Connect with us

CDMX

InterSecciones / Dramas, farsas y chascarrillos (I)

Published

on

Por FULVIO VAGLIO

Era la primavera de 1982, yo vivía en Estados Unidos y mis amigos norteamericanos me preguntaban a quién le iba en la Guerra de las Malvinas. Sin dudarlo un momento, yo les contestaba que a Gran Bretaña: no porque fuera fan de Margaret Thatcher (en realidad, entonces como ahora me parece patético que los británicos no entiendan que su imperio se acabó y que tienen que hacer la cuenta con un mapamundi profundamente transformado), sino porque quería que Argentina perdiera la guerra: la historia demuestra que una dictadura militar puede sobrevivir a muchas crisis, pero no a una derrota bélica; el fascismo de Mussolini y el nazismo de Hitler perdieron la guerra y cayeron, la falange de Franco y el fascismo de Salazar tuvieron la prudencia de no inmiscuirse en la guerra y sobrevivieron otros treinta años.

Mis amigos norteamericanos – moralistas como ellos solos – se quedaban perplejos: unos querían que me quitara la máscara de izquierdas y les diera mi aprobación irrestricta a los conservadores en el poder en Gran Bretaña, otros esperaban que me sumara a las voces antiimperialistas y apoyara a los militares argentinos en su proclamada guerra de liberación. No hice ninguna de las dos cosas y sucedió lo que debía suceder: el 14 de junio la guerra de las Malvinas terminó con la derrota argentina y al año siguiente Videla, Viola, Galtieri y los otros generales perdieron el poder; de allí empezó el resquebrajamiento del domino fascista (organizado y sostenido por la CIA) en el Cono Sur: uno tras otros cayeron los regímenes militares en Brasil y Uruguay (1985), Chile (1988) y Paraguay (1989): que era lo importante.

¿A qué viene este recuerdo? La semana pasada, Pedro Sánchez amenazó con votar en contra del Brexit si el Reino Unido no renunciaba a sus pretensiones sobre Gibraltar. Hoy día Gibraltar tiene la misma importancia estratégica mundial que las Malvinas: es decir, nula.

Básicamente les sirve a los narcos para contrabandear hachís y heroína (además que personas) desde África a Europa (¿para qué se lo cuento? Todo hemos leído o visto La Reina del Sur y esperamos con ansia la secuela), a los historiadores y cineastas para reconstruir los itinerarios de los U-Boot alemanes en la Segunda Guerra Mundial, a los geógrafos y los vendedores de chácharas para recordarnos que es el monolito de origen espacial más alto del planeta, y a la UEFA para recolectar unos cuantos euros en cambio de admitir en sus filas a la gloriosa selección gibraltareña de futbol.

Obviamente, la amenaza de Pedrito Sánchez ha mandado profundos y terribles escalofríos por el espinazo de Theresa May y Jean-Claude Juncker; este último ha dado rienda suelta a su insospechada vena poética, lamentando el día trágico y triste en que Gran Bretaña saldrá de la Unión, al mismo tiempo que profetizaba que la amistad duraría hasta el final de los tiempos; parecía como si el país de Margaret Thatcher y Theresa May hubiera sido desde siempre el más entusiasta promotor de la Unión Europea, y no la hubiera boicoteado desde los años cincuenta hasta 1973, cuando ya le habría sido imposible no adherirse, para no quedarse aislado. Memoria corta, Alzheimer selectivo, el de los políticos; de aquí el agradecimiento gremial de los historiadores, que tendremos chamba mientras siga la Vulgärpolitik: hasta el final de los tiempos.

A Karl Marx le faltó precisión: es cierto que el drama de la historia suele repetirse como farsa, pero sólo la primera vez; después, hasta el mejor teatro de carpa se vuelve chascarrillo de cuates briagos. No conozco los hábitos dipsómanos de Pedro Sánchez, si es que los tiene: pero no le faltarían razones para una sana borrachera: se presentó como el renovador de la izquierda socialista y, paso a paso, del apoyo al 155 de Rajoy en octubre 2017 a la alianza efímera y oportunista con los soberanistas en junio 2018, se ha convertido en el gestor de un trayecto indefinido y, probablemente, indefinible; peor aún, parece que va a quedar como el encargado interino del día a día entre dos dominios históricos nefastos, ambos del PP: el pasado de Mariano Rajoy y el futuro de Pablo Casado: los conservadores ya ni la burla le perdonan, como demuestran las últimas declaraciones de Albert Rivera, de Ciudadanos.

Los dos otros interlocutores en este asunto no están mucho mejor. Para Theresa May, Gibraltar es un reflejo puntual de su crisis: los súbditos británicos de Gibraltar se han pronunciado en dos referéndums: en el primero, de 2002, el 99% había votado para quedarse en el Reino Unido (la otra opción, rechazada, era la soberanía conjunta de España y Gran Bretaña); en el segundo, el 23 de junio de 2016, más del 95% ha dicho no al Brexit. En términos puramente numérico, los 27,000 ciudadanos británicos no harían ninguna diferencia en un eventual, nuevo referéndum sobre el Brexit; pero simbólicamente agregan a la incertidumbre sobre el futuro de Theresa May, que pende de un hilo muy delgado.

El tercer interlocutor es la Unión Europea. La escalada de amenazas entre Pedro Sánchez y Theresa May ha terminado, por el momento, con la mediación de la presidenta de Lituania, Dalia Grybauskaitė; cuando RT le preguntó cómo se había destrabado el atorón diplomático, ha contestado “como lo hacemos siempre: prometiendo prometer”. Tanta cándida sinceridad se debe de agradecer.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

Continue Reading
Advertisement Article ad code

Los influyentes

Twitter

Facebook

Advertisement Post/page sidebar widget area

Recientes