Pablo Trejo
Al igual que sucede con la democracia en la vida política de las sociedades modernas, el Producto Interno Bruto, tal vez no sea el mejor, pero si el más aceptado mecanismo para medir el tamaño de la economía de los países.
Para entenderlo de una manera sencilla, digamos que el PIB es la suma de todos los bienes y servicios que se producen en un país en un determinado periodo de tiempo, que generalmente es de un año. Evidentemente existen muchas críticas acerca de lo verdaderamente representativo del PIB; es decir, si éste puede ser tomado o no como un verdadero parámetro de la salud de un país, ya que un aumento del PIB no significa necesariamente que se generarán mejores condiciones de vida; y una disminución tampoco implica necesariamente una tragedia.
Durante muchos años, China registraba crecimientos espectaculares en su Producto Interno, incluso superiores al 10 por ciento, periodo tras periodo, pero analistas internacionales demostraron que, en realidad, la medición resultaba tramposa, y por lo tanto, artificial.
Ahora bien, lo que si refleja de manera incuestionable el PIB, es la forma en que se están comportando los diversos agentes que interactúan en todas las transacciones económicas de un país. Expliquémoslo sencillamente: la fórmula para medirlo es la suma de las variables C+I+G+X-M.
Como en cualquier operación aritmética, la interrelación de las variables es directa. Si las variables aumentan, tendremos un saldo positivo, y si en contrario, disminuyen, tendremos un decremento. Cuando los conspicuos analistas de la iniciativa privada y de instituciones como el Banco de México anuncian sus perspectivas de crecimiento, lo hacen proyectando el nivel de cada una de las variables, y si revisamos las últimas previsiones, podemos darnos cuenta que no son optimistas, ya que existe el consenso de proyectarlas a la baja, por lo que debemos preguntarnos los porqués.
La letra C en la ecuación corresponde a todo lo que consumimos las familias y los entes privados en nuestro país. Recientemente la ANTAD, organismo que agrupa a 57,877 tiendas de autoservicio, departamentales y especializadas, anuncio que, durante el mes de enero, se registraron los peores números en cuanto a ventas en los últimos cuatro años, lo que puede tener su explicación en el desabasto de combustibles derivado del combate al Huachicoleo. Lo que en realidad nos dicen las cifras es que estamos iniciando el año de manera lenta y que sea cual sea la razón, las familias están decidiendo gastar menos de lo que lo venían haciendo, y las consecuencias son muy fáciles de prever: menor consumo, menor dinero fluyendo, menor producción, menor inversión. Por lo pronto, todo indica que la letra C de la fórmula para medir el PIB, estará presionando a la baja el resultado final.
Vayamos a la letra G, que es la contraparte, ya que se refiere a lo que gasta nuestro gobierno para funcionar y proveernos de bienes y servicios. Un estudio publicado por el Diario Reforma, da cuenta de que, a raíz de la entrada del nuevo gobierno, el gasto público ha disminuido un 25%. Por supuesto que esa reducción puede tener su explicación en una desaceleración decidida para dar un giro a la forma en que se venía gastando, pero lo cierto es que por tratarse de un gasto que genera un efecto multiplicador en la economía, si prende focos rojos la disminución.
En la misma lógica que con la letra C, si la letra G también tiende a la baja, el resultado final irá a la baja. El anuncio de la disminución de las expectativas obedece a esa lógica. Si dos de los ingredientes fundamentales de la medición van a la baja, evidentemente lo que esperamos va en el mismo sentido. No hay que ser un genio para darnos cuenta que de non revertirse esa situación, registraremos pingües crecimientos en los próximos años.
