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Investigación

Cine, mujeres y realidad: por una vez, distintos

Mientras más avanzan los años cincuenta, el cine norteamericano se comporta como un arma propagandística no representativa de la realidad; es el caso de las mujeres en el mercado del trabajo.

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Por Fulvio Vaglio

No recuerdo exactamente en qué momento empecé a pensar en Donald Trump y Harvey Weinstein. Estaba viendo otra vez una de mis películas favoritas de la segunda posguerra, All about Eve de Joseph Mankiewicz (de 1950), y mi tren de pensamiento había empezado a descarrilarse hacia The servant de Joseph Losey, de 1963, no sin una breve parada previa en Viridiana de Luis Buñuel, de 1961: tema del recorrido y de las paradas: el odio de clase que se transparenta tras la envidia personal.

Envidia de ida y vuelta, y de la mala: Eve (Ann Baxter) envidia el éxito y el glamour que rodean a Margo (Bette Davis) y no cejará hasta quitarle el rol estelar, el premio de la crítica y el marido; a su vez Margo, de cuarenta años cumplidos, envidia la juventud de Eve, una joven de 25 años para el papel de una mujer de esa misma edad; una némesis curiosa: cinco años antes, en El maíz está verde, Bette Davis, de 36 años, había debido envejecerse con una peluca gris para actuar su personaje que tenía más de cincuenta.

El final es, a su manera, ordenador, como dicen los analistas del melodrama; es decir que restablece algún tipo de equilibrio moral: no bien empieza a regodearse en su triunfo, Eve sucumbirá a su vez al ataque de Phoebe (Barbara Bates), una joven no menos ambiciosa, envidiosa y decidida a quitarle amante, éxito y trabajo.

Hablé de “odio de clase”, pero queda muy oculto: sólo lo podemos percibir si comparamos los smokings y vestidos elegantes del banquete para la entrega del premio, con el abrigo viejo con el que Eve solía esperar cada noche a la intemperie, para asistir a la representación de la misma obra protagonizada por Margo: sea como fuere, al final Eve ha hecho su revolución y será victimizada por otros revolucionarios después de ella, como una Danton o una Trotsky cualquiera.

El odio de clase es más claro en la escena del banquete de los mendigos en Viridiana, y mucho más todavía en la relación perversa que Barrett (Dirk Bogarde) le impone a su patrón Tony (James Fox) en The Servant. Una clase trabajadora libre de sentimentalismos y llena de iniciativa, versus una clase dominante desidiosa, bienintencionada y vulnerable, digna de los fútiles aristócratas rusos de Chejov y Goncharov: al final, Barrett le quita todo, absolutamente todo, a Tony y su hermana: una lucha de clase amoral, despiadada y exitosa: exitosa porque despiadada y amoral.

Mi tren de pensamiento, sin embargo, había arrancado de una estación distinta: dos películas con Marilyn Monroe, Jane Russell, Betty Grable y Lauren Bacall: Cómo atrapar a un millonario y Los caballeros las prefieren rubias, ambas de 1953. La idea tras el viaje: buscar la relación, si es que hubo, entre el mensaje de esas comedias bastante insulsas y el mercado del trabajo de Estados Unidos entre 1945 (fin de la Segunda Guerra Mundial) y 1953 (fin de la Guerra de Corea); la hipótesis de partida: había que hacerles espacio, en las fábricas y las oficinas, a los hombres que regresaban de la guerra: ergo, había que convencer a las mujeres de que su lugar estaba dónde siempre hubiera debido estar: en casa, cocinando, cuidando a los niños y esperando con amor a hubby de regreso del trabajo.

Efectivamente, varias películas de los años 1942-1945 habían mostrado mujeres trabajadoras, independientes (económicamente y también afectivamente) y seguras de sí: empoderadas, diríamos hoy día; un breve e incompleto recuento nos muestra una propietaria de casino, una ex ludópata convertida en buscadora de oro, la propietaria de una compañía de camiones, dos periodistas, una fotógrafa de moda, una viuda dueña de una llantera, una agente literaria, varias empleadas de gobierno, la ejecutiva de una agencia de publicidad, la dueña de una escuela y una obrera agobiada por el exceso de trabajo. A esas hay que agregar las profesiones tradicionalmente abiertas a, o exclusivas de, las mujeres, profesiones que últimamente las estadísticas han dado por llamar “cuellos rosas” (pink collars): enfermeras, secretarias, recepcionistas y, obviamente, actrices, cantantes y bailarinas. No dejan de ser personajes significativos, aunque son relativamente pocos si las comparamos con los números de las mega-tendencias de aquellos años: cine de guerra (obviamente), musical y el incipiente boom del “cine negro” (sobre todo a partir de 1944).

En algunos casos se perciben reflejos de la situación producida por la guerra en la sociedad norteamericana: Ciudad sin hombres, de 1943, Mientras tanto, cariño (adaptación que hizo Otto Preminger, en 1944, de Army wives), y Desde que te fuiste, película casi-coral de ese mismo 1944. La institución del matrimonio, como tal, no es puesta en tela de juicio excepto en pocas películas (y más en el título que en la historia): ¿Es necesario tener marido? (Are husbands necessary?), de 1942, Holy matrimony, de 1943, o La chica del póster (Pin-up girl), de 1944, donde Betty Grable, para no enfriar el entusiasmo de los soldados que parten para el frente, promete casarse con todos los que se lo piden.

Está a veces, no priorizado pero presente como trasfondo, el conflicto de clases: en The affairs of Martha, de 1942, la protagonista es una sirvienta y la antagonista (Sylvia) es una matemática de renombre; pero ese tema también es minoritario. Más bien, el contraste social se maneja en una veta ya acostumbrada en el melodrama clásico: las aspirantes actrices, atraídas y devoradas por el vértigo de Hollywood o de Broadway, y las jóvenes de extracción humilde que tratan de sobrevivir en cabarets y night-clubs de dudosa moralidad.

