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Regreso a clases en Polonia: enterrando el eslabón perdido

La reforma educativa en Polonia está provocando movilizaciones y protestas. Es posible que esta reforma, si se mantiene, sea un clavo más en el ataúd del liberalismo europeo. Por lo pronto, no es difícil ver que el movimiento obrero polaco ha perdido su rumbo.

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Por Fulvio Vaglio

A mi respetable edad, hay pocas cosas de las que estoy absolutamente seguro: una es que, si quisiera fundar un partido de oposición con aspiraciones de gobierno, no lo llamaría Ley y Justicia. Me suena a populismo barato o, peor tantito, a escuadrones de la muerte: pero es el nombre que le pusieron sus fundadores al actual partido de gobierno en Polonia.

Entre ellos estuvieron los gemelos Kaczyński, Lech y Jarosław: el primero fue Presidente de la República hasta que murió en un avionazo en 2010 (que decimó la cabeza del partido y del gobierno); el segundo sigue como presidente actual del partido cuyo programa incluye, entre otras medidas, el restablecimiento de la pena de muerte, la lucha contra la corrupción, una “economía social de mercado” (sea lo que fuere que quiera decir) originalmente liberal y ahora proteccionista, la oposición total a la eutanasia, a los matrimonios homosexuales, a la legalización de las drogas; apoya la propuesta de ley presentada el año pasado por el Movimiento por el Derecho a la Vida para la prohibición total del aborto, que derogaría las excepciones previstas por la legislación actual (violación, peligro de vida de la madre, malformación del feto); y se dice “moderadamente euroescéptico” (no nos dejemos engañar por el “moderadamente”, pues también el Frente Nacional de Marine Le Pen entra en ese cajón de sastre): en realidad Polonia, Hungría y Croacia se encuentran, más frecuentemente que no, en la lista de reprobados de la Unión Europea en tema de acogida y reubicación de los migrantes.

En otras palabras, Ley y Justicia tiene un programa ultraconservador con apenas una pátina de oportunismo político: tipo el Verde Ecologista de aquí, para entendernos. Es una de esas paradojas difíciles de tragar, pero perfectamente razonables en la implosión causada por el socialismo soviético: el actual Ley y Justicia tiene sus orígenes nada menos que en Solidarność de los años ochenta, es decir, en el movimiento obrero más combativo y más exitoso que haya conocido la Europa del bloque soviético.

Éste, de por sí, fue un resultado indirecto de la expoliación de la capacidad industrial de Europa Oriental emprendida por Stalin y la troika que le sucedió, y luego retomada, con renovado ahínco, después de 1956: las fábricas de Chequia, Bohemia y Hungría se podían desmantelar pieza por pieza y ladrillo por ladrillo para re-ensamblarlas en la Unión Soviética; pero desmantelar y reubicar un astillero o un puerto no es tan fácil, a menos que te lleves el mar Báltico con ellos.  Así que Gdańsk, Gdynia y Szczecin se mantuvieron por un cuarto de siglo como un recordatorio latente de que la resistencia obrera permanece y se organiza, por dentro y por fuera de los canales oficiales: desde el verano y otoño de 1956, a las manifestaciones de 1970 y la masacre de Gdynia, a la ocupación de los astilleros de Gdańsk y el nacimiento de Solidaridad una década más tarde.

A su vez, esos acontecimientos estuvieron constantemente ligados por doble nudo a la evolución de la política en Polonia y en el bloque soviético, hasta (y más allá de) su derrumbe. El “octubre polaco” fue utilizado por los reformadores moderados (liderados por el viejo zorro Władysław Gomułka) para impulsarse al poder, con el beneplácito a regañadientes de las autoridades soviéticas que apenas estaban reponiéndose de la “desestalinización” del XX congreso del PCUS; de paso, los acontecimientos de Varsovia inspiraron el intento de revolución democrática en Hungría, que terminó con su represión sangrienta por parte de las tropas soviéticas; allí empezó el cauto acercamiento de Polonia al modelo que mucho más tarde se llamó “eurocomunismo” (con el PCI de Palmiro Togliatti y luego Enrico Berlinguer a la cabeza) y, en general, a Europa occidental vía la Ostpolitik de Willy Brandt.

