Mtro. Fernando Díaz Naranjo
Nos encontramos en pleno debate de posibles reformas a la normativa electoral y con ello, hay varias propuestas que merecen ser analizadas con todo detenimiento, pero, hay otras que con el manto de la “austeridad” están fuera de todo sentido lógico y racional.
Las voces que promueven la desaparición de los institutos electorales locales (OPLE), para que sea el INE, quien lleve a cabo, no solamente las elecciones federales sino también, los procesos electorales en las 32 entidades federativas apuestan al “posible” ahorro de recursos sin considerar con profundidad la certeza que debe prevalecer en las elecciones.
Entre los muchos argumentos está el que los OPLE son instituciones permanentes que sólo tienen trabajo cada tres años cuando hay elecciones. Sin embargo, este argumento es fácil de combatir con muchos ejemplos. Aquí expongo sólo algunos refiriéndome al órgano electoral de la Ciudad de México.
El órgano electoral local tiene en su haber un sinnúmero de atribuciones y actividades que desarrolla tanto en del proceso electoral como fuera de él. El ejemplo más contundente lo es la organización de los procesos de participación ciudadana.
Estos ejercicios pueden resumirse en dos grandes rubros: la elección de los Comités Ciudadanos y Consejos de los Pueblos y la elección sobre el presupuesto participativo. En el primer caso, se eligen autoridades que representan a diversos sectores y comunidades de la Ciudad para generar un vínculo cercano con la autoridad; en el segundo ejercicio, las y los ciudadanos de esta gran urbe eligen proyectos que las autoridades deben llevar a cabo por el mandato ciudadano como lo son diversas obras, servicios, entre otros. Estos dos ejercicios fundamentales, han logrado una conjunción social que muchas veces no se alcanza con las elecciones constitucionales.
Ahora bien, otros rubros que la autoridad electoral realiza y que hace públicos es la evaluación y rediseño de mejores mecanismos de participación ciudadana en las elecciones, de revisión de sus lineamientos, sistemas informáticos o bien, de todos los materiales y documentación que utiliza en elecciones. De estos procesos de investigación surgieron, por ejemplo, los materiales como urnas, mamparas, la mascarilla braille, entre otras, para facilitar a la población con alguna discapacidad que pueda ejercer, con libertad y secrecía su derecho al voto. De estos procesos surgieron también proyectos que hoy son un referente nacional, me refiero a la digitalización de los procesos electorales.
El OPLE de la Ciudad de México ha llevado a cabo con éxito elecciones con urnas electrónicas y con un mecanismo de Internet para recibir la votación de los mexicanos residentes en el extranjero. Estos mecanismos sí podrían traer ahorros considerables a los procesos electorales no sólo locales, sino también a las elecciones federales.
En esta Ciudad, la legislación establece la posibilidad de que puedan concurrir a las elecciones no solamente los partidos políticos con registro nacional, sino establece todo un procedimiento para que surjan partidos políticos locales y, justamente fuera del proceso electoral, es el momento en que la autoridad electoral lleva a cabo el proceso de integración, revisión y, en su caso, registro de los partidos que competirán en la próxima elección.
Un esfuerzo mayúsculo lo es también el proceso de educación cívica que la autoridad electoral lleva a cabo, concientizando a la población de votar en elecciones; recordemos que tan sólo en la elección de 2018, asistieron a las urnas poco más del 70% de los ciudadanos inscritos en la lista nominal, cifra que ni el INE alcanzó. Pero este trabajo está también dirigido a jóvenes, a niñas y a niños que, en su oportunidad, se convertirán en ciudadanas y ciudadanos.
Desaparecer los OPLE por ocurrencia o, peor aún, por buscar controlar a las instituciones electorales, es fincar una regresión que costó mucho trabajo y años construir y que hoy se llama democracia, no acabemos con ella.
¡Hasta la próxima!
