Alejandro Zúñiga
El incremento de muertes y de violencia en el país, derivada del trasiego de drogas, vuelve a traer a debate la conveniencia de hacer algo para contrarrestar los efectos nocivos, sobre todo en niños y jóvenes, de las narcoseries o narconovelas.
Violencia, impunidad, sexo, poder, corrupción, riqueza, mujeres, armas, ropa de marca, negocios, status social, autos de lujo, guardaespaldas, viajes, consumo de drogas y apología del delito son el pan de cada día en las narcoseries.
Esas son las “oportunidades” que exaltan y ofrecen las narcoseries, una opción de video entretenimiento que llegó al país para quedarse.
El boom de las narcoseries obedece a que se han convertido en una de las principales fuentes de ingresos de las televisoras, por lo que se ve imposible que renuncien a reproducir narcoseries a destajo.
Desde 2016, legisladores pidieron a la Secretaría de Gobernación y al Instituto Federal de Telecomunicaciones, apegarse a la normatividad vigente e impedir a la televisión abierta la transmisión de narcoseries en horarios ilegales.
Y es que la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radio establece que las series clasificación D, tienen que ser transmitidas después de las 00:00 horas.
Sin embargo, en aquellos días Imagen TV, Televisa y TV Azteca se disputaban la audiencia televisiva de las 21 horas con tres narcoseries: El capo, La Reina del Sur y Rosario Tijeras, respectivamente, las cuales unos legisladores proponían retirar del aire y otros transmitirlas, al menos, en horarios más apropiados.
Pero nada ocurrió y, ante el riesgo de ser criticados por coartar la libertad de expresión, todos recularon.
Investigadores aseguran que la penetración de la televisión es de más de 85% en la población y sus contenidos influyen en las conductas de millones de mexicanos, sobre todo en las zonas con mayor índice de marginación y donde la narcoviolencia es cotidiana.
Señalan que el sueño de muchas jovencitas es convertirse en pareja de algún narcotraficante para acceder a comodidades y lujos.
En el caso de los varones, plantean, anhelan tener dinero, poder y mujeres igual que sus héroes estereotipados de las narconovelas.
Por ejemplo, Rosario Tijeras es la historia de una joven de escasos recursos que se convierte en poderosa narcotraficante, argumento similar al de la famosa narcoserie La reina del Sur.
Diversos estudios han documentado que la población más susceptible de ser manipulada por las narcoseries son los niños y los jóvenes, sobre todo quienes tienen nulas oportunidades de progreso y están dispuestor a cualquier cosa para sacar a sus familias de la pobreza.
Lo malo es que cada vez hay más narcoseries en México y en el mundo. Y lo peor es que los sectores que hacen crecer sus audiencias son precisamente niños y jóvenes adictos a consumir la apología del crimen.
Los contenidos de las narcoseries son reforzados, también, por un manejo perverso de la imagen de los capos en sus comunidades y zonas de influencia.
Se presentan como benefactores para lavarse la cara mediante donativos, fiestas, regalos a los pobladores, obras de infraestructura urbana o arreglos en los panteones e iglesias.
Está claro que para ganarle la guerra al narcotráfico no es suficiente con la prohibición o censura de las narconovelas.
No obstante, si se quiere dar la batalla al crimen organizado, el Estado mexicano tiene que desplegar una estrategia integral que incluya políticas públicas y hacer cumplir la ley.
Otro tema que debe abordarse con seriedad es evitar la apología del delito en los contenidos de las narcoseries.
Tampoco podemos dejar abandonados a su suerte a los niños y jóvenes. Tenemos que reconocer que hay una buena cantidad de chavos cuya única meta en la vida hoy es ingresar a las filas del narco para salir de la pobreza, tal y como lo hacen sus ídolos, “los exitosos capos” de su narcoserie favorita.
Todos ellos esperan su oportunidad. El Estado puede abrirles una puerta diferente.
