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LA MANO QUE MECE LA CUNA / La gran crisis del PRI

Lo que el PRI requiere –y que nadie se haga el que no lo sabe-, es una renovación profunda de nombres y rostros, y eso sólo lo podrán lograr con la nacimiento de figuras que puedan conectar con la nueva clase político-ciudadana, dominada por los jóvenes.

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Adrián Rueda

Ahora sí que en el PRI están viendo la tempestad y no se hincan.

Y es que luego de la estrepitosa derrota electoral del año pasado, que los dejó como nunca antes al borde de la extinción, parece que no les cae el veinte de que tienen que entrar a una profunda renovación que les permita revivir en el largo plazo, y no se enfrasquen en una lucha de inmediatez para hacerse de los despojos del otrora partidazo.

Prestos para tomar por asalto la dirigencia que hoy encabeza la senadora Claudia Ruiz-Massieu, varios suspirantes han dejado ver sus intenciones de llegar al pináculo tricolor, pero con una coincidencia que los une: nadie trae un proyecto concreto.

Parece que les es muy difícil entender que lo que necesita el PRI es una refundación, un cambio generacional, y no un simple cambio de dirigencia con otros nombres de personajes en los que ya nadie cree.

Se han escuchado nombres conocidos como Ismael Hernández, Ivonne Ortega, Alejandro Moreno, José Narro y otros con apellidos rimbombantes en Oaxaca como Ruiz y Murat, como si la gente estuviera ávida de ligarse políticamente a ellos.

Lo que el PRI requiere –y que nadie se haga el que no lo sabe-, es una renovación profunda de nombres y rostros, y eso sólo lo podrán lograr con la nacimiento de figuras que puedan conectar con la nueva clase político-ciudadana, dominada por los jóvenes.

Nadie se imagina a un millennial –menos aún a los que viene por debajo de ellos y que están altamente politizados por las redes sociales- apoyando a ninguno de los que se postulan, pues todos quedaron marcados por pertenecer a un partido corrupto.

Las nuevas generaciones, que no conocieron la construcción de las instituciones durante la época dorada del PRI, lo único que registran es a un ex Presidente de la República y a un grupo de gobernadores –todos jóvenes- ligados a la alta corrupción e impunidad.

Y más que a la corrupción, a la impunidad, como es el caso del propio Enrique Peña Nieto; del ex gobernador de Chihuahua, César Duarte, y de ahí políticos corruptos como Javier Duarte, Roberto Borge, Emilio Lozoya y larguísimo etcétera.

¿Con qué discurso creen los priistas que puede llegar al electorado para recuperarse en poco tiempo del castigo popular?

Lo que tienen que hacer es sembrar a futuro construyendo una nueva clase política echando mano de sus jóvenes, pero para ello necesitan de un líder reconocido para que inicie ese cambio generacional.

Esos no pueden ser ni el duranguense Hernández, quien ya sufrió el desgate de un gobierno estatal; ni la yucateca Ivonne Ortega, pariente de un cacique como Víctor Cervera, ni el gobernador campechano Alejandro Moreno, relacionado con la clase priista recién derrotada y marcada por la impunidad.

Y menos por apellidos oaxaqueños como Ruiz y Murat, que mal que bien son relacionados con la corrupción desmedida, sin importar que sea cierto o no; todos ellos pertenecen al régimen de la impunidad.

Ante este panorama, la única opción que les queda a los priistas para salir del hoyo es el doctor Narro, que si bien es cierto que fue secretario de Salud con Peña Nieto, también lo es que fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, que no es poca cosa.

Si Narro llegara a la presidencia nacional del PRI sería el indicado para llamar a la refundación en serio del partido, por varias razones.

La primera es que, en lugar de terminar por dividir lo que queda del tricolor, debido a la lucha de interna de facciones, sería un factor de unidad, ya que se ve muy difícil que –a comparación de los demás- pudiera ocupar el cargo para construir su candidatura presidencial en 2024.

Él sí podría llamar a los grupos de intelectuales e investigadores a participar en foros nacionales para la reconstrucción del PRI como una opción más abierta a los ciudadanos, a fin de ampliar las bases tricolores.

También podría llamar al cambio generacional en el partido, pues el haber despachado en la Torre de Rectoría y ser uno de los universitarios más reconocidos, tendría la calidad moral para invitar a los jóvenes a formar una nueva opción; seguro tendría credibilidad.

Podría aprovechar –incluso- el desconocimiento de las nuevas generaciones de lo que ha hecho el PRI, pues si bien no tienen conciencia de todo lo que el partido ha hecho por darle institucionalidad al país, tampoco tiene registro de las tropelías de sus expresidentes.

Este instituto político debe entender que los partidos de masas ya acabaron; que en los nuevos tiempos llenar plazas y auditorios con acarreados, además de costoso, ya no le genera votos a nadie.

Los nuevos tiempos son de ideas; de construir historias y de llegar a la ciudadanía a través de causas. O sea, con mensajes dirigidos más al corazón que a la cabeza, pues si les da oportunidad de razonar el votante los puede castigar.

El PRI tiene que verse como opción, como esperanza para un futuro, y eso sólo se puede lograr con la construcción de un buen mensaje, difundido en todas las redes sociales posibles, que es donde se informa la mayoría de la población.

Si el PRI insiste en enfocar su mensaje a sus militantes, pensando en que en realidad están guardados en espera de ser llamados nuevamente al campo de batalla, tendrán como destino su extinción, pues de entrada se estarán cerrando a convencer a un nuevo público.

Parece que les pasó de noche –o en realidad no quieren ver- que Andrés Manuel López Obrador construyó un discurso que le llegó a la gente y que encontró, “en las benditas redes sociales”, el mejor canal para difundirlo y posicionarlo.

Por eso el PRI tendría que estar trabajando ya en la construcción de un discurso de aceptación a su fracaso; de reconocer que la corrupción los hundió y de anunciar que no se permitirá nunca más que eso ocurra.

Que sacarán a escobazos a las ratas del partido –ese lenguaje le gusta al pueblo mexicano-, pero ese discurso no lo pueden dar personajes ligados al pasado priista corrupto, pues nadie les creería.

Lo tendría que dar a conocer la nueva clase política del PRI, que son sus jóvenes, con rostros frescos, para hacer click con la juventud ávida de participar y de criticar a sus políticos.

Son los jóvenes quienes tienen que sacar las escobas y barrer la casa, caiga quien caiga.

Por eso, aunque pudiera sonar contradictorio, de las opciones para dirigir al tricolor la más viable sería Narro, que tendría la misión de encabezar la transición para dar paso a la auténtica renovación priista, generando unidad interna y convenciendo a los veteranos de que su ciclo terminó.

El premio para el ex rector sería pasar a la historia como el transformador moderno del PRI, y al resto de los veteranos que lo sigan tendrían que ser integrados en un consejo asesor –consejo de ancianos, pues- para aconsejar a los jóvenes en el relanzamiento del partido.

¿La cúpula del tricolor podrá entender eso? O más importante, ¿lo podrá aceptar?

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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