Jorge Alberto Lara
En la parafernalia de la izquierda histórica existe la figura del “compañero de ruta” en referencia a alguien que, sin ser parte formal de la organización o partido, llega a comulgar con ideales o incluso a colaborar con la causa en un momento dado.
El contingente que ha acompañado a Andrés Manuel López Obrador es de una composición diversa. Gracias a esa pluralidad es que como candidato Obrador pudo multiplicar su eficacia electoral. Por esta estrategia se dejó acompañar por algunos representantes del sector empresarial como Alfonso Romo así como por miembros relevantes de otros partidos como Germán Martínez o Gabriela Cuevas del PAN, priístas prehistóricos como Manuel Bartlett o fichajes del medio artístico como Ernesto D´Alessio y Sergio Mayer. Olga Sánchez Cordero tampoco ha sido militante partidista como muchos otros que se agregaron en torno al candidato de Morena.
Ese fue el caso de Carlos Urzúa, quien después de haber sido Secretario de Finanzas del Distrito Federal cuando el Tabasqueño era el Jefe de Gobierno, se retiró de funciones públicas y se dedicó a tareas académicas.
Considerando que el proyecto político del núcleo duro de MORENA y el obradorismo corresponde a un programa populista inspirado en los regímenes satelitales de la Unión Soviética de los años setenta, no es difícil catalogar a esta constelación de simpatizantes y colaboradores del último tramo como “compañeros de viaje”.
Todos ellos deben tener muy presente que el gobierno de lo que se hace llamar Cuarta Transformación es de izquierda recalcitrante con ingredientes de mesianismo e incluso, como cada vez se hace más evidente, con un componente de proselitismo religioso inocultable.
Poco a poco el núcleo duro de Morena deja ver el cobre: su líder máximo amaga a la propia división de poderes al acechar al Poder Judicial – amenaza con exhibir a jueces de amparo -, a los órganos autónomos y a todo aquel que no piense como él.
El equipo más cercano a Obrador es radical, intransigente y extremista.
En su carta de renuncia a la Secretaría de Hacienda, Carlos Urzúa denuncia lo que ya se había señalado por parte de la oposición como defectos de esta administración: desapego a la técnica, influyentismo, conflicto de intereses, ocurrencias.
Dice el economista del Tecnológico de Monterrey que su renuncia a la cartera de Hacienda se debe a que las decisiones del gobierno se toman sin sustento. Desafortunadamente esa descripción se aplica a todas las áreas: las fallas estratégicas en materia de seguridad, la crisis migratoria y arancelaria, los errores en el manejo de la transición de la Policía Federal a Guardia Nacional, entre otros yerros, dan cuenta de esa falta apego al diagnóstico.
Un ejemplo de lo anterior fue el desaire que realizó el propio López Obrador a su colaborador cuando tocó el turno de enviar el proyecto de Plan Nacional de Desarrollo. Al respecto vale recordar que al escritorio de los Diputados llegaron dos documentos: uno con formato y contenido técnico, con un diagnóstico y objetivos medibles, realizado por la Secretaría de Hacienda y un panfleto ideológico de 63 cuartillas con la impronta de Obrador. La orden de Palacio Nacional a los diputados de Morena fue ignorar el documento de Urzúa y aprobar el legajo propagandístico del presidente.
Si este agravio fue más o menos público, podemos imaginar las afrentas que en corto tuvo que soportar Urzúa.
Lo que se observa es que cada vez es más clara la visión radical y ortodoxa del gobierno.
En tanto avance el fundamentalismo y el gobierno de ocurrencias seguirá las renuncias de compañeros de viaje.
