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Juegos sexuales y emboscadas de poder

Un director de cine controvertido y un escándalo sexual (o varios) con su dosis de morbo; pero, a rascarle sólo poquito, nos encontramos con dudas y sospechas (de complot) inquietantes.

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Por Fulvio Vaglio

Abel Ferrara es un cineasta norteamericano del que se puede decir “o lo amas o lo odias”. Yo, personalmente, confieso que no sé si me gusta mucho o poco. Le reconozco el mérito de escribir él mismo (solo o con colaboradores) sus guiones, de buscar temas actuales y controvertidos para sus películas, y de plantear personajes-antihéroes: algo como lo que hace Lars von Tiers en la Europa del norte.

Pero constantemente salgo de sus películas con emociones divididas: sé de lo que me habla, pero no de qué lado está y, sobre todo, de qué lado pretende que yo esté. Y además siempre me deja con el déjà-vu de si estoy viendo otra película o la misma con otro título.

Entre sus protagonistas: un director de cine (Juego peligroso de 1993, inicialmente llamada Snake Eyes) y un productor de talk-shows televisivos (Mary, o El evangelio prohibido de 2005), mafiosos y gánsteres (El funeral, 1996, y Rey de Nueva York, 1990), policías corruptos (Bad Lieutenant, traducido como Corrupción judicial, 1992) o vampiros (La adicción, 1995); todos con rasgos de antihéroes caminando a la orilla del despeñadero, cuyos proyectos se les escapan de las manos; y agreguémosles actores del método varados sin posibilidad de volver a la realidad: en Juego peligroso el actor (personificado por James Russo) no puede interpretar una escena de violación sin penetrar realmente a su actriz coprotagonista, Madonna; en Mary la actriz (Juliette Binoche) se queda atrapada en la María Magdalena de los tiempos de Cristo).

En 2014, Abel Ferrara dirigió Bienvenido a Nueva York, una película sobre el caso de Dominique Strauss-Kahn, el director del Fondo Monetario Internacional acusado de violar a una recamarera del hotel donde se hospedaba (el Sofitel de Nueva York), y detenido en circunstancias rocambolescas cuando ya estaba abordando el avión que lo llevaría de regreso a Europa. Las fechas de los acontecimientos reales: del 14 de mayo al de 2011 (día de la presunta violación) al 18 de mayo (cuando DSK dimitió de su cargo); el tema del episodio real y de la película: un personaje importante que se ampara tras su posición de poder y cae finalmente víctima de su propia hybris sexual; el manejo que se le da en la película es todo “Abel Ferrara”: Mr. Devereux (Gérard Depardieu) intenta denegar su problema hasta que éste se sale de control y lo pone en conflicto consigo mismo y con su esposa, atrapado sin salvación en su infierno personal; ya le había pasado a Eddie Israel (Harvey Keitel) en Juego peligroso.

A DSK no le gustó el manejo de su caso y amenazó con demandar por difamación a productores y director de la película; pero para entonces el escándalo ya le había costado a DSK su puesto al frente del Fondo Monetario Internacional: al público mexicano el episodio le rozó de rebote, cuando Agustín Carstens se encontró entre los dos candidatos finalistas para ocupar el puesto (no ganó él, ganó Christine Lagarde).

Pero, lo que son las cosas, al revisar los dimes y diretes de aquel 2011, se descubren aristas poco claras (y, por lo mismo, interesantes): hubo varios, en Europa y en Estados Unidos, que hablaron de un complot para desprestigiar a DSK; entre ellos el reportero-investigador Edward J. Epstein, que pocos, probablemente, recuerdan por su libro Inquiry (Encuesta) de 1966, libro que destapó la caja de Pandora de las incongruencias del Reporte Warren sobre el asesinato de John Kennedy.

Experto en complots, Epstein sí lo es, y también investigador recio e implacable; en el caso de DSK consiguió pruebas (por ejemplo, la llave de la suite en la que había sucedido la supuesta violación) y documentó la desaparición de otras pruebas (el Blueberry con el que Dominique había citado a su hija a comer, en la hora precisa en la que supuestamente estaba obligando a su víctima a hacerle una felación).

