hotel que habría recorrido el pasillo del piso 32 del Mandalay Bay, descubierto dónde se anidaba el francotirador y pagado su audacia con una herida de bala de grueso calibre en la pierna) había desaparecido el 5 de octubre.

Campos reapareció tan campante en una entrevista pre-arreglada que salió al aire el 11 de octubre y MGM (la compañía propietaria del Mandalay Bay) declaró que en esos días había quedado descansando en un resort de la compañía “para su propia protección”: quizás temían que anduviera por allí algún gángster de la mafia de los casinos, con cáncer terminal, dispuesto a silenciarlo públicamente: un Jack Ruby cualquiera, vaya.

Las cosas no son tan sencillas, sin embargo; Tucker Carlson dijo tener pruebas de que Campos se había ido a México inmediatamente después del tiroteo y que había regresado manejando un coche r4entado el día 8 de octubre; es más, según Carlson, Campos ni siquiera era un agente de seguridad certificado por el estado de Nevada. Sobre el momento de su herida también se acumulan discrepancias: inicialmente se dijo que había enfrentado a Paddock obligándolo a suspender el tiroteo, luego la información fue rectificada en el sentido de que la matanza empezó después de que Paddock había herido a Campos.

Según otros reportajes, MGM sacó a Campos de la circulación para que Sean Hannity de Fox News, que ya tenía agendada una entrevista con Campos el día de su desaparición, no le hiciera preguntas impertinentes sobre sus movimientos (la entrevista sucesiva del día 11 habría sido arreglada con una periodista mucho menos “hostil”).

Entre estas preguntas estaban: ¿cómo fue que a Campos, único testigo directo de los acontecimientos, las autoridades de Nevada lo dejaron salir del país? ¿cómo pudo regresar manejando, con una herida “de grueso calibre” en su pierna? ¿a qué se debían sus viajes a México (ya constaba uno en enero)? Si mi inveterado sospechosismo no me engaña, también a Oswald lo mandaron a México un par de meses antes del atentado a Kennedy, y también a toda la familia Bin Laden la dejaron salir del país en las 24 horas sucesivas al atentado de las Torre Gemelas, no questions asked.

De todas maneras, la distracción funcionó y le ahorró a Trump la molestia de responder a las críticas por su manejo de la crisis norcoreana. La víspera de la llegada de María a Puerto Rico, el 19 septiembre, Trump pronunció su ya famoso discurso a las Naciones Unidas (ése de Rocket Man y todo).

El punto es que el discurso de Trump en la ONU había despertado viejos fantasmas de la guerra fría y el apocalipsis nuclear, y parecía que el eje franco-alemán de la Unión Europea tenía más sentido que los disparates retóricos de Donald Trump y Kim Jong-un, empeñados en su propia versión del dilema del prisionero; y en ese trance llegó Stephen Paddock a sacarle las papas del fuego al presidente norteamericano: le permitió desestimar las críticas a sus disparates: la irracionalidad existe y es una característica del Mal, dijo Trump, así que no me vengan a tildar de fantasioso si creo que los cubanos usaron armas ultrasónicas para lastimar a nuestros diplomáticos y sus inocentes familias; es más, aquí les va un travel ban recargado en contra de los países de mayoría musulmana: como Venezuela.

Bueno, quizás con eso de las armas ultrasónica y con Venezuela se había pasado un poco de la raya (“para eso me eligieron, ¿no?, para pasarme de la raya”). Ahora tenía que cumplirles a sus acreedores con el regalito de tres y medio millones de millones de dólares en recorte de impuestos (parece ciencia ficción, pero es lo que significa “3.5 trillion dollars”: para que nos duela menos a los que sí pagamos impuestos, digamos 3.512), para que las transnacionales regresaran a casa como los hijos pródigos nostálgicos y arrepentidos que siempre fueron.

Hoy no son únicamente los liberalsocialistas como Bernie Sanders quienes critican la reforma fiscal por aliviar a los ricos y dejar igual, o cargar más según los casos, a la clase media empobrecida: también las organizaciones empresariales de la construcción y los bienes raíces ya avisan que la actual reforma fiscal podría desencadenar una recesión, en vez del cacareado bienestar para todos. Bastante para recomendar que la propuesta de reforma fiscal sea desmenuzada y analizada por partes, lo que lleva tiempo. Y tiempo es lo que Trump no tiene.

