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Ultraderecha en Europa: ¿Allí para quedarse?

Empiezan a llegar los resultados preliminares de las elecciones generales en Austria: confirman el ascenso de la ultraderecha, así como las muchas operaciones de transformismo y maquillaje a las que se ha sometido; también confirman la crisis de las socialdemocracias y de las coalicione demasiado abiertas.

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Por Fulvio Vaglio

El esquema general queda claro: un partido, o movimiento, de ultraderecha se refuerza y alcanza un éxito electoral, pequeño o grande, pero imprevisto; convence a varias conciencias y asusta a muchas más; en consecuencia, otros partidos, también de derecha, pero de alcance más masivo e ideario más maquillado, crecen hasta alcanzar posiciones de gobierno. En algunos casos los viejos sistemas de alianzas o coaliciones políticas se adaptan y hacen lugar para el nuevo llegado; en otros casos, la vieja coalición se rompe. Sucedió en Alemania el 25 de septiembre pasado y es casi seguro que vuelva a pasar en Austria a partir de mañana.

Alemania: el Partido Nacionaldemócrata (NPD), abiertamente neonazi, había superado el 1% de los votos entre 2005 y 2013, consiguiendo además un diputado europeo en 2014. Su presencia le permite al nuevo partido de extrema derecha, Alternativa para Alemania (AfD), presentar una cara ligeramente más moderada y ganarse un cómodo tercer lugar en las elecciones del 25 de septiembre 2017.

Austria: si se confirman los resultados preliminares, el Partido Popular gana con poco más del 30%; el Partido de la Libertad (de extrema derecha) es segundo con más del 27%, y los Socialdemócratas terceros con poco más del 25%. De aquí se desprende el guion de las negociaciones postelectorales y de las coaliciones posible; pero es un guion ya viejo y repetitivo.

Grecia: Amanecer Dorado (XA) es el último descendiente de la ultraderecha griega: fundado en 1985, no reniega sus orígenes, que están en el régimen filo nazi de Ioannis Metaxás (1936-1941) y en la dictadura de los coroneles (1967-1974). En sus programas recientes está la formación de un banco de sangre “sólo para griegos” y de un economato para la distribución de comida gratuita “sólo para griegos de sangre y etnia”. Se le ha vinculado con numerosos asesinatos de inmigrantes y de al menos un periodista de renombre, Pavlos Fyssas.

XA es quizás el movimiento de ultra-ultraderecha con los resultados electorales más constantes: está ubicado como “tercera fuerza”, con promedios generales entre el 6 y el 8 por ciento, pero alcanza porcentaje muy superiores en los barrios con la población más joven (en ocasiones arriba del 20%); de todas maneras, le permite a los Griegos Independientes (ANEL) utilizar una plataforma nacionalista y xenófoba un poco más moderada, que se traduce en el ingreso, muy controvertido, de ANEL a una coalición de gobierno con SIRIZA, que a su vez es una coalición de fuerzas de izquierda. SIRIZA enfrentó una secesión por haber aceptado a la derecha en su gobierno.

En Eslovaquia, el papel de partido de ultraderecha le toca al Partido Popular Nuestra Eslovaquia (LSNS); entre sus joyas está la construcción de un muro que separa los barrios blancos y clase-medieros, de los guetos habitados por gitanos en condiciones infrahumanas, en las ciudades de Košice y Vel’ká Ida; pero su función política real ha sido permitirle, en 2016, al también ultraderechista Partido Nacional Eslovaco (SNS) ingresar a la tambaleante coalición de gobierno con el socialdemócrata SMER.

Partidos ultraderechistas y con semejante función de paleros los encontramos en Polonia y en Hungría: en Polonia, el rockero punk Pawel Kukiz fundó su movimiento Kukiz’15, cuyo desempeño fue apoyar e impulsar el viraje hacia derecha radical del partido populista en el gobierno, Ley y Justicia (PiS) de Jarosław Kaczyński. En Hungría, el ultranacionalista Movimiento por una Hungría Mejor (JOBBIK) de Gábor Vona, oficialmente enemistado a muerte con la “dictadura” de Viktor Orban, en realidad le proporciona a su Unión Cívica Húngara (FIDESZ) una muy cómoda posición “centrista” para seguir en el poder.

Un caso un poco aparte, quizás, es el de Bélgica: el Vlaams Belang (VB), desde su fundación en 2004, no ha dejado de sostener su reivindicación básica: la creación de un estado flamenco independiente; después del referéndum británico sobre el Brexit, VB se apresuró a pedir un referéndum parecido para los Flandes, que todavía no ha prosperado.

