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CDMX

Cataluña, España, la UE y el Fondo Monetario Internacional

Fuera de España, la crisis actual en Cataluña tiene poco que ver con la colonización lingüística y cultural perseguida por el reino de Castilla hacia las provincias conquistadas o anexadas. Tiene todo que ver, en cambio, con la restructuración de la Unión Europea y con la posibilidad que quede excluida de la redistribución del poder al nivel mundial.

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Por Fulvio Vaglio

El 10 de octubre la directora general del FMI, Christine Lagarde, se ha referido a la crisis catalana. Su reporte decía, sustancialmente: por el momento vamos a mantener las proyecciones para 2018 que habíamos formulado en julio (y que eran bastante favorable para la Unión Europea y sobre todo para España); pero, si la crisis en Cataluña perdurara (léase: si se llegara a la declaración unilateral de independencia), podría desencadenarse una incertidumbre general de los mercados financieros, con consecuencias impredecibles.

Es decir, que España pasaría, de ser el alumno modelo del FMI, a ser una de las ovejas negras: y la UE con ella. Incapacidad de llegar a una política fiscal común y estable, aumento insuficiente del consumo interno (léase: salarios demasiado bajos), impredecibilidad del mercado del trabajo (léase: alto nivel de desempleo y falta de datos seguros sobre el subempleo) siguen siendo elementos endémicos de crisis; la situación catalana, a lo sumo, sería la gota que derramara el vaso.

Mientras más se acercaba el enfrentamiento entre Puigdemont y Rajoy, más se hablaba de un posible “efecto domino” que podría despertar otros separatismos durmientes. Pero aquí las Casandras geopolíticas confunden (intencionalmente, creo) la cuestión.

La teoría del domino es fácil de usar y puede ser bastante eficaz: la usó Bob McNamara por años, para justificar la escalada norteamericana en Vietnam. Pero hoy, en la Unión Europea, no parece aguantar la prueba del ácido. Después de España, el único país de la Unión que podría experimentar una sacudida separatista es Italia; como italiano, quiero pensar que a la Liga del Norte le conviene desempeñar el rol cómodo de aglutinamiento de descontento y propaganda populista de ultraderecha, pero no extenderlo hasta una propuesta de independencia formal que la dejaría chiflando en la loma: economía sin mercado del trabajo, fábricas sin trabajadores, país sin más instituciones políticas que Forza Italia de Berlusconi; sin siquiera el Milan, que ya se lo compraron los chinos..

Si esto es cierto para Italia, lo es con mayor razón para la región noroccidental de Francia, tradicionalmente anti-centralista; en cuanto a Bélgica, el separatismo flamenco sólo les quita el sueño a unos cuantos políticos aferrados a sus asientos en el Parlamento de Bruselas; y los países miembros en el oriente de la Unión Europea ya han pasado por sus propios terremotos internos y es difícil imaginarlos sacudidos por más sismos separatistas.

Más bien, la declaración de independencia de Cataluña es, para la Unión Europea, un recordatorio de que su propia estructura, en este 2017 en que se cumple el 60 aniversario del primer Tratado de Roma, necesita repensarse y apuntalarse: “refundarse”, en palabras de la Comisión Europea. Después del pánico euroescéptico de los primeros meses de 2017, se ha afianzado el eje franco-alemán, al que ya le llaman Mercron, y se ha publicado un Libro Blanco de cinco posibles escenarios para el futuro de Europa después del Brexit: uno deseable, los otros mucho menos.

El escenario al que parece encaminado el eje franco-alemán es el fortalecimiento de la “zona euro” como centro dinámico de expansión: los países que no forman parte todavía de la “zona euro” se integrarían progresivamente a ella en un término previsto para 2025; mientras tanto se acepta la existencia de una “Europa a varias velocidades”, dependiendo de las situaciones propias de los estados miembros; entre los asuntos implícito en ese fortalecimiento está un importante paso adelante hacia la formación de un sistema común de defensa militar, bajo la dirección de la italiana Federica Mogherini y en claro desafío del America First de Trump.

Los otros países miembros de la UE (y, con más razón, los que solicitan entrar, de Turquía a Kosovo), deberán esperar en la antesala de los importantes, mientras resuelven sus broncas internas; la respuesta de algunos, como Hungría, no deja dudas de que entendieron el mensaje; y no les gusta.

Hasta aquí el proyecto: pero es fácil ver que también la integración de la “zona euro fuerte” avanzará a varias velocidades: no se puede comparar la capacidad de adaptación y repunte de la economía alemana o francesa, con la de Eslovenia, Malta, Chipre o de las ex Repúblicas Bálticas (ni de la de Grecia, por cierto). Prácticamente el “motor de la locomotora” estaría formado por los once países cuyas economías estuvieron integradas en el Mecanismo regulador de las Tasas de Intercambio (ERM) desde la adopción del euro el 1° de enero de 1999: los seis fundadores iniciales de la CEE, más Irlanda, España, Portugal, Austria y Finlandia.

Siempre quedó claro que el gigante entre los recién llegados sería España. De aquí la mirada particularmente atenta que le ha reservado la UE a España, a su economía, a su sistema fiscal, a su defensa y a su mercado del trabajo. Y es aquí donde la crisis catalana crea un derrumbe que, se teme, podría desacelerar, o incluso descarrilar, el tren de la UE.

“Esperemos que el gobierno español haga valer la fuerza de los argumentos y no el argumento de la fuerza”. Esta declaración de Donald Tusk es una muestra de retórica del siglo antepasado: bonita y estéril, vaya.

