Elena Chávez
Más que el inicio de un sexenio como jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum comenzó su carrera política con miras a la elección por la Presidencia de la república del 2024; la “bendición” de Andrés Manuel López Obrador, si no se reelige, está dada; es su creación, a su imagen y semejanza y mirará todos los días desde su balcón del Zócalo, adornado con nochebuenas, a Palacio Nacional… y seguramente pensará: “¡ya me vi!”.
Colaboradores cercanos a ambos personajes apuestan a que la menuda funcionaria es y será la candidata de López Obrador para darle continuidad a la presidencia de México que el tabasqueño asumió el pasado primero de diciembre.
El pacto político entre los dos, del Ejecutivo Federal y la gobernante de la Ciudad de México, se fortalece para conservar el poder, primero en las elecciones intermedias del 2021 cuando se sometan a la figura de revocación de mandato que estará organizada por su equipo y entre sus militantes y simpatizantes. Todo está planeado, calculado y próximamente será consumado.
Sheinbaum es una mujer inteligente, comprometida y leal con quien la formó políticamente desde la secretaría de Medio Ambiente del entonces llamado Gobierno del Distrito Federal; es quizá la única carta confiable que tiene López Obrador para entregarle el poder presidencial, para guardarle sus secretos y para perpetuar a su partido, al Movimiento Regeneración Nacional.
Confiada en que la protección del presidente López Obrador la cubrirá durante su hoy incipiente administra- ción al frente de una ciudad con mil rostros, Claudia Sheinbaum se mostró retadora al jurar como Jefa de Gobierno, al prometer cambios profundos que la encaminarán a Palacio Nacional.
Ahora mirará pacientemente desde su ventana de 20 de noviembre el imponente e histórico inmueble donde despacha su jefe, el Presidente de México, el hombre que maneja a la perfección los hilos de la política mexicana, la vida de sus subalternos la esperanza, la ambición desmedida de muchos de ellos y la confianza ciega de 30 millones de personas que le dio el triunfo legitimador.
Por ello es que Sheinbaum tenía que hacer anuncios espectaculares en su toma de protesta como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México: abolición del agrupamiento de granaderos en memoria de los estudiantes muertos en Tlatelolco en 1968 (sic), agua y vivienda digna para todos los pobres; transporte eléctrico eficaz, cero impuestos al predial, detención de construcciones fraudulentas e irregulares, aire limpio, cancelación de fotomultas y mucha, mucha felicidad.
¡Oh¡ La transfiguración de la Jefa de Gobierno en ese mágico momento fue total: su piel se tornó blanca como la nieve mientras su Congreso, el de la mayoría absoluta, la aclamaba sabedora que es y será la que aparezca en la boleta electoral presidencial del 2024.
Caminó entre súplicas de los desprotegidos de esta ciudad para que los mirará, les aliviará, con tan sólo quererlo, de sus males de salud, de sus miserias humanas y de su pobreza.
En el templo morenista, el Teatro de la Ciudad de México, sus apóstoles la esperaban para jurar, como ella lo hiciera ante el presidente de México, servir al pueblo con honor, sin corrupción, sin moches y sin dispendios; la austeridad republicana ante todo y sobre todo.
Sheinbaum se enfrenta al mayor reto de su vida: gobernar esta ciudad de innumerables contrastes, de violencia desatada, de carencias, deshumanización, de miedos, de cultura, fiesta, costumbres, de desesperanza, sueños, rebeldía, tragedias, creencias; si lo hace bien no sólo dejará de mirar detrás de su ventana a Palacio Nacional, caminará hacia él de la mano del presidente AMLO.
Y colorín colorado que el juego está empezando.
