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INTERSECCIONES / Hong Kong: Quién juega y quién gana

Un conflicto local con jugadores más globalizados de lo que se piense.

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Fulvio Vaglio

El pasado 9 de junio, la primera gran manifestación en contra de la recién anunciada “ley de extradición” alcanzó la primera plana en los medios internacionales. La protesta había empezado con los 130,000 manifestantes del 28 de abril; la oleada de protesta creció de domingo en domingo y el 9 de junio los manifestantes fueron un millón, y el domingo sucesivo, dos millones.
No son cifras oficiales, pero vale la pena creerles más a los organizadores de la protesta y a los noticieros internacionales que a la agencia noticiosa de estado, Xinhua, según la cual en Hong Kong no estaba pasando nada. Entre el 9 y el 16 de junio, dos hechos relevantes: el miércoles 12 de junio una nueva manifestación, esta vez con enfrentamientos violentos entre policía y manifestantes; el sábado 15, en el intento de socavar el movimiento, Carrie Lam había suspendido temporalmente la ley que lo había originado.
Demasiado poco, demasiado tarde: las manifestaciones crecieron, si no en número de participantes, sí en violencia; de allí en adelante los manifestantes seguirían pidiendo la revocación definitiva de la ley de extradición, pero además tres cosas concretas y específicas, y una más general y abstracta: las tres primeras: la renuncia de Carrie Lam, la liberación de los detenidos del 12 de julio (más los que se agregaran) y la apertura de una investigación oficial sobre la brutalidad policiaca; la cuarta: libertad y autonomía de Hong Kong frente al gobierno de Beijing, garantizada mediante elecciones directas del Consejo Rector y del propio Jefe Ejecutivo.
La autoridad de Hong Kong siguió respondiendo con concesiones parciales y tardías: el 9 de julio Carrie Lam “dio por muerta” la controversial ley (pero no la revocó oficialmente): los manifestantes la consideraron como una medida para ganar tiempo, con la segunda intención de reactivarla después, cuando las aguas se hubieran calmado; el gobierno central de Beijing dejó de jugar al que no oye ni ve, y empezó a usar un lenguaje más amenazador (después del 12 de junio acusó a los manifestante de “terroristas”, amasó tropas en los puentes y playas colindantes con el territorio de Hong Kong y, en las últimas semanas, arrestó a varios dirigentes del movimiento).
La historia sucesiva del “movimiento” es conocida; finalmente, el 4 de septiembre pasado, Carrie Lam ha anunciado que retira oficialmente la ley de extradición. Esto ya no satisface el pliego petitorio actualizado del movimiento: más bien parece el resultado provisional de una larga y laboriosa negociación entre la autoridad local de Hong Kong y el gobierno central de Beijing: una partida de billar a varias bandas cuyo premio es el poder.
Como siempre, hay jugadores visibles y ocultos. Los visibles, a estas alturas, ya se han manifestado, aunque queda la incógnita de lo que he llamado hasta ahora “el movimiento”. No es acéfalo, pero tampoco está articulado como un partido con un organigrama preciso. Sabe utilizar las redes sociales para darse, en el mismo tiempo, presencia e invisibilidad. Joshua Wong lo ha dicho: si me desaparecen, esto no afecta ni el movimiento aquí en Hong Kong, ni su proyección internacional: lo que nos remite a los jugadores ocultos y a sus cartas: las redes sociales.
Una precisión obvia; para sentarse a la mesa de los jugadores ocultos, hay que tener fichas de dos tipos: las del poder y/o las del dinero. El gobierno central de Beijing y la autoridad local de Hong Kong tienen las del primer tipo; las del segundo tipo las tienen los dueños de las redes de comunicación. Hace diez años, Sina Weibo, con el apoyo del gobierno, se hizo del monopolio de los blogs chinos; la jugada le salió tan bien que hoy día, en China, nadie se acuerda de los otros “weibo” (microblogs) y todo piensan en Sina Weibo; como aquí Kleenex y pañuelos desechables, sólo que al revés.
Antes de la crisis de Hong Kong, Weibo era la aplicación móvil más usada en China. En el tercer trimestre de este año, está siendo suplantada por WeChat en el favor del público. Dos influentísimas plataformas, con dos enormes aparatos financieros y administrativos detrás de ellas. Para entender el tamaño de la competencia, estamos hablando de entre 700 y 800 millones de usuarios. Las dos son chinas; al comienzo de esta mano, el gobierno contaba con tener fácilmente de su lado a weibo: un análisis de BBC News reveló que, entre el 9 y 16 de junio, la información sobre las protestas en Hong Kong fue eficazmente cancelada a la media hora de ser publicada, y nunca se volvió viral.
Quizás WeChat no hizo mucho más, pero se presentó al gran mercado como una alternativa menos dispuesta a dejarse controlar por el gobierno y los consumidores chinos empiezan a premiarlo por eso. Es una de las partidas que se juegan hoy en el tablero de Hong Kong, y quizás los dueños de WeChat la estén ganando. El otro jugador oculto (¡faltaba más!) es la campaña electoral norteamericana. Viéndose presionado por la opinión pública globalizada sobre el asunto Hong Kong, el gobierno chino ha empezado a atacar a los políticos demócratas que habían criticado a Trump por no defender con suficiente fuerza el modelo democrático occidental (Hong Kong, obviamente) frente a la dictadura comunista. Todo esto en plena guerra arancelaria, Huawei incluido. ¿Amigos, enemigos y útiles idiotas, como en los mejores años de la guerra fría?
Lo dijeron ellos, los chinos, hace 26 siglos: es bueno vivir en tiempos interesantes, aunque nos echen a perder nuestros esquemas.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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