Adicionalmente, la austeridad republicana ha ocasionado recortes presupuestales sustanciales en materia de infraestructura, y eso ha generado un fenómeno singular: las grandes empresas constructoras del país no aceptaban participar en “obras menores” como las que se llevan a cabo en los municipios, pero la nueva geografía económica de la 4T, ha propiciado que ahora si se dediquen a buscar obras de cualquier magnitud para poder solventar sus costos operativos, lastimando con ello los intereses de los constructores locales o regionales más pequeños, que acaban siendo aplastados por los gigantes. Aquí no hay manera de que David pueda vencer a Goliat, las diferencias técnicas y financieras, son enormes.
En la esfera privada, es aún más evidente la crisis. El boom de la construcción de vivienda ha llegado a su fin, ya que existe mucha incertidumbre económica de parte de los compradores potenciales, quienes no sienten la confianza suficiente para adquirir compromisos de largo plazo. ¿Quién puede sentirse seguro de conservar su poder adquisitivo en una economía que no crece?
Finalmente, se destaca otro factor: los efectos de la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto, no han podido ser compensadas, ya que la construcción del aeropuerto en Santa Lucía, o el Tren Maya pareciera que están lejos de agarrar ímpetu. La industria de la construcción refleja el estado de nuestra economía, y el futuro no luce esperanzador.
Por su parte, nuestra joya de la corona, la industria automotriz, está sufriendo en los tiempos de la 4T. A diferencia de los últimos años, el crecimiento de la industria ha resentido las políticas proteccionistas de los Estados Unidos de Norteamérica, a la par de una severa contracción en la demanda de vehículos nuevos. A ello se agregan dos factores: la modificación del marco legal que permite la importación o regularización de la entrada de vehículos semi nuevos, y los efectos aún no conocidos por todos, de las cláusulas que integran el cuerpo del nuevo Tratado Comercial con nuestros vecinos del norte.
Si nuestras principales industrias están en crisis, y la salida de esa crisis no se vislumbra en el corto plazo, tenemos razones para estar pesimistas sobre la recuperación económica del país. Nuestra economía no puede sustentarse en la llegada de remesas o ser turismo- dependientes. En la medida en que esas industrias se reactiven, retomaremos la ruta del crecimiento, por ello debemos dimensionar su importancia.