El movimiento de 1970 no tuvo tanta suerte: fue reprimido brutalmente cuando el ejército ametralló a los trabajadores Gdynia que bajaban de los trenes para regresar al trabajo después de terminada la huelga, con un saldo de decenas de muertos, enterrados por allí esa misma noche, aprisa y clandestinamente; también en ese caso, sin embargo, las autoridades soviéticas (esta vez bajo el liderazgo de Leonid Brezhnev) aceptaron un cambio, o un maquillaje, en la cumbre política de Polonia: sacrificaron al ya incómodo  Gomułka y lo sustituyeron con Edward Gierek, a quien le tocó maniobrar cuidadosamente en las aguas peligrosas entre una relativa autonomía política de Moscú y el cauto acercamiento económico a Occidente: hasta que él también se volvió incómodo y obsoleto, frente a la nueva oleada de huelgas que empezó en 1980.

La historia de este último movimiento es bastante más conocida: empezó el 14 de agosto de 1980 en el astillero Lenin de Gdańsk, forzó un reconocimiento semioficial de su organización sindical (Solidarność, precisamente) y se mantuvo hasta el golpe militar de Jaruzelski el 13 de diciembre de 1981; existió por siete años como movimiento en exilio, con sede en Bruselas, y volvió a resurgir en los astilleros polacos en 1988.

La resistencia enconada del movimiento obrero, no sólo se entrelazó siempre con las oscilaciones del bloque comunista, sino con dos otros aspectos que son fundamentales para entender la situación actual en Polonia. Las vicisitudes del comunismo polaco fueron siempre teñidas de una fuerte veta de nacionalismo, seguramente por haber sido, éste, a veces reprimido, a veces reconocido, siempre utilizado por las grandes potencias desde, por lo menos, el siglo XVIII. El éxito de Gomułka en el “octubre polaco” de 1956, allí donde Imre Nagy fracasó, se debió en buena parte al reconocimiento, por parte de las autoridades soviéticas, de que el nacionalismo polaco era una fuerza ideológica que más valía tener de su lado; y esa consideración se ha mantenido a lo largo de las décadas siguientes hasta hoy, con todo y los cambios radicales sucedidos en la política y la economía internacionales.

La otra componente ideológica que ha seguido presente en la sociedad polaca es la religión: mucho antes de que el mundo oyera hablar de un sacerdote, filósofo, ex director de teatro, llamado Karol Wojtyla, un cardenal católico había sido moneda de cambio para la restructuración política de 1956: Stefan Wyszyński, saludado como un héroe a su liberación de la cárcel; desde entonces, las autoridades comunistas en Polonia mantuvieron una “oposición relajada” a la iglesia católica, aún más que las propias autoridades soviéticas hacia la iglesia ortodoxa después de Stalin (que es una historia que apenas se empieza a conocer).

El catolicismo, y la colaboración con Papa Wojtyla, siempre ha sido parte integral de la otra figura que ha dominado el escenario del sindicalismo y la política polaca desde los años setenta: Lech Wałȩsa, el obrero electricista del Astillero Lenin, líder, organizador y secretario general de Solidarność, premio Nobel de la paz en 1983 (fue su esposa quien acudió a recibirlo en Estocolmo porque Wałȩsa temía justamente que, si salía de Polonia, las autoridades comunistas no le permitirían volver) y Presidente de la República de 1990 a 1995; católico observante, antiabortista, respetuoso del lema “todos los hijos que Dios quiera” (tiene ocho), “tolerante sarcástico” hacia los homosexuales (declaró que los diputados gay deberían “sentarse fuera del parlamento porque tienen poca importancia” y que esa minoría “no debería poder manifestarse en la calle para no confundir a mis hijos y mis nietos”: una figura profundamente contradictoria, así como lo fue Wojtyla, luchador incansable por la libertad frente al bloque comunista, jefe de estado sonriente en el apretón de mano con Pinochet, adversario tenaz de la teología de la liberación en Latinoamérica, enemigo displicente de las católicas por el derecho a decidir.

