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Elecciones en Francia: ¿Ganó Europa?

Quedarse o no en la Unión Europea no ha sido la gran disyuntiva de estas elecciones en Francia.

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-“Euroescepticismo” es uno de esos términos inventados por los políticos radicales que quieren parecer moderados. Como suele suceder en estos casos, es un término ambiguo; puede sugerir una sana difidencia (del tipo: “yo sí creería en una Europa unida, pero tengo miedo de que resulte mal”) o una aversión total: (del tipo ”a mí, el solo pensar en la Unión Europea me da el soponcio, pero no puedo decirlo tan abiertamente: ustedes sí me entienden, ¿verdad?”): se convierte en una bandera deslavada, bajo la cual puede navegar topo tipo de barcos.

Se me antoja que el antónimo de “euroescéptico” sería “europosibilista”: un término tan ambiguo cono el primero, pero un poquito más desplazado hacia el otro extremo: como el vaso medio vacío o medio lleno, para entendernos. No lo he encontrado – todavía – en esa guía certera a la exactitud científica que es Wikipedia, pero sigo intentándolo. Y tengo la certeza de que, cuando lo encuentre, nos indicará cómo interpretar las elecciones en Francia de la últimas dos semanas.

Empecemos con lo más fácil: en contra de la Unión Europea, programáticamente comprometido a que Francia se salga de esa hidra de once estrellas y muchas más cabezas, sólo había un candidato, François Asselineau de la Unión Republicana; con más tiempo y espacio podríamos ahondar en quién es él y qué trayectoria tiene su partido; pero por el momento bastará decir que, en la primera ronda de estas elecciones, no llegó ni al uno por ciento de los votos: 0.92 por ciento, para ser más precisos: sólo el más antiguo y patéticamente extraparlamentario Lutte ouvrière de Nathalie Artaud, y el oportunista y provocador de siempre Solidarité et progrès de Jacques Cheminade, lograron tener menos votos aún.

Los otros candidatos habían adoptado posiciones “euroescépticas” moderadas o, inclusive, habían optado por no pronunciarse abiertamente sobre la papa caliente del europeísmo después del Brexit; entre estos estaba, por sorpresa de muchos y consuelo de varios, Marine Le Pen; lo que, en mi escala de euroafiliación, la calificaría de “europosibilista muda”, seguramente con la garganta cerrada por la primavera parisiense en que los cambios de temperatura y las corrientes de aire, como se sabe, son fatales.

Así que, quedarse o no en la Unión Europea no ha sido la gran disyuntiva de estas elecciones en Francia (como sí lo había sido, hace dos meses, en Holanda). Respirar aliviados porque el electorado francés ha salvado la bandera de once estrellas (como han pretendido hacer medios y partidos políticos de todo tipo y color), me parece una actitud exagerada y algo infantil. Lo que realmente importa son dos cosas: primero, qué tuvo que hacer el sistema político para llegar finalmente a contener la amenaza de Marine Le Pen: en este sentido, es revelador el que los sindicatos franceses no hayan querido comprometerse con la causa europea: al nivel de clase obrera: las declaraciones políticas de principio pueden pagarse directamente, en términos de afiliación o desafiliación de la base; y esto, en las condiciones actuales, ni las grandes centrales sindicales pueden permitírselo..

La segunda pregunta importante es quién ha ganado realmente las elecciones. Si tenemos en mente el mapa electoral de Francia (quitando de en medio las organizaciones regionales y locales, que también son importantes pero complicarían mucho, sin necesidad, el cuadro del análisis), vemos que la mayoría de los partidos que habían participado en la primera vuelta son organizaciones relativamente jóvenes, fundadas desde los noventas para acá: casi siempre más jóvenes que sus candidatos. De los dos partidos que quedaron para la segunda vuelta, el Frente Nacional de Marine Le Pen se ha “refundado” después de la fractura ideológico-familiar de 1998; En Marche!, que finalmente ganó la Presidencia, es mucho más joven (Emmanuel Macron se lo inventó en 2015).

El primero tiene un nombre ya clásico en la nomenclatura política europea, por lo menos desde los Frentes Populares de los años treinta cuando el viraje estalinista hacia el socialismo en un solo país; y perdió: el segundo tiene un nombre desconocido pero dinámico, con un poderoso call-to-action como le dicen mis amigos mercadólogos, y ganó: El primero está arraigado en la historia del establishment político europeo y ya no engaña a nadie con su maquillaje de suripanta envejecida (por lo menos en la final de la Copa Presidencial, que es cuando cuenta). El segundo se plantea como un reto a la clase política establecida y parece, por el momento, fresco y juvenil.

Si me apuran, Marine Le Pen era la Hillary Clinton francesa y terminó perdiendo la final por un margen aún más grande que ella; ¿será esto suficiente para decir que Macron era el Donald Trump francés? Ríanse si quieren, pero mis personales indicadores de tendencia dicen que sí. Lo cierto es que los electores, cuando les toca arbitrar libremente un encuentro directo y decisivo entre establishment y fuerzas externas (o que juegan con una camiseta nueva), le están diciendo “no” a las instituciones establecidas, desde el gobierno de Renzi en Italia al de Santos en Colombia (con una habanera blanca de uniforme y una versión horrenda de la novena de Beethoven por himno nacional): sin importarles demasiado el origen ideológico o la viabilidad específica de su propuestas; fracturando y machacando en sus mandíbulas, de paso, al Partido Demócrata de Obama y los Clinton, y a la socialdemocracia tradicional europea en todos sus avatares y con todo y su peso histórico.

Lo demás, como siempre, es chisme mediático: a Trump, el año pasado, lo rejuveneció el tener a su lado a una mujer 24 años más joven que él; a Macron este año, paradójicamente, le hace el mismo efecto el tener a una esposa 24 años más grande. Qué quieren, en algo Europa y América tenían que diferenciarse…

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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