Jorge Samuel del Villar
La semana pasada recordamos la resurrección del personaje más trascendente de la historia. Hoy por hoy, en la ONU, el tiempo del planeta se mide a partir de la fecha de nacimiento de Jesús de Nazaret.
Y en nuestra ciudad, pareciera que el reloj despertador de la Semana Santa son las flores purpúreas de las jacarandas. En esta época se colocan en lugares estratégicos para aliviar apuros y tristezas de los capitalinos. Claro, aquellos que tienen la capacidad de verlas. Se aparecen como un helado sabor a nube, para consolar el alma de los chilangos. Coincidentemente, el púrpura es el color con el que se representa la Pasión de Cristo. Resulta casi mágico que las jacarandas florecen hasta el día de la resurrección para volver a resplandecer hasta el próximo año.
El Cerro de la Estrella, Iztapalapa, es un lugar que tiene energía mágica. Ahí se representa desde 1843 la Pasión de Cristo y la presencia de capitalinos rebasa siempre el millón. Quien haya estado en ese escenario, en un día de cielo claroscuro y sin gente, se puede trasladar directamente al Cerro de la Calavera en Jerusalén. En el Cerro de la Estrella se han encontrado vestigios arqueológicos ¡de hace tres mil años! Y en la cúspide hay un sitio arqueológico en donde los Mexicas realizaban la Ceremonia del Fuego Nuevo.
Es una distorsión pensar que en la visión de las Iglesias Cristianas el propósito de la vida es el sufrimiento o la penitencia. La interpretación correcta del Cristianismo es que hay dos cosmovisiones del mundo. En la primera, el individuo se siente el centro del universo. Ese individuo siente que no es nadie sin elementos externos, como el dinero o el reconocimiento. En la primer cosmovisión, el individuo gasta su vida tratando de adquirir más y más. Lo paradójico es que nunca están satisfechos; su hambre nunca sacia. Si alcanzan un puesto, quieren el siguiente; si compran una casa, ya están pensando en una más lujosa; si tienen una pareja sexual, ya está pensando en tener más ¡y al mismo tiempo!
En la segunda cosmovisión, el individuo se vislumbra como parte de una lógica universal. El individuo se siente partícipe de una totalidad, de un absoluto; aunque no sea creyente. Incluso el Papa dijo que los no practicantes también pueden alcanzar el Reino de los Cielos. Hay muchas personas sin religión que se sienten parte del cosmos y están comprometidas en proteger las especies en extinción, en proteger al planeta, en proteger a las comunidades que menos tienen. El tema central no es la actividad que se realiza, sino la cosmovisión con la que se realiza. Un banquero puede tener la segunda cosmovisión, en donde siente que recibe un buen salario para vivir bien, pero también está sirviendo a la sociedad, al otorgar créditos, que benefician a otras personas.
La segunda cosmovisión implica dejar el ego a un lado. Sin ego, es mucho más fácil saborear los deleites de la vida, apreciar desde una jacaranda hasta un orgasmo. Y sólo los maestros pueden obtener el orgasmo con simplemente observar la jacaranda.
Si se logra interpretar correctamente, la Biblia no busca la prohibición. Hay cientos de pasajes en la Biblia que se refieren al placer sexual. Lo que la Biblia busca es cambiar la cosmovisión de las personas, de la primera a la segunda.
En el tema de la sexualidad desde el génesis se explica cómo el sexo es un aspecto natural del ser humano. El hecho de que Adán y Eva anduviesen desnudos representa que vivían su sexualidad con naturalidad. Sin embargo, la serpiente los tentó. ¿Con qué los tentó? Con el ego. Cambiaron de la segunda a la primer cosmovisión. Y paradójicamente, fue esta cosmovisión egocéntrica, la que los apartó de poder disfrutar de su sexualidad y del resto de los deleites que tenían a su alcance. Esto se debe a que el ego impide disfrutar el momento presente. Un excelente ejercicio hasta que vuelvan a florecer las jacarandas, sería tratar de vivir en el momento presente.
