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PRD, obligada disolución

La tormenta perfecta llegó en julio pasado. El PRD no termina de entender que su ciclo terminó.

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Hugo Morales Galván

La historia cuenta, y la película recoge la versión, de que el Capitán del Titanic, decidió mantenerse al frente del buque que se hundió en el Atlántico Norte. Edward Smith es recordado como un ícono de lo que el capitán de un navío debe de hacer cuando lo alcanza la tragedia.

En el Partido de la Revolución Democrática (PRD) la historia se cuenta al revés. Ante el inminente hundimiento, su capitán y sus oficiales, huyen al saber que la naturaleza de la política terminará por sumergir también a lo que queda de lo que alguna vez fue el buque insignia de la izquierda mexicana.

En ese buque amarillo no fue necesario que el viento hinchara las velas para navegar: quienes hincharon sus bolsas para vivir cómodamente, fueron sus dirigentes. Se enriquecieron por igual, quienes desde una izquierda histórica creyeron que la revolución les hizo justicia, hasta arribistas de todo tipo y de todos colores. Una playera amarilla purificó sus viejos vicios en los tiempos modernos.

Hoy no queda nada de aquel proyecto fundado el 5 de mayo de 1989, y que años después llegó a rasguñar la Presidencia de la República. Se enquistaron tribus y corrientes. Se apropiaron de la estructura de un partido que hablaba de libertades y de nuevo tipo de democracia.

La pluralidad fue la primera que salió. Se fue por la parte trasera. Quien no comulgara con una tribu y jurara abyección total, no tenía posibilidad alguna de sobrevivir. No fueron los principios lo que hicieron sobrevivir al PRD en los últimos años, sino el interés de personas y grupos en la riqueza personal con recursos públicos, generada por las posiciones de poder (dirigentes, alcaldes, síndicos, diputados, senadores; líderes de tribus).

La tormenta se divisó en el horizonte. No hicieron caso. Confiaron en podrido casco del buque. Quienes daban mantenimiento a la maquinaria, fueron emigrando hacia otras opciones, no por una pureza legítima, sino aspirando a la compartición de la riqueza generada por la corrupción.

La tormenta perfecta llegó en julio pasado. El PRD no termina de entender que su ciclo terminó. No entiende que la nave no puede mantenerse a flote con reparaciones verbales, mucho menos con engrudo y parches de un periódico nacido en el descrédito.

La corrupción mató lo que fue el mejor proyecto de la izquierda del Siglo XIX. Hoy son una triste chiquillada legislativa, y una lastimosa expresión política que nadie respeta.

El Partido de la Revolución Democrática está en subasta. Vende sus edificios, sus vehículos, liquida su personal. Pide prestado de los Bisquet´s Obregón para pagar liquidaciones. Alquila, a quien tiene interés, una membresía que, según encuestas durante la campaña electoral, es un fardo de descrédito. La marca PRD aleja los activos.

El PRD no sirve ya como un instrumento político de la ciudadanía. Un gran porcentaje de sus bases emigró hacia Morena, esperanzado en hallar respuesta a sus problemas. No tiene ya representación social ni política. Sus bancadas legislativas son mucho más pobres que el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), en sus orígenes.

La marca apesta. Quienes buscan impulsar un proyecto, prefieren no acercarse a los legisladores o a la dirigencia del PRD. Ya no interesan, ni importan, y tampoco pesan.

¿Qué hacer con un partido, algunos de cuyos dirigentes ni siquiera están afiliados? Se avergonzaban de ser afiliados o militantes, pero contenían su vergüenza ante los salarios, negocios y moches que el Partido les generaba.

El PRD no tiene razón de existir. En el horizonte del corto, mediano y largo plazo, su mejor opción es convocar a su disolución; a vender los pocos activos que le quedan y a llamar a la construcción de algo muy distinto a lo que representa Morena, el reciclamiento del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

La avasalladora fuerza de Morena no tiene contraparte. Las escasas fuerzas opositoras son pocas y divididas y en el caso del PRD, hasta apestadas.

No se puede convocar a la refundación de algo que no funcionó; que es un fracaso. No se debe convocar a reformar lo que de origen necesita morir para poder nacer en otras condiciones; con otros factores y con una coyuntura radicalmente distinta.

La única razón por la cual deban de mantener vivo a este cadáver político, es porque ahí conjuntarán esfuerzos –con fuero incluido— para defenderse, quienes tomaron dinero público y privado a manos llenas para proyectos personales y de grupo. Y todos saben quiénes son. Con nombre y apellido.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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