Faltan escenarios más complejos: en el Reino Unido, el Partido de la Independencia (UKIP) está experimentando un viraje a la ultraderecha, enmascarado como una lucha de género por la presidencia del partido, con Ann-Marie Waters (lesbiana y ex activista por los derechos civiles de la comunidad homosexual) enfrentando a Henry Bolton (ex soldado y ex policía). Por rara que parezca esta pareja de contrincantes, ambos son acomunado por la islamofobia y abonan a la causa de Theresa May en este momento de difíciles negociaciones, torpedeadas desde adentro y desde afuera, sobre el Brexit.

Falta, obviamente, hablar de Países Bajos y de Francia: también allí el crecimiento de la ultraderecha favoreció la subida al poder de una alternativa conservadora con cara de diálogo: la amenaza electoral del PVV de Geert Wilders asustó a un número suficiente de holandeses, como para que regresaran al redil del VDD de Mark Rutte, haciendo olvidar que el partido de Wilders se había formado por una escisión del de Rutte.

En cuanto a Francia, como se sabe, el Front National de Marine Le Pen cedió las armas frente al movimiento-partido En Marche! de Emmanuel Macron. Y con eso podemos cerrar el círculo de este artículo.

A Sebastian Kurz, ganador – según parece –  de las elecciones de hoy en Austria, ya le dicen “el Macron austriaco”. Hay algo de cierto en esta comparación: los dos son jóvenes (31 años Kurtz, 39 Macron); ambos se han labrado su camino desde adentro de los respectivos gobiernos (Macron como Ministro de Economía, Kurtz como Ministro de Relaciones Exteriores e Integración); ambos se han manejado con desenvoltura en el momento de deslindarse de esos mismos gobiernos para plantear programas propios.

La diferencia es que Kurtz no ha necesitado formar su propio partido, ya que la tradición política austriaca ya le ofrecía uno hecho y derecho: el Partido Popular Austriaco (ÖVP). Fundado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial con todo el apoyo de las potencias occidentales (preocupadas por una eventual injerencia de la Unión Soviética fuera de Europa del Este y de Alemania recién conquistada), el ÖVP siempre fue un partido conservador: a veces extremadamente conservador, a veces coquetamente progresista, siempre – programáticamente – centrista.

El panorama político de Austria no pudo nunca ser algo más que un reflejo de lo que sucedía en le hermana mayor Alemania,  y esto se mantiene al día de hoy: el ÖVP de Sebastian Kurz es la miniatura del CDU/CSU, así como el Partido Socialdemócrata austriaco (SPÖ) nunca fue independiente de su contraparte alemán (SPD); inclusive entre los partidos menores, los liberales austriacos del NEOS y los Grünen se corresponden con claridad a sus contrapartes alemanas; el Partido de la Libertad austriaco (FPÖ) es igual, o más, de ultraderecha que la AfD: de sus fundadores originales de 1956, Anton Reinthaller y Friedrich Peter eran ex SS, y en su ideario nunca han faltado homenajes al Tercer Reich y recriminaciones pos su derrota.

La diferencia es que hoy Kurtz necesita tanto al ÖVP como al FPÖ para darse su baño de popularidad, mientras que Merkel no. Kurtz no puede desechar al partido neonazi, independientemente de sus simpatías o antipatías personales (y es evidente que tiene más de la primeras que de las segundas); Angela Merkel sí puede: por eso ha rechazado, desde que se dieron a conocer los resultados, a Alternativa para Alemania, y está coqueteando con Liberales y Verdes para formar su nueva coalición, mientras que Kurtz estará casi seguramente obligado a una coalición con los neonazis del Partido de la Libertad.

Fuera de las especulaciones sobre porcentajes y coaliciones posibles, queda un dato duro y preocupante: las apelaciones nacionalistas y excluyentes de la ultraderecha encuentran un eco creciente entre los jóvenes desempleados, o subempleados, de los barrios lumpen, que se sienten amenazados por la inmigración; y esto se aúna al rechazo de una clase política que se percibe incapaz de hacer lo suficiente para solucionar su situación.

Hay una imagen, tomada la semana anterior al referéndum del 4 diciembre 2016 en Italia, en el que se trababa de aceptar o rechazar una serie de reformas constitucionales (casi todas de corte progresistas): el primer ministro italiano, Matteo Renzi, de la coalición de izquierda, ya había anunciado que renunciaría si los resultados no le eran favorables: en la foto se ve una pareja de jóvenes, divertida y despreocupada, enarbolando una pancarta que reza: “4 diciembre: mandémoslo a casa”.   

Tiene razón Liam McCaughlin, cuando sugiere (en el New Stateswman de hace unas semanas) que, no importa cómo se llamen ellos mismos, los miembros del FPÖ son neonazis, populistas, racistas, xenófobos y eurófobos, y que estos términos no son excluyentes sino complementarios. Pero también tiene razón Carmen Valero cuando escribe (en El Mundo del 1° de octubre), que “el populismo es mutante, tiene capacidad para regenerarse, y llegó para quedarse”. Al menos un rato, que seguro nos va a parecer terriblemente largo.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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