Chicas amorales a veces, inmorales nunca, con corazón de pollo siempre: precisamente ésta es la fórmula más exitosa, mientras más se acerca el fin de la guerra, y se mantendrá a lo largo de los años cincuenta: Los caballeros las prefieren rubias empieza precisamente con el dueto de Marilyn Monroe y Jane Russell justificando su trabajo de cabareteras por haber nacido “en Little Rocks, del lado equivocado del ferrocarril”.

Con All about Eve estamos en 1950 (a mitad de nuestro recorrido); con Gentlemen prefer blondes y How to marry a millionaire ya estamos al final de ello, en 1953: ¿Qué había cambiado, y qué se mantenía, en las protagonistas o antagonistas femeninas, entre los años de la guerra y los de la posguerra? Mujeres fuertes seguía habiendo (aunque menos que en el pasado); en cambio, las mujeres trabajadoras, autónomas y empoderadas habían desaparecido gradualmente de la pantalla, sustituidas por mujeres pobres y confundidas, que comienzan buscando millonarios y terminan conformándose con hombres honestos, trabajadores, apuestos y románticos lo suficiente para enamorarlas. Pasada la media noche, la Cenicienta estaba de regreso al hogar. ¿O no fue así?

Pues sólo en las películas: si cruzamos las estadísticas de empleo y desempleo con las de la participación femenina en la fuerza de trabajo, lo más impactante es que ésta última no presenta cambios fuertes en relación con los periodos de guerra o de paz: la presión de las mujeres sobre el mercado del trabajo siguió aumentando progresivamente desde 1948 al final del milenio, con sólo breves y pequeños pasos atrás, en años no siempre relacionados con el fin de una guerra: 1953-54 lo fueron, pero 1958-59 y 1961-62 no.

Vale la pena subrayar que eso de la “participación proporcional en la fuerza de trabajo” es un dato estadístico muy significativo, pues indica qué porcentaje de un determinado sector de población se considera “potencialmente activo” (empleado o no) a lo largo de un determinado periodo: si una mujer pasa, voluntariamente y permanentemente, de trabajadora a ama de casa, como nuestras cenicientas despojadas del disfraz de cabareteras, ya no forma parte de la fuerza de trabajo.

Ahora bien: pese a Marilyn, Jane, Betty, Lauren y su largo etcétera, la participación femenina en la fuerza de trabajo creció, del 30% en 1948, al 60% en 1999 (hechas las proporciones, aumentó 4.5 veces en términos absolutos). Fenómenos demográficos muy citados como el baby-boom de 1946-64 y su tendencia contraria, el baby-bust de 1965 a 1985, no parecen haber afectado sustancialmente la participación de las mujeres norteamericanas en el mercado del trabajo.

En estas condiciones, el papel ideológico-propagandístico de las películas de los años cincuenta acerca del rol y vocación de la mujer norteamericana, se revela más bien como el intento (fallido) de contrarrestar una tendencia incontrovertible, que se había iniciado con la segunda guerra mundial y que (gracias, entre otras cosas, a los progresos de la contracepción) se acrecentó después de la guerra.

Ahora recuerdo porque mi tren descarrilado me llevó de Betty Davis, vía Marilyn y Lauren Bacall, hasta Trump y los escándalos sexuales hoy al orden del día en Hollywood, Washington, Londres y lo que sigue y seguirá. El reto que la mujer representa para el varón en el terreno que él siempre ha considerado suyo propio (el trabajo), se ha vuelto, de poco en poco, casi cinco veces mayor y ha nutrido el acoso a la mujer como una forma de “mantenerla en su lugar”; “la violencia de ustedes – rezaba un slogan feminista italiano de los años setenta – sólo es impotencia”.

Harvey Weinstein es demasiado joven para haber producido las películas de 1953: pero además sería muy hipócrita buscar al degenerado en el hotel ajeno para no ver el acosador que se mueve a sus ancha en nuestra casa. Weinstein no pudo sentirse libre de acosar mujeres durante décadas, sin una red de complicidades por la que se sentía cobijado. Red y cobija que empezaron antes de él y que también, “è triste ma è così” cantaba Orietta Berti, involucran a las mujeres que fueron sus víctimas. En una entrevista con Fox News, una de las víctimas de Harvey Weinstein (no apunté su nombre, lo siento) admitió con toda honestidad que, de teenager, había llegado a Hollywood dispuesta a lo que fuera para tener éxito. Como Marilyn y Jane, sólo que ésas no decían claramente “a lo que fuera”. Cuando el entrevistador en busca de detalles morbosos le preguntó si había sido violada, contestó que sí, pero no en Hollywood, antes, y no por Weinstein sino por algún otro hombre sin nombre; y admitió con toda franqueza que “con la actitud que yo tenía entonces, debía suceder, tarde o temprano”.

Aquí, por el momento, termina de descarrilarse mi tren. Es cierto que, por cada Harvey Weinstein que es expuesto, hay cien que siguen haciendo lo mismo, cada vez que la relación de poder se lo permite; a algunos ya le ha llegado su momento: famosos de la farándula incluyendo los productores, políticos incluyendo los presidentes, en cargo o no y confesos o no, entrenadores y médicos de equipos deportivos, maestros, gurus de toda índole y especie incluyendo a los curas, anfitriones de programas televisivos incluyendo a los vociferantes de Fox News (¿o no, Bill O’ Reilly?) La caja de Pandora está abierta y ya nadie recuerda dónde puso la maldita tapa: pero yo les apuesto que está allí, medio oculta en el mar de datos del Bureau of Labor Statistics.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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