Por primera vez en dos décadas el Gobierno de la Ciudad gana en la obtención de recursos del gobierno federal.
En muchos sentidos es una buena noticia, pero si se observa con detenimiento, esta decisión del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador -No fue decisión de la Jefa de Gobierno- cambia radicalmente el espíritu que ha tenido la Ciudad de México desde hace 21 años.
Se gana al dejar atrás el lastre del gasto en la profusa política social capitalina, pero se perderá en independencia política, algo que se construyó desde los años sesenta y que tuvo su gran irrupción en 1997.
Cuando Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo la Jefatura de Gobierno, la Ciudad de México dejó de ser una simple Oficina de la Presidencia, una Regencia, un Departamento, para ingresar, aunque con reservas legales, a la federación.
Con López Obrador la relación siempre tirante con Vicente Fox desembocó en el episodio del desafuero en una abierta contienda legal y política entre ambas instancias.
Esos años, sin embargo, sentaron el carácter de gobiernos que destinaban cada vez más presupuesto a la atención social, algo que paulatinamente fue replicado por el resto de los gobiernos del país, incluyendo el federal.
Pese a su rechazo tajante hacia el gobierno calderonista al grado de ni siquiera saludar al presidente en actos públicos, Marcelo Ebrard fue catalogado en su momento como el mejor alcalde del mundo y el carácter progresista de la administración capitalina alcanzó nuevas alturas.
Con Miguel Ángel Mancera hubo una inédita colaboración que incomodó a toda la izquierda mexicana. Mancera logró, sin embargo, que se reconociera la necesidad de establecer un fondo de capitalidad para la Ciudad de México.
Al no ser un estado y no poder definir su propio tope de deuda, se obligaba a que los jefes de gobierno acudieran a la cámara de diputados a pelear por ese recurso, algo que cumplieron todos ellos.
Ese contrapunteo en la relación entre el gobierno de la Ciudad y el gobierno federal lejos de ser desastrosa para la capital la convirtió en la entidad más progresista, con más derechos y con la política social más avanzada del continente.
Incluso el ser “chilango” dejó de ser un término peyorativo en el resto del país.
La Ciudad se convirtió, además, en vanguardia cultural y de espectáculos de nivel mundial.
¿Afectó que la CDMX fuera contrapeso del gobierno federal? Al parecer no. Al contrario. Sirvió de acicate para hacer las cosas diferente y en muchos casos, mejor que en el resto del país.
La inseguridad, fue un rubro que se tuvo a raya, si bien en los últimos dos años esa situación se descontroló.
Ahora que el próximo titular del Gobierno federal anuncia que asumirá por completo la política social de la administración capitalina, se abre una ventana de oportunidad para el gobierno de la ciudad que no deberá desaprovechar, porque de hacerlo el costo político sería alto para un proyecto nacional que fincó su crecimiento desde la propia Ciudad de México.
En Pachuca, López Obrador aseguró que no es un dictador y no está para poner y quitar gobernadores, pero su potestad sobre la política social de la Ciudad de México, el anuncio de que hará suya la conclusión del Tren Toluca-México; que emprenderá el proyecto de construir una extensión de transporte masivo desde Constitución de 1917 hacia Ixtapaluca; que edificará cinco universidades públicas en igual número de delegaciones; la insistencia en la consulta del polémico tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de México; y la anunciada guardia civil nacional, ponen en perspectiva que quién gobernará en la capital del país despachará todos los días desde la madrugada en el Zócalo, pero no precisamente desde el Ayuntamiento.
Esta semana, además, tomaron protesta ante el congreso capitalino -con mayoría de Morena- los alcaldes, con lo que inicia oficialmente la llamada Cuarta Transformación de México y también la evaluación del desempeño morenista. A la Ciudad le conviene que les vaya bien.
