Jorge Lara
Amén del profundo agradecimiento que le tengo en lo personal a Felipe Calderón por haberme dado la oportunidad de servir en diversas posiciones de gobierno cuando fue presidente de la República, siempre ha sido merecedor de mi respeto, afecto y admiración. Dentro de todas las virtudes que tiene Calderón, la que considero más relevante es su clara visión de estadista. Pocas personalidades como él, en la historia reciente, tienen el conocimiento de lo que a este país le hace falta para avanzar en su desarrollo económico, progreso social y político.
Por tales motivos, considero que es lamentable su renuncia como militante del Partido Acción Nacional.
Como es sabido, el PAN en varios momentos de su historia ha enfrentado coyunturas de conflictividad interna. En sus anales se da cuenta de episodios de enfrentamiento y ruptura, incluso en épocas previas al ascenso al poder a fines de la década de fines de los noventas.
Ejemplo de lo anterior fue la famosa emergencia del Foro Doctrinario y Democrático.
Años antes ya se habían vivido procesos internos que significaron renuncias sensibles. De hecho, un muy destacado fundador e historiador del partido, Don Luis Calderón Vega, padre de Felipe, se separó de la institución en 1981.
Paradójicamente, en aquella ocasión, un joven Felipe Calderón iniciaba con su militancia que a la postre resultó fecunda y llena de logros, llevándolo hasta la presidencia de la República.
La llegada al poder del PAN en el año 2000 significó una transformación en la fisonomía orgánica del mismo. De manera proporcional a las posibilidades de acceso a puestos de elección popular y cargos públicos, escalaron las solicitudes de ingreso y militancia formal. Desde entonces y de manera paulatina, el PAN se fue transformando de ser un partido de cuadros, con vida militante exigente y de afiliados que de trabajan de manera espontánea y sin esperar de manera primordial la incorporación a puestos públicos, a una organización que ha venido acogiendo en su seno a perfiles y liderazgos de diversos orígenes y prácticas políticas, ya con un acentuado propósito de ejercicio del poder.
Probablemente el PAN no estaba preparado para repeler o corregir prácticas de control corporativo o semi-corporativo más bien propias de otras fuerzas políticas como el PRI o el PRD, por lo que en diversos procesos de su dinámica interna se padecieron resultados distorsionados o poco consecuentes con las expectativas de la ciudadanía.
Actualmente, con una nueva dirigencia nacional electa, el PAN enfrena serios dilemas para conjugar una vida interna más limpia y democrática con una actuación contundente y eficaz, como primera fuerza de oposición, ante el gobierno de López Obrador.
Lo que es un hecho, es que muchos ciudadanos y sectores de la población cifran sus expectativas de la existencia de controles democráticos a lo que será un gobierno con un talante autoritario, opaco y centralizador en lo que haga el Partido Acción Nacional desde la oposición.
Por esa razón, el PAN debe asumir la resolución de sus conflictos internos como asunto primordial. La necesidad de unidad partidista se convierte en un clamor, inclusive de personas ajenas y observadores de la sociedad. Si a los panistas nos ha salido muy costosa la división del PAN, para el interés y la salud de la democracia del país, nuestra inquina fraterna ha sido un verdadero lastre.
La delicada situación del país y los efectos que ya genera en la economía nacional el modus operandi del nuevo grupo en el poder deben ser un acicate para que el PAN resuelva rápida y satisfactoriamente su agenda interna. Me parece que el primer paso es trabajar de manera eficaz por la unidad y evitar a toda costa, la fragmentación del PAN. Así como lo queremos para el país, México requiere un PAN ordenado y generoso.
