Connect with us

Influyentes

¡Rómpele la madre a Scherer!

No te debo nada, no me debes nada, le dije al Director…

Published

on

Hugo Morales G.

“¡Rómpele la madre a Scherer!”, dijo furioso el director de la revista, al momento que arrojaba un legajo de documentos sobre el escritorio. Un día antes había aparecido el libro “Retratos de Familia” de Julio Scherer García, en uno de cuyos capítulos, exhibía la corrupción bajo la cual había crecido el emporio periodístico de la familia del ofendido director.

Sin esperar respuesta salió de la oficina. El legajo era un grueso expediente de hojas tamaño cartas sujetas con ligas, con folders color café como portada anónima. Un expediente político/policiaco original sacado de manera urgente de alguna gaveta para su uso (y devolución) inmediata.

Hasta ese momento había sido respetuosa la relación con el propietario de la revista. Me asumía como el mejor reportero de su medio, y si bien no era estratosférico el pago, era decente y el más alto pagado a reporteros.

En esa revista había logrado en mi opinión algunas buenas entrevistas como con doña Dolores Ávalos Viuda de Buendía, a un año del asesinato de su esposo Manuel Buendía. Me permitió ingresar a la casa, recorrer todos los espacios en que trabajaba el afamado columnista político, sentarme frente a su máquina mecánica de escribir, quitar la funda plástica y dar algunos teclazos simbólicos. Observar sus armas en la pared, sus fotos.

También pude entrevistar a Don José Pagés Llergo y escuchar de viva voz cuando estuvo frente a Adolf Hitler, o a Amado Caparroso el secretario particular del histórico Tomás Garrido Canabal. Escucharle cómo Lázaro Cárdenas voto por el Ciclón del Sureste para Presidente de la República, y el solidario recibimiento de Garrido Canabal al General de Hombres Libres, Augusto César Sandino, cuando se exilio en Tabasco.

Al abogado José Rojo Coronado, defensor de presos políticos en el 68, le pregunté por qué ahora defendía a Rafael Caro Quintero, y fue surreal su respuesta: “porque así nos chingamos a los gringos, les mandamos drogas, que se las fumen, que se las metan, que se chinguen”. Y me mostró y dejó fotografiar el cheque por diez mil pesos suscrito por Caro Quintero como pago por sus servicios.

La revista lindaba el límite de lo policiaco/político. Decidí no involucrarme en la parte policiaca en la que algunos reporteros se ufanaban por sus vínculos con comandantes de la Policía Judicial Federal e incluso mostraban su boyante nivel de vida. Uno de ellos fue ejecutado años después en una cantinucha de la colonia Guerrero.

Necesitaba el trabajo. Tenía un hijo pequeño. Mi ingreso era el ingreso sostén de nuestra vida como pareja.

Observé el montón de papeles. Creí ver el rostro de Julio Scherer a quien no conocía personalmente, pero cuya revista era de consulta y referencia necesaria desde 1979 cuando supe de ella y me hice lector al ingresar a laborar al Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos). Pero quienes sí se hicieron presentes fueron mis amistades con varios reporteros de Proceso a quienes conocía y respetaba (y respeto). Puse en la balanza los costos y beneficios. Puse en la balanza la necesidad del trabajo. En ese momento no tenía ningún ofrecimiento ni lo había buscado.

Escribir como amanuense para “romperle la madre” a Scherer, Don Julio, me significaba un paso atrás en las convicciones, en mis creencias, en mi admiración por su labor y la labor de quienes conocía de esa revista. Mi necesidad salarial, mi obligación familiar, la podría sostener más adelante, si miraba de frente a la gente, y a esos amigos, y podría seguir leyendo Proceso sin vergüenza alguna.

Opté por renunciar.

No te debo nada, no me debes nada, le dije al Director. Don Julio es una escuela para mí. Tengo amigos en Proceso. No lo puedo hacer. Muchas gracias. Le dejé el legado de papeles y salí de la oficina y del edificio. No alcanzó a reaccionar. No lo esperaba.

En la calle de mañana soleada voltee a ver a uno y a otro lado para dónde caminar, mientras seguía procesando en mí la decisión. Una bocanada de aire me dijo que hice lo correcto. Compungidos, Marina acompañó mi decisión. Hicimos lo correcto.

Años después conocí a Don Julio. Susana, su hija, compañera de trabajo, me lo presentó. Ella le había contado mi historia ocurrida once años atrás. Don Julio, me saludó. “Don Hugo, Susana, me contó de usted”, al momento en que me estrechaba fuerte la mano y tomaba su bolígrafo y me dedicó “Los Presidentes”.

La historia de lucha de Proceso viene de mucho antes del primero de julio.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

Continue Reading
Advertisement Article ad code

Los influyentes

Twitter

Facebook

Advertisement Post/page sidebar widget area

Recientes