Patricia Sotelo
Cuando me enteré de la explosión del ducto cercano a Tlahuelilpan, de inmediato me comuniqué con mi amiga Amparo Trejo, quien vive en ese municipio de Hidalgo. Me interesaba, antes que nada, saber que se encontrara bien, pero también, tener información de primera mano de alguien que vive allá y que, además, es una periodista apasionada.
Fue fundadora del periódico Reforma y trabajó en la agencia Associated Press, pero tras el nacimiento de su hija hace 16 años, decidió regresar al lugar donde nació para criarla al lado de su familia, que por generaciones ha radicado ahí. Ella y los suyos conocen, por lo tanto, las entrañas de la comunidad.
Lo primero que me dice es: “desde hace tiempo la gente de aquí se había involucrado en el negocio del huachicol; incluso hubo un derrame de un ducto hace unos meses y todos se emocionaron y sacaron la gasolina que corría sobre el canal de aguas negras. Era una fiesta y supongo que en esta ocasión creyeron que sería igual”.
Con más calma platicamos el fin de semana y me relató cómo una comunidad agrícola, dedicada principalmente a la siembra de alfalfa y de hortalizas, dejó el campo para dedicarse al huachicoleo.
“Los agricultores fueron abandonando el trabajo en el campo. Se convirtieron en peones de quienes robaban la gasolina de los ductos. Fueron ingeniosos para trasladar los contenedores escondidos en medio de pacas de alfalfa que llevaban en camiones.
“Empezamos a ver que algunos vecinos mejoraron su nivel de vida. De repente traían autos y camionetas nuevas, construyeron casas grandes y las mujeres vestían buena ropa.
“Se sabía que había depósitos clandestinos en algunas colonias, como El Cerro de la Cruz, mejor conocida como la “colonia Pemex”, precisamente porque ahí se guarda el combustible robado.
“La gasolina se vende a 5 o 7 pesos el litro y al principio la venta era discreta, pero después se veían filas en las casas de los vecinos que la ofrecían.
“Ya hace tiempo que esto ocurre, pero el boomdel huachicol en Tlahue se dio hace un año y medio”.
¿Y las autoridades sabían de esto?, le pregunto.
“Por supuesto. Ni la policía municipal ni la estatal hicieron algo. Incluso, a los policías municipales se les veía con autos nuevos de buena marca.
“Por las noches iban y venían autos y camionetas de las tomas clandestinas de los ductos, sin que interviniera la policía. Sólo el Ejército actuó. Realizó operativos con drones y detectó las bodegas y se llevó los contenedores que había dentro.
“Se notó el cambio cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia. Semanas antes de que asumiera el cargo, hubo más presencia del Ejército, y luego, en enero, se acrecentaron los operativos”.
Amparo comenta que después de la tragedia del viernes, se percibe tristeza y duelo en el pueblo. La gente, dice, está enojada pero con ellos mismos, sienten culpa. La iglesia se llena de fieles que oran tras la desgracia.
Es escéptica sobre el futuro de la comunidad. “No creo que la gente esté dispuesta a regresar al campo luego de estar acostumbrada a tener ingresos que les permitieron hacer su fortuna. Ojalá no se incremente la violencia, porque antes de ordeñar ductos, había venta de droga, robo a casa habitación y de autos, y algunos secuestros”.
Lo que se requiere ahora, considera, es apoyo a la comunidad y programas para impulsar el campo, pero como sociedad, necesitamos más valores, identidad con nuestra comunidad, integridad; saber que el robo de gasolina es un delito y que se puede vivir dignamente de otra manera. “Ojalá las autoridades tengan la visión para que el pueblo resurja de sus cenizas”, afirma con dolor.
Esta es la estampa de una comunidad transformada por el huachicol y una muestra de lo que ocurre en varias regiones del país. Cambiar esto requiere más que cerrar un ducto. Es abrir oportunidades y tener autoridades honestas. El reto se antoja complejo.
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