Patricia Sotelo
Desde la llegada de las caravanas de migrantes a nuestro país y su paso por la Ciudad de México, es común ver a centroamericanos en el Metro o en las esquinas de las calles pidiendo ayuda económica, y es evidente la actitud hostil que se muestra hacia ellos.
Tal vez es por su aspecto o porque desde un inicio anuncian que vienen de Honduras, El Salvador, Guatemala o Ecuador, pero la reacción de rechazo de la mayoría de la gente es evidente.
Su acento es notorio y su petición de ayuda inicia diciendo su lugar de origen. Algunos tienen tatuajes en brazos y/o rostros, otros lucen desaliñados con el cabello reseco y con olor de varios días sin bañarse; hay, incluso, mujeres con hijos pequeños. Cargan mochilas, cobijas y comida que les han regalado.
Algunos se muestran desesperados, pero los usuarios del Metro niegan, por lo general, el apoyo. Es más, al ver que son migrantes, hay quienes guardan discretamente sus celulares; otros, les abren paso para no rozar con ellos. Los ignoran.
En las esquinas de las calles, cuando se pone el semáforo en rojo, los migrantes se acercan a los automovilistas con cartulinas donde se lee de dónde provienen y la ayuda que solicitan, pero suelen ser ignorados.
Quizá los chilangos sí somos más racistas de lo que se cree. Discriminamos más a los centroamericanos que a “nuestros” pobres, que también desaliñados nos piden ayuda y se las damos. Habrá quienes al ver a un migrante tatuado crea que es de las pandillas salvadoreñas de la Mara Salvatrucha y temen que les vayan a robar.
Tal vez para quienes vivimos en la CDMX está bien apoyar a los migrantes mientras estén en las fronteras del país, pero que no vengan a perturbar la dinámica urbana.
Aunque la actitud negativa hacia los migrantes no solo es en la capital. A cinco meses de que iniciaron las caravanas, el rechazo de los mexicanos a permitir su entrada al país pasó del 32 al 58 por ciento, lo que significa un incremento de 26 puntos porcentuales, de acuerdo con una encuesta de Parametría.
En noviembre de 2018, la casa encuestadora preguntó si estaban de acuerdo con que el Gobierno de México permitiera el paso de las caravanas migrantes, a lo que el 40 por ciento respondió que sí, y 32, que no. Pero en abril, la aceptación bajó a 37 por ciento y el rechazo ascendió a 58.
Asimismo, una encuesta del periódico el Financiero publicada la semana pasada, reveló que el 63 por ciento de los mexicanos considera que el gobierno debe cerrar la frontera a los migrantes, y solo el 35 por ciento opina que se les debe apoyar.
Además, casi 7 de cada 10 encuestados apoyan la decisión del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador de enviar a la Guardia Nacional a proteger la frontera sur.
Lo que quedó evidenciado en las encuestas es que conforme creció el flujo de migrantes a nuestro país para intentar llegar a los Estados Unidos, aumentó también el rechazo de los mexicanos ante la problemática que representa su estancia en territorio nacional.
El panorama en varias ciudades como Tapachula, Chiapas, por donde entran los migrantes, o Tijuana, Baja California, donde se quedan al no poder pasar al país norteamericano, se ha complicado. Además, mantenerlos en México implica la erogación de recursos públicos no contemplados para ese objetivo.
Y si a eso le sumamos las amenazas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de castigar económicamente a México si no controla el flujo de migrantes, es lógico que la reacción de los mexicanos sea “pues que no entren”.
Es claro que la situación económica y política se está complicando por el tema migratorio, pero también es verdad es que hemos pasado de ser un país amigable con los migrantes a uno más hostil. Y no solo por las medidas implementadas por el gobierno mexicano a raíz de la presión del presidente estadounidense, sino también porque, a juzgar por las encuestas, en la mayoría de los mexicanos emergió el “Trump” que habita en su interior.
