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INTERSECCIONES / Memorias, olvidos y medias mentiras

Tres acontecimientos actualísimos y tres efemérides lejanas, para que voces demasiado interesadas no nos dejen olvidar.

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Fulvio Vaglio

Hace 30 años, hace 50 años y hace 80 años. 1988 en Estados Unidos, 1968 en Francia, 1938 en la que ahora se llama República Checa. Efemérides desencadenadas por eventos de estas últimas semanas. La primera se debe al insufrible coro de alabanzas nostálgicas alrededor del féretro de George H.W. Bush. Los medios norteamericanos han competido a quién le dedicaba más espacio; alabaron su patriotismo y fair-play político; retrasmitieron – en directa y en diferida – los sollozos de George W; de FOX era de esperarse; de CNN también, por razones opuestas: a los medios liberales le interesaba subrayar el aislamiento del Donald Trump en la tradición política norteamericana reciente; aun a costa de incurrir en olvidos cómplices.

Hace 30 años, George Bush ganaba sin mucha dificultad la elección presidencial contra Michael Dukakis; el desfalleciente Ronald Reagan logró impulsarlo a la Casa Blanca, aunque le dejó la herencia de una crisis económica irresuelta que, cuatro años después, le costó la posibilidad de reelección. Es cierto que George Bush no tuvo que lidiar con los escándalos sexuales que llevaron a su sucesor Bill Clinton al borde del impeachment; no personalmente, por lo menos, aunque sí podríamos preguntarnos por qué Bush no dio marcha atrás en su nominación para la Corte Suprema del juez conservador Clarence Thomas cuando fue acusado de acoso sexual por la fiscal Anita Hill.

Pero lo peor aún debía venir: su hijo George W (el mismo de los sollozos) le ganó, o robó, la presidencia a Al Gore en 2000 con la ayuda de su otro hijo Jeb, entonces gobernador de Florida; de allí el 11-S, la intervención en Afganistán y la mentira sistemática que llevó a la guerra contra Irak; con George padre manteniéndose prudentemente alejado y callado. ¿Fair-play político? No sé si reír o llorar.

En Francia acaba de terminar el cuarto fin de semana de la “insurrección civil” de los “chalecos amarillos”, que no se ha calmado ni siquiera después de que Macron ha dado marcha atrás en el aumento a la gasolina; antes bien, se ha generalizado a otras ciudades fuera de París (con 125,000 manifestantes este sábado contra los 35,000 del pasado) y se está extiendo a otros países (ya se contaba Bulgaria, ahora se han agregado Holanda y Bélgica – donde por cierto el gobierno acaba de entrar en crisis) y el ejemplo puede cundir a España si Pedro Sánchez no se pone las pilas y deja de pontificar a los socialistas europeos en desbandada, como lo hizo el viernes). Es la segunda efeméride: este periódico y esta columna fueron los primeros en recordar (desde el 18 de noviembre) que así empezó el movimiento que zozobró a Europa a finales de los años sesenta; lo acaecido este último sábado demuestra que la protesta ya no se limita a reivindicaciones sectoriales sino que se propaga como reguero de pólvora a clases y estratos diversos y con objetivos más amplio y más radicales (ayudado por la arrogante inconsciencia de la clase política en el poder): ahora como hace medio siglo.

Los medios conservadores han intentado repetir la letanía de que protestar está bien, pero la violencia no. Los chalecos amarillos no se están dejando engañar, ni intimidar por los gases lacrimógenos, las cargas policiacas y los casi dos mil arrestados en dos fines de semana; y no insisto más en eso porque seguramente volveremos a ocuparnos de París, y de Bruselas, y de Madrid y Barcelona de aquí al final del año.

La tercera efeméride suena trágica, pero lo es sólo hasta cierto punto; en 1938 Hitler ocupó a la parte de Checoslovaquia que se conocía como los Sudetos y la diplomacia europea lo solapó, así como había protegido objetivamente su intervención en la guerra civil española, manteniendo el embargo de armas a la República mientras cerraba ambos ojos sobre el abastecimiento militar italiano y alemán a los franquistas.

Rusia se ha anexado Crimea en 2014 y, sólo este año, Putin acaba de dar no uno, sino varios pasos hacia la incorporación de Ucrania: primero ha movilizado – sin éxito – la iglesia ortodoxa rusa contra el separatismo del patriarca de Kiev (11 de octubre), luego ha organizado – y ganado – las elecciones se- paratistas en Donetsk y Luhansk (11 de noviembre) y finalmente ha cerrado el estrecho de Kerch (25 de noviembre) y ordenado a sus buques militares atacar a sus contrapartes ucranianas. La ONU ha convocado a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad (no es mucho más de lo que hizo la Sociedad de las Naciones en 1938), consejo en el que Rusia tiene poder de veto y Ucrania no está siquiera entre los miembros rotantes de esta temporada.

¿Es Ucrania la virginal Blanca Nieves del oriente europeo? Seguramente no: alguien mató a Aleksandr Zakharchenko, el presidente de Donetsk, el 31 de agosto, y ese asesinato removió el panorama electoral en Donetsk; no tengo elementos para asegurar que los asesinos fueron emisarios del Presidente de Ucrania, Petró Porochenko (como sostienen las fuentes rusas y bielorrusas), pero tampoco para afirmar el contrario e imputar el magnicidio a Putin, como sugieren las fuentes ucranianas; lo que sí es cierto, es que a los principales candidatos pro-Ucrania se les impidió participar en los comicios, que fueron inmediata- mente deslegitimados por Merkel y Macron.

Es una perogrullada: las efemérides para eso sirven: para que las voces demasiado interesadas no nos obliguen a olvidar.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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