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Cuestiones de semántica: La chimoltrufia en Davos

Declaraciones, justificaciones y desmentidas: de Washington a Davos tienen a Trump como protagonista y no convencen a nadie.

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Por Fulvio Vaglio

“La pregunta es del todo irrelevante, porque finalmente no lo despidió”: ésta ha sido la respuesta de Anthony Scaramucci a Chris Cuomo de CNN, el jueves pasado, sobre si es cierto o no que Trump había ordenado despedir al investigador especial Robert Mueller en agosto 2017, según había reportado el New York Times el día anterior).

Como defensa es muy débil y probablemente no aguantaría en un tribunal serio (bueno, en el Estado de México quizás sí pues las amenazas no constituyen delito a menos que luego se cumplan; pero estamos en Washington y en la arena pública, no en una corte).

El tema es si Trump intentó, o no, obstaculizar la investigación de Mueller sobre el Russiagate: si intentó hacerlo desde su posición de jefe supremo, sería motivo suficiente para su impeachment, independientemente de que luego haya retirado la orden porque su abogado, Don McGahn, se opuso (según el New York Times, inclusive amenazó con renunciar si Trump seguía adelante con su propósito).

La declaración de Scaramucci podría ser, ella misma, “irrelevante”: finalmente, ya no tiene un cargo oficial en la Casa Blanca y sí ostenta el record absoluto de menor duración en la administración Trump, ya que entre su nombramiento y su despido como director de comunicaciones pasaron exactamente 10 días.

O quizás no: precisamente su debut y despedida tan rápido lo pone en la lista de los entrevistables VIP, a los que se les puede sacar información sabrosa: no teniendo ya una posición oficial que defender, puede permitirse mayores márgenes de independencia (o de ambigüedad) y su declaración, leída con suficiente espíritu crítico, los muestra.

No es que los abogados de la Casa Blanca hayan presentado un frente sólido que digamos: John McDowd había declarado que el despido de Mueller no había estado nunca en la mesa (pero lo declaró a USA Today, que no es precisamente conocido como un periódico duro e insistente con sus entrevistados); Ty Cobb había declinado hacer comentarios al respecto.

Todavía en diciembre el propio Trump había vuelto a negar que tuviera la intención de despedir a Mueller. Parece que en este asunto se ha instaurado una dinámica repetitiva y clara: cuando el equipo de Mueller da pasos susceptibles de enjuiciar a la familia presidencial, o algún ex funcionario de la Casa Blanca confiesa errores pasados y se compromete a cooperar con los investigadores, vuelven a cundir rumores sobre su despido, seguidos por desmentidas en las que afloran contradicciones incómodas en el staff legal de la Casa Blanca.

Ésta última semana no ha sido la excepción: Trump ha respondido que está dispuesto a entrevistarse con Mueller y contestar sus preguntas “inclusive bajo juramento”; Cobb se apresuró a minimizar la declaración de su jefe porque “estaba con un pie en el avión para el foro económico de Davos”: versión “zona uno” del “lo que el Presidente quiso decir” con el que Rubén Aguilar Valenzuela solía glosar los disparates de Vicente Fox.

En Davos, a Trump le fue como en feria, y precisamente sobre el asunto Mueller. Estamos acostumbrados a que el foro sea acompañado por manifestaciones contra el propio evento; en el pasado, esto solía tener el cariz de una contestación económico-social (globalifóbicos contra globalófilos) y se daba fuera del recinto de las sesiones.

En cambio, este viernes la contestación más importante se dio dentro del salón de eventos y fue dirigida contra Trump: éste se había preparado (es un decir) para ser la estrella del evento, y poco a poco vio que ese rol se le escapaba de las manos. Aún antes de la inauguración, la directora de Oxfam, Winnie Byangyma de Ruanda, había anunciado que no estaría presente “porque tenía trabajo”, quitándole de antemano valor al predecible intento de Trump para desestimar su propia desafortunada referencia a las shithole countries.

Los asistentes al evento esperaban un pronunciamiento claro de Trump sobre proteccionismo o globalización. El primer ministro de India, Nerendra Modi, disparó un misil de tres ojivas contra las posiciones de Trump (“el proteccionismo es tan peligroso como el cambio climático o el terrorismo”); Trump acababa de imponer nuevos aranceles sobre partes electrónicas, celdas solares y lavadoras, que afectan a China y, en general, a Asia (sin excluir a sus aliados Corea del Sur y Japón: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, como diría el Cochiloco).

