Pablo Trejo
En el año 2014, el libro más vendido en el mundo en temas de Economía fue, por mucho, “El Capital”, de Thomas Piketty. El economista francés puso en el centro del debate un asunto nodal: el uno por ciento de la población en el mundo ostenta el 99 por ciento de la riqueza del planeta, lo que puso en evidencia la desigualdad que tanto lastima a quienes menos tienen.
El tema de la desigualdad se ha convertido en referencia constante en todas las campañas; los políticos la señalan como causa de todos nuestros males, y ofrecen soluciones mágicas para erradicarla, bajo el supuesto de que una mejor redistribución de la riqueza puede ser la cura de todos nuestros males.
El “World Inequity Lab” es el organismo más respetado en el mundo en cuanto al estudio de la desigualdad. Concentra la mayor base de datos del tema. Cada dos años da a conocer el “Informe sobre la Desigualdad Global”, y recientemente publicó el correspondiente a 2018:
“La desigualdad económica es un hecho generalizado y, hasta cierto punto, inevitable, y en caso de no basarse en cifras reales, puede llevar a todo tipo de catástrofes políticas, económicas y sociales”.
Las cifras de 2018 destacan datos relevantes: la mayor desigualdad en el mundo se registra en el Medio Oriente, la India y Brasil; y en contraparte, las regiones menos desiguales, en donde la brecha entre ricos y pobre es menor, son Europa, China y Rusia, en ese orden. Las tendencias muestran que la desigualdad en los ingresos se encuentra estrechamente relacionada a los contextos institucionales y políticos nacionales; no es casual que en Medio Oriente, en donde existen regímenes totalitarios, se registren las mayores desigualdades. Lo mismo podemos afirmar sobre Europa, que cuenta con un modelo de democracia muy consolidado.
Otros hallazgos que llaman la atención son el adelgazamiento mundial de la clase media, que tiende a engrosar la fila de la pobreza, y el “empobrecimiento” de un gran número de gobiernos, cuyas deudas son mucho más grandes que sus activos. En ese último supuesto se encuentra instalado nuestro país.
Para el “World Inequity Lab”, enfrentar la desigualdad de ingresos y riqueza a escala mundial requiere cambios importantes en las políticas impositivas nacionales y globales. En muchos países deben revisarse las políticas educativas y salariales, lo que parecería estar en sintonía con las intenciones de AMLO y el equipo que lo acompañará en la primera etapa de su gobierno.
De la misma forma que la desigual- dad es evidente en las diferentes regiones del mundo, también lo es en Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Zacatecas, donde registran las mayores desigualdades respecto a los estados más dinámicos de nuestra economía, como Nuevo León, Querétaro o Aguascalientes, y la concentración de la riqueza de los particulares se hace muy evidente en regiones como la Ciudad de México, en donde existen enclaves como Santa Fe, Polanco o Las Lomas de Chapultepec, que contrastan con la región oriente de la ciudad.
Hasta ahora, el fenómeno de la des- igualdad en nuestro país no ha provocado un descontento lo suficientemente generalizado como para convertirse en un foco rojo para la estabilidad social, lo que no significa que, en un futuro cercano, no vaya a suceder. El electorado de nuestro país votó por AMLO por diferentes razones, pero una de ellas fue la promesa de cerrar la brecha de la des- igualdad. En la medida en que se logre esa redistribución de la riqueza, estaremos sentando las bases para una nación mucho más próspera y justa, algo en lo que todos parecemos estar de acuerdo.