A diferencia de Juan Pablo II, sin embargo, Wałȩsa no ha terminado en los altares. Ya como dirigente político, su carrera post-Solidaridad ha ido en constante bajada: ganó las elecciones presidenciales en 1990 (con el 75 por ciento de los votos) y las perdió, entre controversias, en 1995 (con el 48); anunció su retiro de la política, pero regresó en 1997 para fundar su propio partido que fue derrotado en 2000 con poco más del uno por ciento de los votos.

La diáspora de Solidarność ha dado origen, entre otros, al partido que ahora gobierna Polonia; tampoco este partido ha tenido una vida tranquila y una trayectoria consistente: Ley y Justicia gobernó (con el 27 por ciento de los votos) de 2005 a 2007 en coalición con partidos paleros con los nombres significativos de Autodefensa de la República y de Liga de las Familias Polacas; perdió la mayoría cuando Autodefensa dejó la coalición, en protesta porque su viceprimer ministro y ministro de la Agricultura había sido destituido por corrupción; Ley y Justicia perdió las elecciones presidenciales anticipadas;  enfrentó una amenaza de fractura en 2010, cuando una parte de los parlamentarios lo abandonaron para fundar Polonia es lo más importante (¿no les recuerda America First de Trump?), denunciando que el partido había caído en manos de la ultraderecha (pero regresaron al redil después de la muerte de Lech Kaczyński). Finalmente, en 2015, ganó la mayoría absoluta de los escaños (con el 38 por ciento de los votos: misterios de las leyes electorales que en Italia, desde 1953, se llaman legge truffa, ley transa).

A partir de entonces se ha dedicado a implementar su programa, cuyos puntos resumí al comienzo de este artículo: entre ellos, aprobó al vapor una reforma educativa que entra en vigor en estos días, al inicio del nuevo año escolar y que es un retroceso a estructuras decimonónicas: eliminación de la fórmula “6+3+3” (seis años de primaria, tres de secundaria inferior y tres de secundaria superior) y su sustitución por una secundaria única, pero diferenciada entre estudios generales (con acceso a la universidad) y estudios técnicos (para los menos favorecidos). El sistema anterior, aprobado en 1993 y refrendado diez años más tarde, equitativo aunque tecnocrático, había colocado a Polonia en los primeros lugares en las estadísticas exitosa de la OCDE: no es difícil predecir un rápido resbalón si la protesta de padres de familia, profesores y estudiantes actualmente en curso, no logran bloquear la nueva reforma.

Botón de muestra de la reforma son los nuevos libros de texto, de los cuales ha sido expungida toda referencia a Darwin y a la teoría de la evolución; el origen del hombre sólo se enfrentará en las clases de religión (obviamente en sentido creacionista, no evolucionista, con los hijos de Caín ocupando el lugar del eslabón perdido). Ha aumentado el énfasis en la historia patria y los valores nacionalistas. Y he dejado al final lo mero bueno: entre los personajes históricos que se han vuelto innombrables e inexistentes en los nuevos libros de texto, está Lech Wałȩsa, sospechoso de haber colaborado, en el pasado, con las autoridades comunistas. Tenía tristemente razón Marx: terminada la tragedia, la historia se repite en forma de farsa, y lo que se mantiene es el oportunismo.

Dejo al lector la opción de reflexionar sobre el parecido entre la reforma educativa polaca y la de la SEP mexicana, libros de texto incluidos.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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