Epstein hizo con el caso DSK lo mismo que había hecho con JFK: no sacó conclusiones definitivas y se limitó a mostrar las incongruencias de los reportes policiacos y de la investigación que los había producido. Otros reporteros e investigadores hicieron lo mismo: algunos transparentando más claramente la hipótesis de un complot, otros mostrando más prudencia. Y el propio Dominique afirmó varias veces que había sido entrampado.

Pero, si hubo complot, ¿quién lo urdió? En Europa, y con más razón en Francia, los defensores de DSK plantearon que la iniciativa debió venir del Eliseo y del propio presidente Nicolas Sarkozy: no era secreto que Strauss-Kahn era el candidato más fuerte para representar al Partido Socialista en las elecciones presidenciales de 2012, en un momento en que la balanza de la opinión pública se estaba inclinando en contra del presidente en cargo.

DSK representaba la alternativa socialista modernizada, y moderada lo suficiente para cautivar las simpatías del entorno empresarial, que el mismo había bautizado Socialisme y démocratie: había estado en el mundo de la alta política francesa durante al menos tres décadas: Ministro de Industria, Comercio Exterior y Finanzas bajo Mitterrand, Ministro de Economía en el gobierno de Lionel Jospin; renunció en 1999 por escándalos de corrupción, pero se mantuvo cerca de la cúpula del poder.

Era todo menos que radical, aunque sí reformista sui generis: aprobó la privatización y desregulación de varias empresas, en contra del programa oficial del Partido Socialista. Se postuló a la candidatura para las presidenciales de 2007, pero el partido le prefirió a Ségoulène Royal quien, finalmente, perdió contra Sarkozy; conocido y respetado en el mundo de la alta finanza internacional, Sarkozy lo apoyó para el puesto de director del FMI a finales de 2007 (las malas lenguas dijeron que para alejarlo de la escena política parisina): claramente, DSK estaba haciendo amigos y aliados en espera de su momento.

Después de su arresto en Nueva York, obviamente la derecha francesa brincó jubilosamente sobre el nuevo escándalo, que proporcionaba la ocasión para eliminar a un peligroso rival: Sarkozy hizo comentarios indirectos sobre la “conocida incontinencia sexual” de DSK y hasta se vio a Marine Le Pen posar como defensora de los derechos de las mujeres: un pequeño desquite en contra de Anne Sinclair que, en sus años como anfitriona de un programa de análisis político para la televisión francesa, se había negado públicamente a entrevistar a Jean-Marie Le Pen, el padre de Marine.

El juego les salió a medias; Strauss-Kahn no se postuló; en su lugar se presentó (y ganó) otro socialista, François Hollande. Si los conservadores franceses apostaban a que Hollande, a la larga, se revelaría menos apto que DSK para maniobrar desde la presidencia una alternativa socialista modernizada, probablemente tenían razón y los resultados electorales de este año lo confirman.

¿Y fuera de Francia? ¿Quién podía tener interés en provocar su caída de la dirección general del FMI? En el momento álgido del escándalo (19 de mayo 2011), Global Research publicó un artículo de Mike Whitney que pasó relativamente inobservado. Hablaba de la campaña de DSK para reducir la dependencia de los mercados financieros internacionales del dólar, contraponiendo a la divisa norteamericana un nuevo instrumento de intercambio (SDR, Special Drawing Rights; en español DEG, Derechos Especiales de Giro), que incluiría, entre otras divisas, el yuan chino y estaría menos expuesto que el dólar a las fluctuaciones dependientes de factores políticos y económicos ligados al Tesoro norteamericano.

Desde el colapso internacional de 2008, Strauss-Kahn había abogado por una redistribución del poder económico-financiero, y para 2012 los SDR alcanzarían casi dieciocho veces el monto que habían tenido al comienzo de su gestión al frente del FMI (de 6 mil a 104 mil millones de dólares). Suficiente para volverlo impopular en la cúpula financiera manejada por Wall Street, y suficiente también para que Vladimir Putin se pronunciara, cautelosamente como es su hábito, en favor de la hipótesis del complot; Mike Whitney, el articulista de Global Research, cita los antecedentes de Sadam Hussein y Muammar Gadafi, que también habían intentado desvincular sus divisas del dólar y que terminaron como sabemos.

