En el inicio de su gira de agradecimiento, el presidente electo soltó otra bomba que no fue bien recibida por los círculos económicos del país, pues deja mal parados a todos, incluso al propio Andrés Manuel López Obrador.
El pasado 5 de septiembre el tabasqueño afirmó durante un encuentro en Monterrey con los empresarios más prominentes del norte del país, afirmó que recibía un país estable y sin crisis económica, como solía suceder durante varias transiciones.
La declaración fue recibida con agrado por todos los sectores empresariales del país, por políticos e incluso articulistas decían que era una muestra de que la tersura de la transición era inquebrantable.
En cambio, el 16 de septiembre, en Tepic, cuando de nuevo López Obrador se encontró frente a la plaza pública llena retornó el hombre que acostumbra retar, provocar y luego matizar su discurso.
El país, está en bancarrota, afirmó López Obrador, y dijo que para quienes no lo quieren ver o no se dan por enterados “les voy a mandar un telegrama”.
¿Cuál es el verdadero López Obrador? Es aquel que acomoda el discurso dependiendo del público que tiene enfrente.
Si el país está en bancarrota, López Obrador deberá decir si de eso se enteró en el transcurso de los once días que transcurrieron desde aquel encuentro con empresarios norteños y el inicio de su nueva gira por los estados del país.
Deberá explicar si tiene nuevos indicadores que le revelaron que el país ni goza de estabilidad y sí está hundido en una severa crisis que nos afectaría a todos.
Fiel a sí mismo, de inmediato utilizó una caricia, un guiño a sus simpatizantes al señalarles que ya pasó la temporada electoral, acabaron las campañas, y no hay motivos de división ni de pleitos, y que en adelante hay que “buscar la reconciliación nacional, la patria es primero”.
Un discurso contradictorio en el inicio de su gira de agradecimiento en la que nos lleva a del estupor de la bancarrota a la esperanza de la reconciliación.
Hay un sector, sin embargo, que no compra los discursos del tabasqueño, que durante años aprendieron a que los políticos disfrazan incompetencia con excusas, o difieren el cumplimiento de su deber con llamados a la calma y a la paciencia.
Son las víctimas de la violencia, familiares de desaparecidos, los que se quedaron abandonados, los que no le deben nada a nadie, los que han sido rechazados, revictimizados, a quienes se ha tratado de esconder. Ellos no le deben nada a López Obrador, y por ello desde ahora lo retan, lo emplazan a que una vez que tome posesión sí cumpla con el deber de cualquier autoridad: garantizar justicia y seguridad.
En su encuentro en Tlatelolco, demostraron que sí hay forma de plantarle cara al presidente electo, y que eso sólo se puede hacer desde la distancia que significa no pertenecer a algún partido político, no responder a más intereses que a la justicia, y a exigencia de solución al agravio personal.
El tema de las víctimas de la violencia y de sus familias puede convertirse en el escollo insalvable para este gobierno porque a ellos no se les convence con un discurso, no son los partidos políticos a los que López Obrador desarmó y dejó sin causas, no son políticos a los que se pueda callar con el pago de favores por el apoyo brindado en campaña.
Las víctimas de la violencia sólo se les puede satisfacer con justicia y ese tal vez sea el problema más complejo que deba solucionar el gobierno entrante.
En la Ciudad de México, en tanto, se inició una nueva etapa en su vida pública con el nuevo Congreso, con leyes que deberán entrar paulatinamente en vigor para dar sustento a la nueva Constitución, pero con la posibilidad de que la capital vuelva a tiempos de la Regencia, cuando la capital se gobernaba desde la oficina de la Presidencia de la República y no desde el edificio del Ayuntamiento.
