Arturo Páramo
La Secretaría de Hacienda ha demostrado ser el principal órgano ejecutor de las políticas de austeridad del gobierno de la República y puede ser el verdadero escollo que deben cruzar todos los funcionarios que sirven a la llamada Cuarta Transformación.
A medio año de iniciada la administración de Andrés Manuel López Obrador, el nuevo régimen tomo la decisión de desmantelar todo lo que significara, oliera o caminara como neoliberalismo.
Está en su derecho y fue lo que ofreció desde su precampaña, desde el anuncio de su Proyecto Alternativo de Nación, desde las campañas presidenciales de 2012 y 2006, e incluso ese discurso ya se advertía desde el inicio de la lucha social del ahora presidente en los calcinantes pantanos de Tabasco.
No hay sorpresas en cuanto al discurso. Lo que sí llama la atención es que en el intento de cortar de tajo con el sistema anterior no se contempló que los cambios deben ser paulatinos, dosificados, desmantelar uno para luego construir otro y de optó por un cambio abrupto, apenas con margen de maniobra.
Al carecerse de una estrategia de transformación de régimen, de estructuras administrativas, de protocolos para la distribución de recursos, de sustitución de personal, de política para afrontar las demandas laborales, se han provocado cuellos de botella que afectan a quienes dice el presidente que son aquellos a los que quiere proteger.
Aquí hemos documentado que el censo de Bienestar no ha concluido, que existen familias sin censar en varias zonas del país; eso obstaculiza la dispersión de recursos, y ante la falta de un robusto sistema bancario, genera pérdidas y retrasos en el cobro de apoyos económicos a las personas que los reciben.
La carta de renuncia al cargo de Germán Martínez evidenció también que el control de Hacienda no sólo se presenta en la entrega de recursos, sino en el nombramiento de delegados de esa dependencia en cada estado para corroborar que el dinero sea necesario y también para decidir dónde, cuándo y cómo se entrega.
En los hechos, administrativamente Hacienda decide incluso sobre el director del Instituto.
El caso de la renuncia de Josefa González a la Secretaría de Medio Ambiente, sus motivos convencen poco. Quienes hemos viajado en vuelos comerciales con secretarios de Estado sabemos que ninguno se atrevería a un acto tan chocante como pedir que un avión regrese a recogerlo.
Más bien la renuncia de la secretaria parece una salida ante las críticas locales, nacionales e internacionales que se avecinan hacia los proyectos del Tren Maya (atravesará la reserva de la Biósfera de Kalakmul), de la refinería de Dos Bocas (Donde ya se hizo un cuestionable desmonte de manglar), y el Aeropuerto de Santa Lucía (afectaciones a tierras ejidales). Porque para soportar esa presión se requiere una madera que al parecer Josefa no tenía.
Estar en primera fila de la Cuarta Transformación requiere de temple, y al parecer López Obrador encontró en Carlos Urzúa a uno que no sólo lo tiene sino que está dispuesto a llevarlo al límite.
Hacienda es el brazo ejecutor de la política de austeridad de un Presidente que atribuye a sus adversarios el desastre que hay en clínicas, centros de salud, hospitales e incluso en los institutos de atención médica que tradicionalmente tenían recursos para mantenerse a la vanguardia. Desastre que en seis meses se agudizó.
La austeridad es el punto de partida y de llegada de una administración que somete a su principal base, a las personas que estaban cansadas de los abusos del poder, a un nuevo reto: soportar estoicamente que la Cuarta Transformación logre lo que se propone.
López Obrador ofrece fechas, asume retos, se auto emplaza y se aproxima al abismo económico con una temeridad no vista desde la debacle petrolera de finales de los años setenta.
Según López Obrador, antes de finalizar este año ya se observarán cambios en el abasto de medicamentos en el sector salud, ya los beneficiarios de apoyos sociales tendrán acceso regular al sistema bancario, la producción de petróleo tendrá un ligero repunte, se incrementará la inversión extranjera, seremos autosuficientes en abasto alimentario, etcétera.
Lo cierto es que los últimos diez días han sido el momento de mayor escándalo en un gobierno que nos ha obsequiado seis meses sin tregua, que van de la zozobra a la esperanza con un ritmo no apto para cardíacos.
