Por Arturo Páramo
En la elección histórica del pasado domingo se cobraron varias facturas pendientes. El PRD, desgastado por 20 años en el ejercicio del poder y por los errores de la administración de Miguel Ángel Mancera, pagaron un un saldo enorme con la jefatura de gobierno y delegaciones que no lograron sostener, además de perder la ALDF.
Con ello se puede aventurar que el proceso de entrada en vigor de normatividades vitales para la Ciudad, como el Plan General de Desarrollo Urbano, y las leyes que se deben crear a la luz de la nueva Constitución podrían estar en entredicho ante la visión de Morena, siempre crítica del proceso constituyente y de la gestación del PGDU.
Las facturas que pagó el gobierno de la Ciudad de México se acumularon a lo largo de este sexenio.
En su papel de colaborador del gobierno federal, Mancera diluyó el rasgo más valioso de la administración capitalina: ser el contrapeso del gobierno federal. Tarde entendió que debía convertirse en contraparte de la presidencia.
El desarrollo inmobiliario, la autorización de desarrollos de departamentos, oficinas y comercios, aunque no siempre fueron responsabilidad de las autoridades delegacionales, sí faltó oficio a los delegados e incluso al gobierno de la ciudad para exhibir a jueces y a autoridades federales que en muchos casos las solaparon, evitaron sanciones y ampararon legalmente dichas construcciones.
La proliferación de edificios nuevos generó enojo a vecinos prácticamente en todas las delegaciones de la ciudad. Ese disgusto fue vaciado en las boletas electorales en demarcaciones como Álvaro Obregón.
El tema de fotomultas fue bien explotado por Morena debido al enojo que provoca una medida que es norma en todas las ciudades de primer mundo, pero que en la CDMX no supo ser explicada y tuvo un tufo de corrupción.
Las impopulares medidas como los parquímetros y la colocación de arañas a los automóviles que violan el reglamento, representaron un severo golpe en el ánimo popular hacia la imagen del gobierno y de su partido.
La mala fama bien ganada de los caciques delegacionales en Gustavo A. Madero, Álvaro Obregón, Iztacalco, pasaron una factura más al partido que los encumbró.
La reconstrucción tras los sismos del 19 de septiembre fue la puntilla a la aspiración del PRD de prevalecer en la capital.
A la lentitud y casi inmovilidad en la reedificación de los edificios afectados por el sismo y la ayuda que no llegó a los damnificados se sumó la versión difundida por Morena del abandono a los damnificados que nunca pudo ser contrarrestada por el gobierno de la Ciudad.
La sospecha de un desvío de 3 mil millones de pesos del Fondo de Reconstrucción para beneficiar a la campaña de Alejandra Barrales quedó desmentida por la Auditoría Superior de la Federación apenas un par de días antes de la contienda.
El daño ya estaba hecho
Morena gobernará la ciudad, la mayoría de las alcaldías y liderará la Asamblea Legislativa. El PRD tendrá que aprender a ser oposición y reinventarse si desea algún día aspirar a retomar el poder en la capital, o bien, cambiar de nombre, de fachada, refundarse y generar un discurso fresco.
Será sano que nuevos jefes delegacionales, como Layda Sansores, sean vigilados para evitar que el grotesco uso de recursos en efectos personales se repita. Que la tentación de reeditar el gobierno lleno de irregularidades no gane en Iztacalco a su alcalde y ex jefe delegacional, Armando Quintero.
Francisco Chiguil será severamente observado por el equipo Lobo-Arias y cualquier error será magnificado.
Alejandra Barrales logró, sin embargo, que Claudia Sheinbaum no llegara a los prometidos 3.5 millones de votos que le prometió a López Obrador y la diferencia de la morenista fue la mitad de la que logró López Obrador con el otro constructor del Frente.
Estamos ante la gestación de un nuevo orden en la capital que será sometido a un escrutinio del tamaño de la expectativa que generó su fundador, líder y ahora presidente de la República.