Luego vino la pifia de su secretario de hacienda, Steve Mnuchin: se declaró en favor de la globalización y agregó que no le preocupaba tener un dólar débil; si fue un deslinde intencional de la posición de Trump, o un intento de predecir qué diría su jefe, los dirán las próximas semanas; de todas maneras, fue torpe, provocó una caída fuerte del dólar y desató el miedo a una guerra comercial global. Era el miércoles 24 de enero y Trump ni siquiera había llegado aún: llegó el día siguiente, en el medio de una nevada y sin Melania.

El viernes, mientras fuera del recinto los manifestantes desplegaban un letreros de “Trump not welcome”, dentro del salón el presidente norteamericano intentó hacer lo que suele salirle bien cuando juega en casa, con el dedo en el tuit y bajo el cobijo cariñoso de FOX News: repitió que “America first” no quiere decir “America alone” (ya lo había dicho en las Naciones Unidas en septiembre y, como entonces, nadie le creyó) y que “quiere un dólar fuerte” (supongo que quería decir “fuerte pero débil, según el caso”).

Su discurso duró menos de un cuarto de hora; sostuvo que la economía de Estados Unidos es más fuerte que nunca y propicia para las inversiones extranjeras y que quiere un mercado “libre, pero con reglas”; después, mientras los asistentes al evento se miraban perplejos, el fundador y presidente del foro, Klaus Schwab, le tiró la indirecta, aparentemente inocente: ¿qué relación tiene su administración con la prensa?

Schwab se refería a la pregunta que le habían hecho los periodistas a Trump no bien bajó del avión, sobre las revelaciones del New York Times: “Fake news”, había contestado Trump, “noticias falsas. Típico del New York Times”. Pero esto había sido en la calle, aprisa y bajo la nevada. Trump creyó que podía repetirlo impunemente en el salón de eventos, frente a un público calientito, especializado e informado: soy víctima de una prensa cruel, mala y falsa, dijo. Lo abuchearon, cosa inaudita para un presidente norteamericano en ese foro.

Último, pero no menos importante, golpe a su autoestima: el último día del evento, los delegados tenían que elegir al hombre más querido del foro: eligieron a Emmanuel Macron y hubo quien ya lo mencionó como el próximo líder del mundo libre.

Más allá del pageant, en los discursos, y aún más en los petits comités, se hicieron comentarios alarmantes: George Soros denunció la amenaza de una tecnología autoritaria (en particular, Google y Facebook) al servicio del autoritarismo (peor de lo que hubieran imaginado Aldous Huxley y George Orwell, dijo); hasta Christine Lagarde, del FMI, reconoció el abismo creciente entre extrarricos y extrapobres, tanto internacionalmente como internamente; y la representante noruega, Erna Solberg, propuso una especie de “#MeToo” para denunciar la corrupción que paraliza el desarrollo de los negocios.

No quiere decir que Davos se haya vuelto un foro de concientización democrática, ni mucho menos social: más bien ha evidenciado confusión en la detección de problemas e incertidumbre en la propuesta de soluciones: no sin muestras de extraños transformismos, con China presentándose como partidaria del libre comercio y Estados Unidos del proteccionismo, en espera que nuevas vicisitudes internacionales vuelvan a intercambiar los papeles.

Oficialmente, esta edición del WEF se cerró con previsiones optimistas sobre el crecimiento económico global en este 2018; con excepciones, claro, como el Oriente Medio si no se controla el terrorismo, Europa si no se regula la migración y se resuelve el problema de Cataluña, América Latina si no se elimina la corrupción, el mercado mundial si no se escoge entre liberalismo y proteccionismo, internet si no se pone un alto al apetito de las redes de sociales y de información, y la África subsahariana para la cual aparentemente no hay remedio.

Por lo pronto, Trump regresó ayer a Washington y se relaja jugando golf mientras Mueller decide si interviene su club; de allí prepara (sigue siendo un decir) la gira de su secretario de estado, Rex Tillerson, por América Latina en la primera semana de febrero. Ni FOX News ni USA Today han precisado si Melania lo fue a recoger al aeropuerto (el año pasado lo había acompañado a Davos; ¡cómo cambian los tiempos!) o sigue autoexiliada en su suite de hotel, ni si en la clubhouse lo esperaba una edición recargada de Stephanie Clifford, Stormy Daniels para los amigos.

 Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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