Por Arturo Páramo
Una ruptura total ocurrió entre la dirigencia local del PRD de la CDMX con la presidencia nacional de ese partido y con el ex jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera.
En el transcurso de la semana y siempre por vía telefónica, Manuel Granados y Mancera reclamaron a Raúl Flores que en su análisis de la derrota perredista los señalará como parte de los responsables de la pérdida de la jefatura de Gobierno, de la mayoría en el futuro Congreso y de delegaciones icónicas para ese partido: Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Álvaro Obregón.
La ruptura podría acelerar la liquidación del registro del PRD y la creación de un nuevo polo social demócrata que, con el tiempo, podría aspirar a ser factor de decisión en la capital. Alcanzar de nuevo posiciones relevantes en la política nacional sería una quimera.
El encontronazo fue tan severo que es posible que Mancera se desmarque del PRD, pues su llegada al Senado se dio por la vía plurinominal a través del PAN. El golpe fue tan duro que el futuro de personajes otrora todo poderosos como Héctor Serrano, quien sirvió fielmente a Mancera, y también a Marcelo Ebrard, están en suspenso.
Entre los derrotados se tiene la expectativa de que Morena tendrá que ocupar tantos espacios en la administración pública y el Congreso que es posible que se registre una importante migración de funcionarios de carrera y de gente que conoce el “know how” en la administración actual.
Esa expectativa, sin embargo, podría frustrarse. Gran revuelo levantó en el gremio periodístico la afirmación de AMLO respecto a la concentración de la comunicación social en una sola dependencia de la presidencia de la República.
Es una medida de austeridad que tienen como fin el adelgazamiento de la burocracia. En el trasfondo, sin embargo, está la reedición del modelo de control de información que se tuvo durante su gestión como Jefe de Gobierno, donde toda entrevista debía ser pactada desde la oficina de comunicación social central, y con ello tener un manejo más férreo de la información que se generaba desde el Ayuntamiento.
Repetir la experiencia a nivel nacional parece ser una tarea titánica y de la que no hay precedentes. Especialistas en el manejo de comunicación social han expuesto que también se generará un alto número de despidos de personal.
En la cobertura mediática de las campañas, es probable que medios hayan hecho un loable trabajo y, sin embargo, su premio sea vivir en la zozobra por la austeridad republicana.
La reciente visita a la Ciudad de México del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, puso en evidencia la forma de hacer política del virtual ganador de las elecciones presidenciales: llevar a todos quienes gravitan en su órbita a dónde él quiere.
Lo que se veía como una curiosidad, cuando López Obrador ocupó la casona de Chihuahua esquina Mérida, en la Colonia Roma, se convirtió en un problema para los vecinos, que debieron identificarse para entrar a sus casas.
Los tumultos en esa calle tranquila, y también frente al salón de fiestas de la calle San Luis Potosí, en donde realiza las reuniones con su gabinete, gobernadores, senadores y diputados electos, reflejan lo explicado en este espacio sobre el delicado equilibrio en su logística y la seguridad de AMLO.
El tabasqueño tiene una rueda de prensa diaria, y sus colaboradores han sido limitados para hablar de los proyectos que han echado a andar.
López Obrador despliega su personal forma de gobernar, intentando controlar cada paso de su gobierno, cada dato que de ella surja y cada recurso destinado a los medios de comunicación.
La austeridad también es una manera de control, que se verá reforzada con el envío de sus representantes a cada entidad. El próximo presidente puede hacerlo, sobre todo, porque sus adversarios políticos quedaron destrozados en el camino, en peleas intestinas, con rompimientos, y retraídos. López Obrador navega en aguas inexploradas, sin contrapeso alguno a la vista.
