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CDMX

Verdades incontrovertibles: Desastres, libros peligrosos, militares, Las Vegas

Autoridades y medios de comunicación tienen su manera de confundir las noticias a un punto en que la verdad es irreconocible: ¿qué nos queda sino una sana y justificada desconfianza?

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Por Fulvio Vaglio

Propongo un juego de simulación: lo llamaré “SiEstuvieraSucediendoEnMéxico” (ustedes pueden ponerle el hashtag, si quieren): imaginemos que lo que vemos y escuchamos en los canales norteamericanos de noticias se refiera a acontecimientos de aquí. Por ejemplo, la falta de ayuda a los damnificados de María en Puerto Rico; o una obra maestra de la literatura retirada de la lista de lectura en una escuela pública; o los cuatro soldados emboscados y matados en Niger; o la masacre de Las Vegas. Y juguemos a cómo reaccionaríamos.

Imaginemos que el gobernador de un Estado, y la alcaldesa de la capital de ese estado, hayan insinuado no sólo que la ayuda federal llega poca y a cuenta gotas, sino que algunos de los encargados de distribuir la ayuda se la estén desapareciendo; robando, vaya. Estaríamos indignados, probablemente; pero también, en un rinconcito de nuestras cabezotas, diríamos: ¿Y? ¡Qué novedad! Y si unos días después viéramos al Presidente tirarles toallas sanitarias a los damnificados bastante suertudos para haber sido admitidos a su augusta presencia, diríamos “Ahora sí, te pasaste, mano”: junto con una sonrisa y una sacudida de hombros: total, una pifia más o menos…

O imaginemos que Biloxi, Mississippi, sea una conurbación en los Estados Unidos Mexicanos, y que el distrito correspondiente de la SEP haya decidido retirar de la lista de lectura To Kill a Mockingbird (Matar un ruiseñor), la primera y casi única novela de una escritora llamada Nelle Harper Lee (quien por cierto falleció el año pasado), no por su mensaje antirracista sino porque “su estilo podría molestar a ciertos lectores”; otra vez diríamos “¿Qué novedad?”; ya sucedió con Aura de Carlos Fuentes, en 2001, por iniciativa conjunta de Carlos Abascal QEPD, Norberto Rivera y Jorge Serrano Limón. Matar un ruiseñor fue publicada en 1960, premiada con el Pulitzer y su autora condecorada con la Medalla Presidencial de la Libertad por George W. Bush, en 2007. La película extraída de la novela arrasó con premios en los principales festivales de cine en 1963 (óscares incluidos).

Si hubiera soldados mexicanos en Niger y cuatro de ellos murieran en una emboscada de ISIS (o de Boko Haram, o de al-Qaeda), se podría dar por sentada una primera reacción emotiva y solidaria con las familias de los caídos, retórica patriotera incluida por si a alguien se le ocurriera poner una rodilla a tierra mientras resuena el himno nacional en los centros de la tierra (y nadie, excepto Juan Villoro, tendría la audacia de preguntarse ¿cuántos centros tiene una esfera, por dios?).

Luego nos haríamos, a media voz, la otra pregunta: ¿Y qué hacían nuestros muchachos allá?, y quedaríamos un poco destanteados porque, en los Estados Unidos de hoy, los militares no están sujetos a conscripción (ni siquiera con las bolitas blancas o negras) y son todos voluntarios; entonces quizás aceptaríamos que el presidente le diga a la viuda de una víctima “al fin y al cabo, él sabía el riesgo que corría”, que será una patanería emocional en ese contexto, pero no deja de ser cierto.

Por suerte, recuperaríamos un camino más firme al enterarnos que uno de los cuatro cuerpos (el del ex esposo de la viuda) fue encontrado a una milla de distancia del lugar de la emboscada. En nuestro juego transfronterizo, la primera sensación es de alivio (si no logran experimentarla, dejen de jugar): por fin, una buena dosis de confusión, medias verdades y desviaciones, como estamos acostumbrados cuando entran en el juego las autoridades civiles, policiales o militares. Y en cuanto a desaparecidos, en acción o fuera de ella, les llevamos bastante ventaja a los gringos.

Preocupación del estado mayor: ¿el sargento La David Johnson, estuvo o no en manos de ISIS antes de ser ultimado? (para agregarle a nuestra bienaventurada confusión, otro de los cuatro militares fallecidos también se apellidaba Johnson, pero Jeremiah, y era blanco, no negro).

Pero, además, se está filtrando información de que La David Johnson pudo haber estado vivo durante el día y medio en que estuvo “desaparecido en acción”, cual otra Frida Sofía (la niña inexistente, el fantasma con el que juraron haber hablado los rescatistas, que nos tuvo en vilo dos días desde los escombros del Rébsamen: a mí también, lo confieso, por cínico que me crean).

Y aquí nuestro alivio ya es total: cada quién su guion y sus preferencias, nosotros aquí con la telenovela de la niña agazapada bajo la mesa (¿resistirá? ¿será bastante gruesa? ¿de qué estará hecha? Pásame el croquis que hizo la maestra, por favor) y en contacto con tres compañeritos aún vivos; y ellos allá con la soap opera de la viuda inconsolable, con una amiga de familia senadora, preguntándose si, al menos por una vez, su presidente no podría ser un poco menos patán y un poco más humano.

