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CDMX

Regalos de Navidad

Todos preparan sus intercambios de regalos. ¿Por qué los políticos no deberían también?

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Por Fulvio Vaglio

Faltan unos cuantos días y ya se pueden apreciar algunos regalos importantes entre gente importante. Mariano Rajoy y el PP se han regalado unas elecciones en Cataluña para el jueves 21, esperando que el clima navideño descolore la tensión por el uso inédito del artículo 155 y reduzca la militancia de los independentistas.

Trump le ha regalado a Netanyahu su reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Regalo de Navidad un poco anticipado ya que se entregó el 6 de diciembre; pero no ha sido un error de calendario: veinte días era lo que de necesitaba para que la marejada se calmara, dejando salir a flote las consecuencias políticas y económicas de la decisión.

Hoy, sábado 16, Sebastian Kurtz le ha regalado a la utraderecha austriaca (el FPÖ) las carteras “armadas” (Interior y Defensa), agregándole de pilón el Ministerio de Exteriores. En el intercambio, se ha regalado a sí mismo el cargo de Primer Ministro y ha saboreado su revanchita personal, cuando ha pagado su visita protocolaria al Presidente, el verde Alexander Van der Bellen, para anunciarle la formación del nuevo gobierno.

En otros casos, parece que Santa anda un poco perdido y no se sabe si llegará a tiempo para la entrega de paquetes navideños: los socialdemócratas alemanes están todavía negociando el precio de su regalo a Angela Merkel; Donald Trump Senior aún no decide si le va a regalar a Junior el cese del fiscal Robert Mueller; Theresa May podría darnos una sorpresa de última hora y regalarle a Emmanuel Macron, con una sonrisa tímida y esquiva, la noticia que para el Brexit no hay prisa; es casi seguro que el Congreso norteamericano les regalará a las corporaciones la reforma fiscal, pero no estamos seguro que llegue en la semana, pues Pennsylvania Avenue en estos días está nevada y resbaladiza y hasta en trineo hay que avanzar con cuidado; y queda, obviamente, por ver qué intercambio navideño se preparan los presidentes de las dos Coreas.

Vale la pena realizar el sueño de todos los niños: abrir con anticipación los regalos para ver qué está en las cajas y luego volverlas a cerrar para que los papás no se den cuenta.

El paquete de Cataluña tiene varios muñecos en la cárcel, otros en libertad provisional y al menos uno en Bruselas. Hasta ahora Junqueras no parece resentir como una burla las declaraciones de Puigdemont y los dos se sonríen a distancia, mientras los partidos políticos manejan una campaña electoral sorprendentemente tibia, considerando como se habían puesto las cosas hace dos meses y medio.

En octubre, los analistas de la crisis catalana habían citado a mansalva el “dilema de los prisioneros” y recomendado que la tolerancia y el altruismo prevalecieran sobre el interés egoísta. Esto es lo que planteaba la versión original de la Teoría de Juegos; pero luego habían venido otras versiones, menos optimistas; la Declaración Unilateral de Independencia por parte del Govern de Barcelona, y la aplicación (también unilateral) del artículo 155 por parte del gobierno de Madrid les dieron razón a los pesimistas.

Han pasado dos meses y algunas manifestaciones, pro y contra. Parecería un tiempo razonable para que la aguas se calmaran y las nuevas elecciones remediaran los muchos desaseos del Primero de Octubre; pero no: el manejo de fechas por parte de Mariano Rajoy remite a la más rancia tradición política populista, según la cual los ciudadanos son niños, lo único que quieren en Navidad son regalos envueltos en un papel llamativo y lo mejor que pueden hacer sus papás es engañarlos: a fin de bien, claro.

¿Les funcionará, a Rajoy su banda, este jueguito tan transparente? Lo sabremos este jueves. Los independentistas recargados juran que no. El PSOE e Izquierda Unida callan: por miedo a ser políticamente incorrecto, dicen algunos; para deslindar responsabilidades, dicen otros. Que alguien les regales uno de esos artefactos para disfrazar la voz, tipo Dart Vader.

El regalo de Trump a Netanyahu tiene aristas que han quedado, hasta ahora, en la penumbra. Por ejemplo, Navidad es una fecha importante para el flujo de turistas internacionales, interraciales e interreligiosos hacia Jerusalén: pero hace unos días el alcalde de Nazaret (ciudad que es hoy de mayoría árabe-palestina, con minorías cristiana fuerte y judía débil) ya ha anunciado que este año se suspenderán las celebraciones, para no propiciar incidentes.

Supongo que las agencias de viaje estarán ocupadísimas a buscar objetivos alternos, dentro y fuera del Medio Oriente, pero seguramente lejos de Jerusalén y fuera de Israel. ¿Dónde quedó, en estas circunstancias, el cacareado sentido de negocios de Jared e Ivanka?

En los pliegues de la envoltura quedan ocultos regalitos más pequeños pero más importantes: la primera hipótesis es que el regalo de Trump fue en respuesta a una solicitud del propio Netanyahu, quien estaba en la mira de la oposición por los escándalos de corrupción que involucran al gobierno, a él mismo y a su familia; la segunda es que Trump necesita una buena guerra para reactivar su popularidad en descenso (Truman tuvo la suya, Kennedy la tenía y la echó a perder, Johnson y Nixon sí la tuvieron y no la desaprovecharon, los dos Bush, padre e hijo, las tuvieron o se las crearon, Clinton la buscó y más o menos la encontró en la ex Yugoslavia; Obama tuvo que contentarse con conflictos locales.

