Adrián Rueda
En su desesperado intento por sobrevivir no sólo política, sino económicamente, la dirigencia del Partido de la Revolución Democrática puso al mejor postor el histórico registro del viejo Partido Comunista de México, que recién cumplió cien años.
Al anunciar que el PRD cambiará de piel para transformarse en el proyecto Futuro 21, los perredistas cierran la puerta a la histórica lucha de la izquierda mexicana, que a finales de los años 80 cedió su registro como partido para que naciera el sol azteca.
La intención de la dirigencia perredista –según dijeron- es abrirse a un espectro más amplio, y permitir que personajes de diversas ideologías, e incluso de otros partidos, puedan acceder a la lucha política y al financiamiento público.
Todo surgió por las elecciones de 2018, en las que fueron borrados por Morena en las urnas, al grado de ponerlos en vías de extinción, pues no se han sabido reconstruir hacia el interior, donde aún conservan cierta militancia.
En lugar de ver hacia adentro, hacer un balance de lo malo y jubilar a quienes ya no sirven, los dirigentes del PRD se van por el camino fácil de ofrecer el registro a líderes sociales, políticos y empresariales para buscar hacerle contrapeso a Andrés Manuel López Obrador.
Si tomaron esa decisión, muy bien, pero bueno sería que los dirigentes explicaran a quién le pidieron permiso para dar ese paso, o cuándo hicieron una asamblea nacional para preguntar a la militancia si estaban de acuerdo.
Porque el fin de semana pasado, durante la realización de la primera Asamblea Nacional de Futuro 21, un colectivo que apoyan ciertos dirigentes del PRD, dijeron que su partido pondría a su disposición el registro que tienen ante el INE para hacer un nuevo partido.
La mayoría entendió que en cuanto se concrete esa propuesta, el sol azteca desaparecerá y en adelante se llamará Futuro 21, que contarán con una dirigencia “civil”, y en la que podrán participar todas las personas con ideas progresistas.
Tan mal aterrizada estuvo la propuesta, que es hora que nadie sabe bien a bien si los amarillos van a desaparecer o cómo está el asunto.
Como quiera las declaraciones de la dirigencia perredista no cayeron nada bien no sólo en la militancia, sino en varios dirigentes que ni siquiera fueron consultados al respecto, por lo que quedaron en el limbo en cuanto a identidad política.
Una grosería en extremo para los perredistas fue tener que ver entre los principales oradores a Gabriel Quadri, quien ha sido candidato presidencial por el PANAL, partido que fundó Elba Esther Gordillo, y el ex rector de la UNAM, José Narro Robles.
Si su pasado fuera solamente de ex rector o ex secretario de Salud con Enrique Peña Nieto estaría bien, pero Narro pelaba hasta hace algunas semanas la dirigencia nacional del PRI, e incluso presumía tener casi 50 años militando ahí.
Sólo hasta que vio que no iba a ganar porque quienes lo invitaron no le garantizaban el triunfo a como diera lugar, “entró en razón” y se dio cuenta que quería estar del lado de la democracia; decidió sumarse a Futuro 21.
La idea de crear un movimiento ciudadano más amplio, que se convierta en un verdadero contrapeso de las locuras de López Obrador, no es mala, pero el no haberlo socializado antes y pedido la opinión de sus bases sí es grave.
Porque en aras de hacer masa, los dirigentes dejaron a los perredistas sin identidad, y a la izquierda sin la posibilidad de encauzar a través de un partido político su histórica lucha como críticos del sistema social.
Los viejos comunistas como Valentín Campa o Heberto Castillo, por ejemplo, se volverían a morir si vieran en lo que quieren convertir su emblema y su registro. Incluso quienes viven quizá no se vean reflejados en la nueva organización.
Pero lo más grave es que la izquierda en general se quedará sin representación, pues mal que bien el PRD fue refugio de muchos de ellos durante largo tiempo, pues era lo más cercano a lo que pensaban, pero hoy se quedan solos.
No hay opción a la vista para su lucha, ya que aunque Morena se quiere presentar como un partido de izquierda, en realidad es un mazacote de intereses sin ideología, y congregados solamente para lograr beneficios personales a través del poder.
Ni los integrantes del PES –sus aliados- son de izquierda, sino al contrario, pertenecen a los sectores de la ultraderecha conservadora, ni el PT que siempre se vende más rojo de lo que es, presumiendo una supuesta adoración por el comunismo norcoreano o de Cuba.
Son una bola de pillos que dependiendo de las aguas se venden al mejor postor, llámese PRI, PAN o quien los compre, con tal de conservar sus canonjías y privilegios ya de muchos años, que los hacer ver como millonarios del comunismo.
Pero los morenos no son los únicos sin identidad, sometidos al capricho de una sola persona, pues la mayoría de los partidos políticos están extraviados ideológicamente.
Quizá el PAN ha intentado recuperar la congruencia perdida en el anterior proceso electoral, cuando se aliaron electoralmente con el Movimiento Ciudadano y el propio sol azteca.
Los demás, incluyendo ahora el PRD, se han extraviado y con ello dejan desamparan a esos luchadores de izquierda, cuyo único reducto de batalla quizá vaya a ser en las redes sociales, pues ya ni escribir panfletos en algún periódico podrán.
Por supuesto que hacía falta buscar una opción más progresista donde todo mundo cupiera, a fin de organizar una lucha política más de centro para el rescate del país, pero no era regalando el registro de icónico partido opositor.
Porque además ni quién vaya a creer a los dirigentes perredistas históricos que se sacrifican por amor al prójimo o porque son de noble corazón; lo hacen por cuidar sus groseros intereses –de todo tipo– que durante años de andar en la política han acumulado.
Qué triste para el Partido Comunista de México que quienes los entierren no sean ni los gobiernos del PRI ni los conservadores de ultraderecha, sino sus propios herederos del PRD.