También podemos jugar a imaginarnos el escenario de la matanza en Las Vegas, desde nuestro punto de vista de mexicanos empedernidos y desconfiados. ¿Se parecen entre ellas las distintas fotos del multihomicida Steve Paddock? Mientras menos se parezcan, mejor: ya nos dieron por lo menos dos Aburtos, hace veintitrés años. ¿Y las dos ventanas para un solo tirador? ¿Y las veintitrés armas de fuego en la suite 32135 del Mandalay Bay Hotel, más las diecinueve que tenía en su casa? Por cierto, los primeros reportes decían diecisiete en el hotel; luego seguro que las contaron mejor. ¿Y la nota suicida en la mesita, que algunos días después se revela que era un diagrama de tiro para mejor planear la matanza? ¿Y la bomba preparada con nitrato de amonio y guardada en un rincón de la plaza del concierto, en espera del tiro certero que la hiciera explotar (y que nunca llegó)?

¿Y el perfil del multihomicida? ¿Multimillonario excéntrico convertido al radicalismo islámico, como se había sugerido inicialmente? ¿Hijo edípico-hamlético obsesionado con igualar la notoriedad que su padre tuviera como asaltante de bancos en el top ten del FBI? ¿Exponente del Mal sin otros atributos, como dijo Trump: pure Evil? Lo bueno es que estas explicaciones están más allá de cualquier duda razonable. Ya se nos había ocurrido a nosotros, hace muchos años.

No sé si lo recuerden, pero el 6 de mayo de 2002, en Ecatepec, un mecánico exasperado atropelló intencionalmente con su camioneta a un grupo de niños de kínder y sus maestras, que estaban realizando alguna ceremonia oficial: murieron dos niños y varios otros quedaron heridos. Un periodista (no recuerdo el nombre ni el periódico), comentando horrorizado el caso, habló del diablo. Sí recuerdo que, en ese contexto, la intervención diabólica era manejada metafóricamente; pero con Trump no es éste el caso: él sí habla como si el Puro Mal existiera (islámico, norcoreano, cubano, venezolano) y como si su público se lo creyera (y posiblemente algunos quieran creérselo).  

Pero ahora, por fin, tenemos una revelación iluminante. Sabemos, de fuente incontrovertible, que Steve Paddock era un pervertido sexual. Se lo ha revelado al Sun de Londres la escort de 27 años que lo atendía en los hoteles de Las Vegas, cuando Paddock iba a jugar sin su novia de 62 años, Marylou Danley. El tabloide, cuyo impoluto historial de ética profesional retrataremos brevemente un poco más adelante, se ha reservado el nombre de la testigo, así que propongo llamarla XX (por lo del cromosoma, no por la cerveza); pero sí publica su foto.

XX parece muy bien informada: dice que, en 2015, Paddock ganó más de 4.5 millones de dólares en los casinos, sólo en 2015, y a ella le pagaba siete mil ochocientos por servicio, el muy tacaño: según ella, lo atendió nueve veces entre otoño 2015 y verano 2016: poco más de setenta mil dólares: no podemos culparla si ha decidido hacerse de un guardadito extra revelando su triste historia al Sun: y triste es de veras, según nuestras inclinaciones melodramáticas: cuando conoció a Stephen, esa Colorina gringa acababa de salir de una relación “abusiva”, y empezaba todo de nuevo “sin más que su ropa puesta” (que, dado su giro de negocios, es más o menos lo que nos esperaríamos).

Pero XX nos dice más: Paddock era “obsesivo y paranoico” y hasta, fíjense nomás, hasta creía que los atentados del 9-11 a las Torres Gemelas habían sido una conspiración del gobierno norteamericano. Imagínense el grado de locura: con un poco más de espacio – retribuido – en el Sun, seguro habría dudado de que Oswald fuera el único asesino de John Kennedy.

¿Me conceden dos palabras más, para contar qué es The Sun? Viene de un linaje noble; es hijo más o menos legítimo nada menos que del Daily Herald, el periódico del Trade Union Council, la central sindical británica; había acompañado las décadas tumultuosas y contradictorias del laborismo, desde su fundación en 1912 a 1964, año en el que sus ventas habían alcanzado un mínimo histórico; en esas circunstancias lo adquirió un grupo editorial independiente, el Mirror Group, que le cambió el nombre sin por eso poder revertir su suerte.

En 1969 el magnate editorial australiano-americano Rupert Murdoch compró The Sun y lo transformó en un tabloide amarillista y sensacionalista, insertándole la chica de la página tres (completamente desnuda el primer año, semidesnuda desde 1970). Mientras las ventas volvian a subir, el Sun se acercó paulatinamente a los conservadores de Margaret Thatcher, hasta convertirse en su incondicional a partir de 1979.

El éxito económico del Sun le permitió a Murdoch extender su dominio a Estados Unidos, donde compró en 1976 el New York Post: quizás no sobre precisar que los diarios norteamericanos tienen una manera un poco rara de distribuir sus títulos: en Nueva York, el N.Y. Times es serio y el Post es sensacionalista; en Washington sucede el contrario: el Post es serio y el Washington Times es amarillista: azares dela industria editorial. Además, Murdoch compró Sky en 1983 y la 20th Century Fox al año siguiente.

Total, que ahora el Sun de Rupert Murdoch pretende darnos la solución final al enigma de Las Vegas en clave de una sexualidad “oscura y retorcida”, y de paso descalificar como “paranoicos y obsesivos” los que aún cuestionamos la responsabilidad (objetiva si no decididamente subjetiva) de George W. Bush en el 9-11. Y, dicho sea de paso: qué bueno que Michael Moore demandó legalmente a Harvey Weinstein en 2011 (precisamente a propósito de su documental sobre las Torres Gemelas, Fahrenheit 9-11), o seguramente los Inefables Cinco de Fox News ya lo hubieran involucrado en los escándalos sexuales del momento.

Podemos estar tranquilos: no sólo nuestros amigos del norte pueden ser tan desaseados como nosotros, sino que en algunos rubros parece que nos están imitando. ¿Será que podemos pedir derechos de autor en las renegociaciones del TLC?

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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