Tusk es polaco: su nombre completo es Donald Franciszek Tusk y fue fundador y líder de Plataforma Cívica (PO), que bajo su liderazgo perdió las elecciones presidenciales de 2005 y ganó las generales de 2007; el mandato de Tusk como Primer Ministro fue punteado por una guerrilla de desgaste entre él y el Presidente de la República, Lech Kazyński de Ley y Justicia (PiS), hasta que este último murió en el avionazo de 2010 (Ley y Justicia acusó a Tusk de empantanar la investigación sobre el accidente). Plataforma Cívica recuperó luego la presidencia de la república y Tusk se mantuvo como Primer Ministro hasta 2014, cuando dimitió para ocupar el cargo de Presidente del Consejo Europeo. Al año siguiente, el partido de Tusk perdió las elecciones en favor de PiS, pero para entonces él ya había migrado a Bruselas.

Tanto en el parlamento polaco como en el europeo, Tusk ha manifestado serias preocupaciones por la redistribución del poder económico (y militar) al nivel mundial entre Estados Unidos y China; un ejemplo revelador: en 2009, cuando cundió el pánico general de la gripe porcina (H1N1), Tusk se negó a que su gobierno participara en la compra de la vacuna, considerando que ésta no había sido suficientemente probada y que la dimensión de la pandemia se estaba inflando mediáticamente fuera de proporciones; ustedes recordarán que los propagandistas principales de la vacuna fueron su productor (el ex secretario de Defensa de Estados Unidos Donald Rumsfeld, artífice de las guerras en Afganistán e Iraq), y la presidenta en turno de la Organización Mundial de la Salud, la china Margaret Chan. Recordarán también que, en México, ni el secretario de salud José Ángel Córdova Villalobos, ni su jefe Felipe Calderón tuvieron la visión, la inteligencia crítica y la honestidad de Tusk.

Esos antecedentes convierten a Tusk en un aliado importante del Mercron; cuida a la UE como a la niña de sus ojos; se opuso a la salida de Gran Bretaña de la UE así como ahora ve con desengaño  la de Catalunya de España; desde Bruselas personalmente, y desde Varsovia a través de su partido, empuja para que Polonia sea considerada como uno de los locomotores de alta velocidad, pese a que no forma parte de la zona euro; en reconocimiento de su activismo, el pasado 9 de marzo fue reelegido presidente del Consejo Europeo con 27 de 28 votos: el único voto en contra fue el de su propia primer ministro Beata Szydlo, en desquite de las viejas rencillas entre el gobierno de Plataforma Cívica y la presidencia de Ley y Justicia.

Para evitar malentendidos: Tusk es sin duda un político que no le huye a las controversias, pero él y su Plataformas Cívica no son ningunos progresistas: se colocan en el eje de centroderecha de la política polaca; en su momento optaron por la privatización de industrias en mano del estado y la reducción de impuestos “para favorecer el regreso de capital invertido en el extranjero”; aún hoy se oponen a la eutanasia, la legalización de la marihuana, el matrimonio homosexual y la ampliación de causales para el aborto. En el Parlamento Europeo forman parte del Partido Popular Europeo (es decir, se sienta al lado de Mariano Rajoy, al que ahora sugiere raciocinio).

Por el momento, la UE ha declarado que la crisis catalana “es un asunto interno de España”: leído con la lupa del lenguaje diplomático, no es una declaración de respeto a la soberanía ajena: quiere decir que la UE no la considera como una controversia entre estados soberanos, sino como un detalle que España tendrá que resolver según dios le dé a entender. Y ya hemos visto cómo Rajoy interpreta la intención divina, con el PSOE avalándolo desde el Sinedrio y Tusk actuando de Poncio Pilato.

Que quede claro: sigo pensando, con Jordi Évole, que la Declaración Unilateral de Independencia de Catalunya ha sido “el último despropósito”; que para declarar la independencia de un país se necesita más que el 90 por ciento del 48 por ciento; que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras son unos políticos oportunistas y seguramente no víctimas inocentes de la autocracia monárquico-populista, como pretenden. Pero no puedo quitarme de la cabeza los tuits de varios lectores de El Mundo, después de que éste publicara su mapa de la ultraderecha de Europa: preguntaban: ¿y Rajoy y el PP, dónde están en su mapa?

Hoy Pablo Casados, vicesecretario de comunicación del PP, insiste en que la aplicación del artículo 155 en Cataluña es “una señal para los navegantes en otras regiones con inclinaciones independentistas”: léase, por menos, País Vasco.

Mientras esperamos datos concretos y confiables sobre la manifestación anti-independentista convocada hoy en Barcelona por la Societat Civil Catalana, el sondeo del El Mundo/Sigma Dos, publicado hoy, indica que, si las elecciones que Rajoy convocó para el 21 de diciembre se celebraran hoy, no ganarían ni el CUP, ni el PP, sino ERC (Esquerra Republicana de Catalunya), seguida por Ciudadanos (partido no secesionista) y el Partido Socialista de Cataluña.

De los que hoy acaparran el escenario, perdería el CUP y se mantendría más o menos el PP (ambos en posiciones muy minoritarias). Es decir, perderían las opciones extremistas. Si consideramos que Junts pel Sí se presentó junto con ERC en las autonómicas de 2015 y no aparece en el sondeo de hoy, no parece que la intención de voto para diciembre sea muy distinta de la composición actual del Parlement. Si el FMI se preocupa por la prolongación de la crisis actual en Cataluña, tiene toda la razón para hacerlo.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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