Y aquí llega, puntual, Sayfullo Saipov, un uzbeko inmigrado a Estados Unidos desde hace diez años, sin historial de “radicalización islámica” anterior a su llegada según las propias autoridades. He estado pendiente de los avances terroristas en los últimos tres años, a través de las fuentes usuales en estos casos: periódicos y web. He escrito sobre esto y los lectores de esta columna, si queda alguno, quizás lo recuerden. Hay algunas cosas que sé y muchas más que ignoro: pero nunca me había topado con un terrorista-suicida tan torpe.

Baja de la camioneta con la cual asesinó a ocho ciclistas, empuñando una pistolita de juguete: para que la policía lo matara, dicen. Grita “Allahu akbar” (¿seguro? en los videos de esos instantes se aprecia un ruidero del demonio: o ¿tenía un micrófono?); deja un recado en árabe reivindicando ISIS, que las primeras noticias reportaban “en el pavimento, cerca de la camioneta” y luego se precisó “en la camioneta” (OK, admitamos que es un detalle; Boston no es Chicago, pero sí hay viento); pretendía extender más lejos su racha homicida pero se le atravesó el camión escolar con el que se impactó: ¿no lo he escuchado antes, con la bomba al nitrato de amonio que Stephen Paddock había dejado en un esquina del concierto y a la que nunca le atinó? ¿o fue en las Ramblas de Barcelona?

En el hospital, para que no queden dudas, pide que pongan en su habitación una bandera de ISIS (eso se le había olvidado a Oswald: pedir una bandera de Cuba o de la Unión Soviética; o lo mató el torpe de Jack Ruby sin darle tiempo). Para los aficionados al morbo (entre los cuales me cuento, a mucha honra), la pregunta es: ¿cuánto tiempo más sobrevivirá Sayfullo Saipov? Para los analistas críticos (entre los cuales también me cuento, a honra aún mayor) la pregunta es: ¿quién sale favorecido? Sé que ésa de cui prodest es una pregunta tendenciosa, con muchas respuestas posibles: pero a mi venerable edad he aprendido a hacérmela: qué quieren que les diga, la mula no era arisca.

Este mensaje en la botella (no sean malpensados: soy náufrago, no alcohólico) no sería completo sin una referencia a Harvey Bernsteín, Oliver Stone, Kevin Spacey y los muchos que se agregarán a la lista de escándalos sexuales. A ver: acoso, intimidación y, en el peor de los casos, violación, se han conocido como práctica constante en la industria cinematográfica y televisiva desde que existen el cine y la tele, pero también en las discográficas y (¡qué horror!) en la política: vuelvan a leer Señora Tentación de mi buen amigo Rafael Ramírez Heredia, que en paz descanse, y traten de no pensar en Elba Esther. La pregunta es: ¿por qué ahora?

Me sé la primera respuesta: cualquier momento es oportuno si se trata de bloquear un crimen en desarrollo. No podría estar más de acuerdo. Sólo quiero poner las cosas en perspectivas: si la clase política, por sus rencillas internas, abre un resquicio, los que esperaban en la antesala tienen todo el derecho de colarse y hacerse presentes. Ahora bien, la polémica en contra de Dirty Harry tuvo, desde el comienzo, la bendición de Tucker Carlson, Sean Hannity y los demás dioses del prime time de Fox News. Repito: no digo que Ashley Judd, Gwyneth Paltrow, Courtney Love y un largo etcétera deberían haberse callado. Digo que la polémica en contra de los medios liberales y la “hipocresía de Hollywood” le cayó como anillo al dedo a la tambaleante propaganda de Trump.

Termino como empecé este artículo: para ser un buen portero, necesitas suerte. Claro que Trump y su familia presidencial no pudieron prever los alcances de Harvey, Irma o María: ahí fue simple y sencillamente timing para aprovechar una catástrofe. La Vegas y Nueva York ya me despiertan otro tipo de inquietudes. Hay bolas de nieve que pueden imaginarse en lo oscurito de una conversación, fraguarse en petit comité y echarse a deslizar cuesta abajo cuando el momento es propicio: alcanzando las dimensiones que puedan y sin que nadie más tenga la culpa.

Pero seguro que estoy alucinando: por alcohólico, no por náufrago.

 

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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