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CDMX

SCREWBALL / La seducción del líder

De nueva cuenta, el carisma de líder que maneja López Obrador con su fuente, es estrategia.

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Por Ernesto Osorio

@Brosorio, @Gaceta_C y @discursoydebate

Cuando Andrés Manuel López Obrador fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, me tocó cubrir como reportero del noticiario Monitor de Radio Red sus actividades diarias, principalmente sus conferencias mañaneras de las 6 de la mañana.

No existía precedente alguno de tal ejercicio. De hecho, “las mañaneras” no fueron concebidas como una conferencia, sino más bien como un reto al gobernante para comprobar que cumplía con su palabra.

Por instrucciones del señor José Gutiérrez Vivó, titular del noticiario, mi asignación era llegar desde el primer día de López Obrador a la sede del gobierno capitalino, para constatar que la promesa de “revisar el primer parte policial desde las seis de la mañana con su gabinete” se cumplía a cabalidad.

Como era de esperarse, fueron sumándose cada vez más reporteros a esta dinámica y algunos, incluso, salían desde el domicilio del Jefe de Gobierno para custodiar al Tsuru blanco hasta el Antiguo Palacio del Ayuntamiento.

A su llegada, todos rodeábamos el automóvil y el respondía algunas preguntas, que por lo general eran sobre los temas que los periódicos del día destacaban en sus primeras planas, todo en la banqueta.

Una mañana de esas, el entonces Jefe Delegacional panista en Miguel Hidalgo, Arne Aus den Ruthen Haag había convocado a vecinos de su demarcación para protestar por un recorte presupuestal a las Delegaciones, con un “cacerolazo” a la llegada del Jefe de Gobierno a sus oficinas.

Los jaloneos entre reporteros y vecinos que buscaban llegar hasta el automóvil de López Obrador se convirtieron en una batalla campal y para evitar mayores roses, el Jefe de Gobierno autorizó el ingreso de los reporteros al edificio para poder realizar la acostumbrada entrevista colectiva en el patio del edificio.

Días después, los asesores del Jefe de Gobierno se dieron cuenta que la entrevista surtía un gran efecto, pues lo había convertido en el personaje político en posicionar su punto de vista, mucho antes que otros, sobre los temas del acontecer nacional.

Así, el 31 de mayo del 2001 se implementó el salón Francisco Zarco en la parte baja del edificio, una sala de conferencias donde todos los días, antes de atender el parte policiaco, López Obrador respondía a las preguntas de los reporteros de manera abierta, sin empujones, sin gritos.

A partir de ahí, se estableció una relación muy estrecha entre el Jefe de Gobierno y los que cubríamos “su fuente”.

Desde el primer día, comenzó a clasificar a los periodistas. Habían los “de la vieja guardia” esa generación que a su entender se contaminó del “chayote” y aunque los trataba con respeto, pocas veces respondía sus preguntas. Estaban también los “pirruris”, los enviados de aquellos medios críticos a los que identificaba con la derecha y pocas veces respondía. Y habíamos a los que nos identificaba con el líder de opinión y nos atendía, según el “raiting” o impacto del medio en cuestión.

El encuentro cotidiano, el trato personalizado, el llamar a los reporteros por su nombre y no por el medio que representaban, fue haciendo más estrecha la comunicación y un día, el Jefe de Gobierno propuso un pacto. El solo hablaría en sus conferencias matutinas, y si en el transcurso del día, por sus actividades le tocaba enfrentar a otros reporteros que no fueran de “su fuente”, el no daría ninguna declaración.

Y cumplió. El Jefe de Gobierno nunca habló fuera de su conferencia matutina, y si alguien quería hablar con él tenía que madrugar y esperar a tener suerte para que le pudiera dar la palabra a la mañana siguiente.

Esta situación nos confrontó con reporteros de otras fuentes. Recuerdo que más de uno me reprochó el hecho de ser “comparsa” del Jefe de Gobierno, de protegerlo, de ser sumisos y leales a una autoridad, pues López Obrador se debía a “su fuente”.

Por más que demostramos ser críticos, de no parecer “tapaderas”, los colegas siempre nos vieron con recelo. El carisma que impuso López Obrador logró su efecto para confirmarlo como un líder político nato.

El pasado 22 de abril, el ahora Presidente electo sacudió estos recuerdos en mi memoria cuando dijo a quienes cubren ahora sus actividades que se “habían portado muy bien” con los reporteros de Presidencia.

El comentario fue tendencia en redes sociales, incomodó a periodistas destacados y hubo también quienes lo tomaron a gracejada.

Lo cierto, es que con esa declaración, el Presidente electo comienza a blindar su imagen para los próximos años. Se ve en su relación con los reporteros que ahora lo siguen.

De nueva cuenta, el carisma de líder que maneja López Obrador con su fuente, es estrategia. Recordemos a John Calvin Maxwell, estudioso del liderazgo político cuando advierte:

“Los líderes carismáticos añaden valor a las personas al compartir su sabiduría. Consideran que el poder de la inclusión es esencial y por ello invitan a otros a unirse a él en el proceso de compartir y aprender de las experiencias. Los líderes carismáticos no están solos en la cúspide”, y AMLO lo sabe, por eso comparte su triunfalismo con su fuente, para hacerlos suyos, y eso es poder, esa fascinación a la que difícilmente se resiste cualquier periodista.

*Es fundador y Director editorial CDMX de los portales digitales de información www.discursoydebate.com y www.gacetaciudadana.com. Cuenta con 25 años de trayectoria periodística trabajando la fuente política y social de la Ciudad de México. Es diplomado en artes culinarias y jugador amateur de soft-baseball. Su columna “Screwball” se publica en www.gacetaciudadana.com

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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