¿Cierto o falso? Dejémoslo en “plausible”. Así como es “plausible” que el complot en contra de DSK, si lo hubo, se haya fundamentado en secretos a voces concernientes sus hábitos sexuales. Un año después del escándalo de Nueva York, cuando DSK acababa de alcanzar un acuerdo con la supuesta víctima y se sentía más o menos a salvo, la policía de Lille lo arrestó otra vez por una mezcla de proxenetismo y desvío de fondos gubernamentales; el “operador” de la red era un tipejo belga conocido como Dodo la Saumure (Dodó el padrote); el escándalo involucraba fiestas-orgías en las suites del Carlton de Lille, que hacen palidecer el recuerdo de otra película, Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick. Y otras revelaciones, concernientes años anteriores, hablaban de un giro de call-girls europeas, enviadas a Nueva York a alegrar los fines de semana de funcionarios del FMI y sus distinguidos huéspedes al son de 2000 dólares para cada una de ellas, pago por evento.

Los abogados de la defensa de DSK, cono suele suceder, no tuvieron miedo al ridículo: en el caso de Lille, alegaron que el ex director del FMI no sabía que se trataba de prostitutas “porque las mujeres andaban desnudas” y, en esas circunstancias, ¿cómo diferenciar a una suripanta de una mujer normal? Pero lo peor es el intento de desestimar lo sucedido en el Sofitel de Nueva York: fueron hasta Guinea en busca de detalles sórdidos sobre la infancia y juventud de la presunta víctima, Nafissatou Diallo; no encontraron nada del género y tuvieron que limitarse a insinuar que les había mentido a las autoridades migratorias estadounidenses cuando había pedido la calidad de refugiada (que, por cierto, le fue concedida).

A falta de argumentos más sustanciales, recurrieron a lo usual en casos de presuntas violaciones: describieron a la guineana de 33 años, viuda y madre de un niño, como “poco atractiva”; no sé si recuerdan al entonces candidato Donald J. Trump responder de la misma manera, en octubre del año pasado, a las acusaciones de acoso y tocamientos indebidos: como si la violación fuera una cuestión de deseo físico y no un alarde de poder. Claro que la torpe defensa le salió por la culata (a DSK, no a Trump) cuando un chofer de taxi africano dijo que, a él, Nafissatou le parecía “buenona, con tetas y nalgas grandes”: cuestión de gustos.

En favor de DSK se pronunció más convincentemente, su tercera esposa Anne Sinclair, quien estuvo a su lado durante los escándalos anteriores (acusación de malversación de fondos cuando era Ministro de Industria; acusación de haber usado fondos del FMI para favorecer a su amante Piroska Nagy) y se mantuvo cerca de él en el escándalo del Sofitel (finalmente se divorció en 2013 después de las nuevas acusaciones en Lille); Sinclair declaró que Dominique “puede tener muchos defectos pero no es un hombre violento”, y sus amigos (el filósofo Bernard-Henri Lévy en primera fila) denunciaron el linchamiento moral al que DSK estaba siendo sometido sin proceso.

Mike Whitney, por su lado, identificó con claridad a los “linchadores” en Estados Unidos: Hannity y O’Reilly de Fox News, más el anfitrión ultra-conservador de talk-shows radiofónicos Rush Limbaugh; y concluía el artículo citado del Global Research con una apreciación parecida a la de Lévy aunque más prudente: “¿Quiere decir que no violó a la mujer en la habitación del hotel? Claro que no [quiere decir esto]. En efecto, bien podría ser culpable. Pero tiene derecho a un proceso justo, y alguien está haciendo de todo para que no lo tenga”.

La ultraderecha, obviamente, replicó atribuyendo las pronunciaciones en defensa de DSK a una conspiración judía. Los tintes antisemitas de la polémica alcanzaron al propio Abel Ferrara y Sinclair tachó la película de “sucia” y “antisemita” en el retrato que hacía de ella y del origen de la riqueza de su familia; las negaciones de Abel Ferrara a ese propósito no sirvieron de nada.

Los escándalos sexuales y monetarios cortaron las aspiraciones políticas y financieras de DSK: famoso en el pasado por su habilidad de caer siempre de pie, parece que de ésta no se ha salvado. Actualmente mantiene un perfil bajo, aunque se sabe que ha asesorado proyectos para los gobiernos de Serbia y de Sudan del Sur, y que viaja por el mundo dando conferencias en varias universidades: al fin y al cabo, si lo hace Vicente Fox, ¿por qué no debería hacerlo Dominique Strauss-Kahn, que por lo menos sabe de lo que habla?

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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