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CRÓNICAS DE LA CDMX / ‘Demandaré a los celadores’

Después de muchos atracos, así termina la historia verídica del Capitán Fantasma…

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 (Segunda y última parte)

Pedro Flores

La suerte no le era propicia siempre, así el 30 de octubre de 1959, cuando transitaba tranquilamente por la Alameda Central de Monterrey, tuvo la mala suerte de toparse con Juan Martínez Puga, un ex agente del servicio secreto, expulsado del mismo por malos antecedentes, pero se encontró con la joya de la corona y lo detuvo, y éste fue reinstalado en su trabajo.

El “capitán” fue trasladado a la inexpugnable cárcel local de Alcázar de Toledo, confinado a una mazmorra, sólo se le permitió hacer labores de ebanistería; ahí dio muestras de su habilidad en la materia, pero siempre vigilado. En ese lugar elaboró una mesa librero de grandes dimensiones, y precisamente a 2 años 9 meses de haber ingresado a la prisión, pudo huir de la misma dentro del mueble.

Luego de un “descanso”, en 1962, en Veracruz, disfrazado de empleado de una compañía de teléfonos, vació una joyería, ese dinero lo dilapidó en sus correrías por la zona roja, en donde se relacionó con una chica de cabaret llamada Gloria “N”, a quien se llevó a Puebla para colocarla en un centro nocturno, y ahí radicó por un tiempo, protegido por sus amigos de la zona roja.

Uno de sus lugares favoritos era el cabaret “El yate”, cuyo propietario era su amigo, y las chicas sus protectoras, gracias a las buenas propinas que les daba. En una ocasión, llegó la policía al lugar y, avisados de tal situación, los músicos empezaron a tocar “Tiburón, tiburón”, que era la clave para que Santiago se escondiera en un cuarto especial.

A pesar de que realizaba algunos atracos en Puebla, precavido se retiró un tiempo de su “trabajo”, y como su salud empezaba a mermar por el cigarro y la mota, ya que del alcohol se había retirado, consideró que un buen golpe le debería dejar el suficiente dinero para retirarse. Así, planeó el robo al entonces gobernador Aarón Merino Fernández.

Disfrazado de militar, un fin de semana que sabía que no había seguridad, dijo a la servidumbre que iba a hacer una revisión oficial. Salió y, minutos después, por una barda perpetró un cuantiosísimo robo de dinero en efectivo, monedas de plata, medallas sortijas, etcétera. Un botín estimado en más de dos millones de pesos.

La noticia del robo fue “extraoficial”, pero se esparció por todos los medios y todas las policías locales y federales fueron tras el culpable. Todas las puertas se le estaban cerrando, entonces, se aguantó varias semanas encerrado mientras sus contactos vendían las joyas. Luego, se fue al Toluca de paseo y robó el carro del procurador local, pero ahí se enteró que el FBI ya lo había boletinado.

La persecución de la policía de Puebla, a donde había regresado, dio frutos cuando se dirigía a una cerrajería, y el 22 de noviembre de 1965 fue nuevamente capturado. Después de su declaración institucional fue confinado a la cárcel de San Juan de Dios y recibido con sorna, cuando el “presidente” del penal le dijo: “Bienvenido, mi capi”.

Encerrado con homicidas, traficantes drogas, campesinos taciturnos, confinado al peor calabozo de su vida, como él afirmaba, pesaba sobre de él la amenaza del director del penal, que decía a voz en cuello: “Mientras yo esté aquí, ese señor no se me va”, y ahí estuvo 5 años 6 meses, ya que todas sus estratagemas fallaron… ya eran conocidas.

El tiempo pasaba y no podía escapar, su salud empeoraba pero su popularidad aumentaba, al grado que en un audiencia, varias mujeres y hombres se pusieron frente al juzgado con pancartas y, a grito abierto gritaban: ¡Libertad al Capitán Fantasma”, ¡” Déjenlo libre”. La multitud dio vueltas al juzgado, pero todo fue en vano.

Sus facultades mermaron y el tiempo pasó, Santiago nunca dejó de pensar en fugarse, pero el tiempo en el encierro lo dedicó a la carpintería. El encierro le afectó los nervios y su salud empeoraba, empezaron a fallarle la vista y los pulmones por el tabaquismo y problemas con la próstata, males que lo obligaron a estar varias ocasiones en el hospital, sujeto a una vigilancia extrema.

De aquel tipo de cabello rizado, ojos verdes y porte “militar”, prácticamente no quedaba nada, su físico, de por sí delgado, se agudizó, las ojeras le rodeaban gran parte de su rostro y el mal pulmonar dificultaba mucho su respiración; lo tuvieron que operar de emergencia a causa de una úlcera infectada. En el hospital tenía siempre tres policías para cuidarlo.

En plena convalecencia en el pabellón “Salvador Allende”, el reo “se portó bien” y sintiéndose mejor, sobornó a un policía de sus custodios para que le proporcionara una cuerda de 10 metros y así poder huir por la ventana, lo cual hizo, pero a dicha cuerda le faltaron dos metros para alcanzar el piso y el “Capitán Fantasma” cayó pesadamente al suelo fracturándose las piernas.

Se arrastró hasta un campo de béisbol y se desmayó, fue localizado y regresado a prisión, en donde dijo que demandaría a los celadores por haberle dado una cuerda corta. La “niña blanca” llegó por él en febrero de 1982, sus restos han sido un misterio desde entonces, ya que, incluso, dijeron que varias esposas e hijos fueron a reclamar su cuerpo.

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