Patricia Sotelo
Cuando Arlet no regresó a su casa luego de salir una mañana del mes de abril, su madre Guadalupe pensó que algo le había pasado, pues no había ido a recoger a su pequeño hijo al kinder, como solía hacerlo todos los días. No contestaba su teléfono celular y con el paso de las horas corroboró sus sospechas, por lo que acudió a presentar una denuncia ante las autoridades de procuración de justicia del municipio de Ecatepec, Estado de México, pero no recibió la debida atención para la búsqueda inmediata de su hija.
Arlet, una joven de 22 años de edad y madre de tres hijos, es una de las víctimas del llamado Monstruo de Ecatepec, un hombre que ha confesado haber secuestrado, matado y desmembrado, con ayuda de su esposa, al menos a 20 mujeres. La dantesca historia la hemos conocido por la gran difusión del caso en los medios de comunicación.
Pero poco se ha dicho del otro monstruo que tanto Guadalupe como los familiares de las víctimas de la pareja feminicida han enfrentado desde el momento en que presentaron la denuncia por la desaparición de sus hijas o madres.
Ese monstruo es el que obstruye la búsqueda inmediata de las personas que desaparecen, el que es indolente con la angustia de quienes no encuentran a su ser querido y que su criminal negligencia permite la comisión de un delito atroz como lo es el feminicidio. Ese monstruo es el fallido sistema de procuración de justicia.
Una nota del periódico El Universal dio cuenta del calvario que sufrió Guadalupe para pedir, suplicar, que las autoridades judiciales la ayudaran a encontrar a su hija, sin tener una respuesta efectiva.
De igual forma, la madre de Nancy Noemí, otra de las víctimas, comentó que desde un principio informó a las autoridades que su hija había estado con Juan Carlos “N”, ahora conocido como Monstruo de Ecatepec, y su esposa Patricia “N”, ya que la última vez que habló con ella por teléfono antes de desaparecer le dijo “ahorita voy mami, estoy con Carlos y Marta (así conocía a Patricia “N”), voy a ir a su casa”, narra el diario Reforma.
Nancy Noemí fue a encontrarse con la pareja y llevaba a su hija de dos años, porque supuestamente le iban a vender ropa de bebé, pero ya no regresó. Su madre, María Eugenia, proporcionó esa información clave a las autoridades municipales sin que haya tenido una respuesta expedita.
El caso del feminicida de Ecatepec evidencia la existencia de un sistema ineficiente en la búsqueda de personas desaparecidas y en particular de las mujeres. Cuando una mujer desaparece no hay prisa para buscarla, ya que las autoridades presumen que se fue con el novio. Piden esperar un par de días para que regrese, sin pensar que ese tiempo es valioso para evitar una tragedia. Un día, unas horas, pueden ser claves entre la vida y la muerte.
¿Cómo pudo Juan Carlos “N” asesinar a tantas mujeres durante siete años sin que las autoridades pudieran atraparlo antes? Sobre todo cuando las víctimas eran sus vecinas, en tres domicilios en los que vivió la pareja, y por lo tanto, las denuncias de las desapariciones tenían como coincidencia la ubicación y la relación de conocidos.
Monstruos como el de Ecatepec hay muchos. Él confesó haber matado brutalmente a 20, pero quien mata aunque sea a una mujer quizá merezca ese calificativo. Y su modus operandi alerta sobre la atención que debe dar la autoridad a los feminicidios que han ido al alza.
De acuerdo con estadísticas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, entre el año 2015 y agosto de 2018, se registraron dos mil 231 casos de feminicidios en el país. En 2015 fueron 407 casos; en 2016, 585; en 2017, 701, y en lo que va del año, hasta el mes de agosto se registran 538.
Si un caso como este no sacude a las autoridades encargadas de procurar e impartir justicia, pues no sé qué más estamos esperando.
El verdadero monstruo es la falta de justicia.
