Patricia Sotelo
Los políticos del Partido Revolucionario Institucional saben que deben sacudirse el estigma de la corrupción si quieren mantenerse en la contienda política. Pero es una misión imposible. Ese partido tiene una marca indeleble.
En el discurso pretenden despojarse de todo lo que huela a Enrique Peña Nieto, a Javier Duarte, César Duarte, Tomás Yarrington, Emilio Lozoya, Roberto Borge, Roberto Sandoval, Rodrigo Medina, Andrés Granier o los hermanos Moreira. Y deslindarse de los escándalos más grandes de corrupción como los casos de Odebrecht, la Casa Blanca, la “Estafa Maestra” versión 1, 2 y las que le sigan.
Pero en la realidad, reciclan a sus políticos y sus viejas prácticas. Simulan cambiar pero les gana la inercia de prácticas ejercidas durante los 90 años de su existencia.
Lo vemos en la contienda por la dirigencia nacional del PRI, donde ya se cuestiona a los aspirantes y al proceso interno. Como a Ulises Ruiz, quien gobernó Oaxaca entre acusaciones de represión a los grupos opositores a su proyecto, y con conocida fama de “operar” elecciones a favor del tricolor. Hoy se erige como defensor de la honestidad y exige la expulsión de las filas de ese instituto político del ex presidente Peña Nieto, por el “desprestigio” que los actos de corrupción cometidos tanto por él como algunos miembros de su gabinete y los gobernadores que impulsó, le ocasionaron al tricolor.
Por otro lado, vemos al gobernador de Campeche, Alejandro Moreno, quien pretende ser el rostro joven del PRI pero hace campaña usando los recursos públicos del estado y, además, tiene como compañera de fórmula a Carolina Vaggiano, esposa del ex gobernador Rubén Moreira y quien actualmente es secretario de organización del PRI, es decir, el responsable de las elecciones del partido.
También contiende la ex gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega, proveniente del clan caciquil del estado, quien ya advierte que no debe de haber una decisión cupular, es decir, un candidato electo por el clásico “dedazo”, práctica muy priista.
El ex rector de la UNAM, José Narro, quien fue Secretario de Salud en el gobierno de Peña Nieto, también aspira a dirigir el PRI, y con su perfil académico busca ser la cara de la honestidad.
¿Con esta baraja de candidatos quiere el PRI dar la imagen de renovación? ¿Con qué discurso querrá convencer a los ciudadanos de que ya no será un partido de corruptos?
Ruiz Massieu definió lo que quieren ser: “un partido de ciudadanos abierto a su militancia y a la sociedad, un partido horizontal e incluyente, un partido democrático en el que sean los militantes quienes tomen las decisiones importantes. Un partido congruente que, hacia adentro y hacia afuera, practique y exija la rendición de cuentas, demuestre su vocación de servicio y reivindique el ejercicio ético de la política y del poder. Un partido valiente que reconozca sus errores y pregone sus aciertos; que gobierne con cercanía, sensibilidad, eficacia, honestidad y visión; y que sepa ser la oposición que México necesita: firme y crítica, pero también constructiva”.
¿Cuántas veces escuchamos un discurso así por parte de los dirigentes priistas? Muchas. El resultado fue que nunca cambiaron y, por el contrario, se acrecentaron los excesos. Por eso, en la elección presidencial del 2018 el PRI fue relegado como tercera fuerza política, con la votación más baja de su historia: 6 millones de votos. Tiene 47 diputados de 500 que conforman la Cámara Baja, y 14 de 128 senadores. Es hoy, un partido satélite que gira en torno a la mayoría de Morena.
El problema del PRI no son los discursos sino los hechos, y todo indica que en la pelea por los despojos del partido mostrarán que no pueden quitarse la marca indeleble de la corrupción.