Y a Trump, ¿qué le queda? Bueno, unas amenazas de guerra son mejor que nada: el Medio Oriente es más inflamable que una pipa volcada en la autopista, los terroristas son predecibles y los miembros árabes de la OPEC podrían pensar que tiene sentido incendiar los pozos petroleros ahora que Inglaterra, Alemania y otros países del Primer Mundo han decidido apostarle a lo híbrido: pues sí ‘tons, echémosles un fósforo y a ver si prende.

¿Austria dándole lecciones de nazismo a Alemania? Ver para creer. El paquete, anunciado ayer, del nuevo gobierno ÖVP-FPÖ contiene la restricción radical a la inmigración, el seguro social (salud y pensiones) limitado para austriacos de nacimiento y la reforma fiscal en favor de empresarios y ricos; sobre estos temas la CDU-CSU alemana podría, en principio, coincidir si no tuviera que negociar con los socialdemócratas; inclusive sobre el tema europeo, el programa de Sebastian Kurtz plantea la permanencia indiscutible de Austria en la Unión.

Y sin embargo los analistas señalan que el nuevo gobierno austriaco tiene un claro posicionamiento anti-Merkel. Por el momento, se reactiva el acercamiento geopolítico e ideológico de Austria con el “bloque de Visegrád”, es decir, con el grupo de países más decididamente conservadores de Europa oriental: Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría; Kurtz se puede presentar como el anti-Merkel por razones de imagen, pero en realidad su tirada es presionar desde el Este europeo al centro conservador alemán para que se deshaga, en cuanto pueda, del abrazo de los socialdemócratas.

Abrazo que sigue en veremos: los análisis siempre atinados de Laura Iglesias han señalado que hay dos puntos álgidos sobre los que Martin Schulz reloaded y Angela Merkel están un ruta de colisión: el alcance de la inmigración permisiva y el dogma del equilibrio macroeconómico; sobre el primer punto, los conservadores insisten que sólo los inmigrados con reconocimiento de refugiados políticos tengan derecho a la reunificación familiar, mientras que los socialdemócratas pretenden que esta provisión se extienda a los inmigrados económicos (que son la enorme mayoría).

Sobre el segundo punto, los conservadores alemanes siguen defendiendo el equilibrio en la balanza de ingresos y egresos (el ordoliberalismus), mientras los socialdemócratas insisten en una política de endeudamiento para costear políticas sociales progresistas: una reedición de Walter Eucken versus John Maynard Keynes y Hjalmar Schacht juntos, o del liberalismo clásico francés e inglés contra el New Deal norteamericano y la política económica de la Alemania nazista.

Es difícil que el paquete de la Großekoalition se pueda abrir antes de que termine el puente Lupe-Reyes: los analistas más prudentes prevén que en nuevo gobierno alemán no se dará antes de marzo, o inclusive hasta bien entrada la próxima primavera. Esto le da a Sebastian Kurtz suficiente tiempo para afinar sus armas propagandísticas y tantear sus opciones internacionales, incluyendo sus nuevos aliados de Visegrád.

Los defensores de la reforma fiscal en Estados Unidos también buscan alianzas navideñas para su última (y probablemente exitosa) ofensiva: en su afán de conseguir apoyos, ahora les guiñan el ojo a las feministas y a todos los indignados por los escándalos de acoso sexual. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Es que ya se han propuesto enmiendas a la ley fiscal, en el sentido que las empresas no podrán deducir de impuestos los gastos legales para sustraer a sus funcionarios de las demandas por acoso. Éticamente indiscutible, ¿no? ¿Satisfechos todos?

Pero hay un catch 22, o mejor dicho hay dos, que sumados dan cuarenta y cuatro. El primer es que ese tipo de deducciones sólo estará prohibido si, al acuerdo entre parte acosadora y acosada, se asocia una cláusula de privacidad y secrecía que prohíba su publicación y difusión. Bueno, dirán ustedes, ya es algo: finalmente, si el acosador no quiere ser expuesto públicamente, por lo menos que no le cargue al dinero público el costo de ese proceso.

Sea como sea, ya no me parece tan éticamente irreprehensible; pero está el segundo catch: los empresarios y las corporaciones demandadas por acoso o discriminación sexual podrán deducir de impuesto sus gastos legales; pero las mujeres (y hombres) acosadas que las denuncian, no. ¿Qué les parece? ¿No es un buen regalo de Navidad, aunque probablemente lo reciban bien entrado el próximo año, como el pago que Televisa me debe?

¿Se va o se queda Robert Mueller? Por el momento parece que se queda; la polémica sobre su posible despido ya ha creado asomos de alianzas bipartidistas en contra de Trump: si el Presidente corre a Mueller, el Congreso se compromete a reinstalarlo de inmediato; por una vez, parece que los tiempos simbólicos de la política interna norteamericana son adecuados: para entonces, Navidad habrá pasado desde rato y nos acercaríamos a carnaval.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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