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Siete semanas y media

El presidente electo López Obrador ha preferido tripular la transición con un protagonismo muy característico de su personalidad.

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Jorge Lara

Tradicionalmente el tiempo que transcurría entre la elección por la presidencia del país y la toma de posesión del nuevo titular del ejecutivo era utilizado de manera discreta para que el gobierno saliente pudiese terminar los programas y proyectos más importantes, atender coyunturas urgentes, cerrar la administración y realizar la entrega de las oficinas, eso sin contar algunas maniobras de los nefastos años de hidalgo que, en algunos sexenios fueron de oprobio.

Con las peculiaridades post-electorales de cada caso, como el periodo previo a la toma de posesión del Presidente Felipe Calderón Hinojosa, por el plantón de Reforma de López Obrador y sus seguidores, en la transiciones de fin de sexenio los actores más relevantes de la vida pública eran los presidentes salientes y los integrantes de su gabinete.

Por su parte, el presidente entrante se concentraba en aterrizar diagnósticos con su círculo más cerrado, revisar perfiles, reclutar y descartar futuros colaboradores, priorizar compromisos de campaña y buscar la información de parte de quienes les entregarían los despachos a efecto de conocer el estado que guardaban sus próximas responsabilidades. No se presentaba un gran activismo y sobre todo se imponía un cierto nivel de respeto y discreción a efecto de que las autoridades salientes tuviesen los márgenes de operación y de interlocución requeridas para cumplir sus funciones hasta el último momento del mandato constitucional.

En lo personal, recuerdo cómo transcurrieron los últimos minutos del sexenio antepasado en la Secretaría de Gobernación. Quienes entonces teníamos alguna responsabilidad en el equipo del Secretario Alejandro Poire -yo fungía como Comisionado para la Unidad de Desarrollo Político-, fuimos convocados a estar presentes a las once en punto del 31 de noviembre de 2012 en el Salón Juárez de Bucareli para dar transmitir la estafeta, en un atemperado acto republicano, al inminente Secretario Miguel Ángel Osorio Chong y su equipo. En lo particular yo había sostenido reuniones previas con Roberto Campa Cifrián, para darle cuenta de lo hecho y los programas pendientes de la unidad a mi cargo en materia de promoción de la cultura cívica y de la democracia, la interlocución y el fomento de las organizaciones de la sociedad civil -tarea en la cual tuve el gusto de trabajar con Manuel Gómez Morin Martínez del Río, actual aspirante a la dirigencia del Partido Acción Nacional-, entre otros programas.

En los minutos previos al primero de diciembre de 2012 hicieron uso de la palabra los dos secretarios de gobernación, el saliente y el entrante. Los primeros instantes del sexenio peñista transcurrieron en en un clima de armonía y salutaciones de los dos equipos.

La política es cambiante, como lo es la sociedad. En tal efecto, la presente transición dista mucho de las que yo recuerdo haber atestiguado.

Por una parte, el Presidente Enrique Peña Nieto ha dejado de convertirse en el centro natural de la vida pública del país. Al parecer el resultado electoral ha generado una condición insuperable de falta de empatía con sectores muy amplios de la sociedad y el gobierno saliente, en niveles que rayan en la indiferencia.

Peña Nieto ya no gravita como actor fundamental del espacio común, quizá por voluntad propia.

En cambio, el presidente electo López Obrador ha preferido tripular la transición con un protagonismo muy característico de su personalidad. En lo que puede ser una condición de dualidad muy riesgosa, ya es el presidente sin serlo formalmente. En este contexto se han suscitado toda clase de acontecimientos que acaso permiten observar no solo su talante, sino el de su equipo. A este respecto se han generado diversas opiniones y críticas, tanto en redes sociales como en medios de comunicación, respecto de los conflictos, errores, contradicciones, expectativas que no serán cumplidas, promesas sin sustento, tensiones, algunos escándalos, de lo que ellos llaman, en un lamentable exceso historicista, la Cuarta Transformación.

Más que claridad, en los temas más importantes de la agenda del país hay confusión: no hay claridad en el derrotero de la reforma energética y la promesa de bajar el precio de la gasolina, cada día cambian las líneas de estrategia en materia de seguridad, un día se cancelan los foros con las víctimas que rechazan la amnistía y horas más tarde se anuncia que siempre sí se harán, para conocer las novedades del aeropuerto uno debe directamente ir al timelinedel twitter de AMLO para no estar desactualizado, a varios funcionarios se les tiene que aventar pañuelo amarillo por jugada adelantada como en el bochornoso caso del CONACYT, se arrían las banderas de la austeridad… Mientras tanto, los seguidores de AMLO reclaman que no se le critique porque aun no gobierna, lo cual es una afrenta a las libertades que ellos usaron a tope.

Quizá sea momento de que el presidente entrante llame a su equipo al orden y a un prudente trabajo intramuros. De no ser así nos esperan siete semanas y media de mayor aturdimiento y desorden.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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