En el ocaso del siglo XX, en el Reino Unido, la Unidad de Exclusión Social de esa administración, presentó un informe titulado “Bridging the gap: new opportunities for 16-18 year olds not in education, employment or training” algo así como “Acortando las brechas: Nuevas oportunidades para jóvenes entre 16-18 años que no estudian ni trabajan ni reciben formación”, de lo cual se desprendió el témino NEET (Not in Education, Employmente or Training), es decir, jóvenes que se encontraban fuera de la línea del progreso y que representaban un serio reto en el diseño de las políticas públicas.
El concepto fue adoptado en nuestro país, y se tropicalizó bajo el acrónimo NINI, que se refiere a jóvenes en la flor de la edad más productiva, que ni estudian ni trabajan, y viven en una condición de marginación, discriminación, y exclusión social.
Si bien es cierto que las causas del origen de la existencia de ese sector de la población tan estereotipado, se remontan a situaciones específicas de carácter económico, y a la falta de planeación en el desarrollo nacional, también es cierto que a través de los años, la intromisión de la delincuencia organizada en todas nuestras esferas sociales, han convertido al fenómeno de los NINIS en un asunto de alta prioridad nacional, ya que esos jóvenes se han convertido en el perfecto blanco para engrosar las filas de las organizaciones delictivas.
Si tuviésemos la oportunidad de hacer un recorrido por algunos de los estados de la República mexicana, podríamos darnos cuenta de la forma en que el fenómeno social de la delincuencia ha permeado en nuestras comunidades, al grado de que para algunos jóvenes, su inclusión en las filas del crímen parecería una meta y no una consecuencia de la falta de oportunidades para el desarrollo. ¿Cómo puede nuestra economía formal competir con la industria del crimen organizado que es capaz de ofrecer mayores recompensas económicas, una vida al margen de la disciplina y un estrereotipo de felicidad tergiversada por la industria televisiva que ha convertido a los líderes de los grupos delincuenciales en famosas estrellas?
Por todo ello, nos parece de suma importancia que el gobierno federal encabezado por López Obrador, haya señalado que la atención a los NINIS será una de las más altas prioridades en su administración, al tiempo de dar a conocer el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, que bajo la consigna “Más becarios ni un solo sicario”, buscará integrar a 2.3 millones de jóvenes de entre 18 y 29 años al mercado laboral, a través del otorgamiento de una beca mensual de 3,600 pesos, para que se integren a una red de empresas con conciencia social, que se encargará del proceso de aprendizaje e inclusión laboral de los jóvenes.
En teoría, esta inversión contribuirá a romper ese cerco de exclusión y de estereotipaje que sufren los jóvenes que por cualquier circunstancia no han podido integrarse al mercado productivo mexicano, y al hacerlo, se generará una especie de reconstrucción del tejido social, ya que al sentirse valorados, y capaces de contribuir al desarrollo comunitario, terminarán por alejarse de la tentación de vivir al margen de la ley y aportarán su vitalidad a la reconstrucción del es- plendor de nuestro país.
Evidentemente, como todo programa de apoyo social, siempre estarán presentes los riesgos de que se generen incentivos perversos y que los recursos empleados terminen por convertirse en un problema adicional y no en parte de la solución. De la forma en que todos los involucrados cuidemos la bondad intrínseca del programa, dependerá mucho el éxito del mismo. Sería importantísimo y un gran acierto guber-namental si se logran las metas con que fue concebido
