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CDMX

Museos, presidentes y coaliciones

Las elecciones políticas de este 2017 parecían haber determinado el principio del fin para las socialdemocracias europeas; podría no ser así, aunque es demasiado temprano para decirlo.

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Por Fulvio Vaglio

En el agitado panorama político de la semana (proceso a los funcionarios del Govern catalán, escándalos sexuales rampantes en Washington y Hollywood) ha pasado casi desapercibido un hecho que, sin embargo, puede ser revelador. Ayer, 10 de noviembre, Macron ha vuelto a hablar en términos urgentes de la necesaria “refundación europea”. Lo ha hecho en una ceremonia en el Eliseo, previa al viaje a Alsacia para encontrarse con una autoridad alemana; pero no con Angela Merkel sino con el presidente Frank-Walter Steinmeier.

Desde el punto de vista del protocolo, el encuentro es perfectamente justificado: Steinmeier es presidente de la república, así como los es Macron. La ocasión del encuentro también tiene justificación histórica: hoy, 11 de noviembre, cae el primer centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, y Francia y Alemania lo han celebrado con la inauguración del primer museo histórico erigido en común, precisamente en el cerro de Hartmannswillerkopf, apodado “el viejo Armand” por los franceses, y “montaña de la muerte” y “devoradora de hombres” por los soldados de ambos bandos.

Pero la ausencia de Angela Merkel no deja de llamar la atención, por lo menos como ejemplo de un inesperado “bajo perfil” adoptado por la canciller. Steinmeier es socialdemócrata y ha llegado a la presidencia hace poco, al final del invierno de 2017, un par de meses antes que Macron; es posible que su elección haya sido el último acto de la Gran Coalición entre conservadores y socialdemócratas (en el sistema político alemán, el presidente es elegido por los representantes del Parlamento y no por sufragio popular directo); pero también es posible otra lectura.

El actual presidente alemán viene de la secretaría de Asuntos Exteriores, a la que fue nombrado en el marco de la reorganización de la cúpula de gobierno después de la derrota electoral de la SPD en 2005 y de la formación de la Gran Coalición. Antes de eso, había crecido en la sombra política de su protector Gerhard Schröder, desde que el primero ocupara el puesto de canciller estatal de Baja Sajonia.

En las negociaciones de 2005 entre la CDU/CSU y el SPD, Steinmeier remplazó a otro ministro de Asuntos Exteriores, también de izquierdas, pero con un perfil más incómodo: Joschka Fischer, ex militante de la izquierda radical de los años setenta, cofundador del Partido Verde junto con Daniel Cohn-Bendit, sin título universitario (no terminó la prepa) y autodidacta, encarcelado por actividades subversivas, taxista para perseguir la chuleta en los tiempos aciagos de la represión, casado cinco veces, sostenedor de la intervención militar en la guerra de Kosovo de 1999 “para evitar el genocidio de los kosovares”, pero crítico abierto de la guerra de EE.UU. en Irak; y, para colmo, acusado por la oposición de haber cerrado ambos ojos frente a la expedición de documentos de identidad falsos a miles de ucranianos para facilitar su inmigración a Alemania: un político atípico, bonachón y polémico en los años del SPD al poder, pero ya inadecuado para la oleada conservadora de los nuevos tiempos alemanes: así que exit Fischer, enter Steinmeier.

Como ministro de Asuntos Exteriores, este último sorprendió a propios y extraños matizando el radicalismo de su predecesor con los requerimientos de la nueva realpolitik alemana. En 2006 se declaró en contra de retirar las tropas de la OTAN en Afganistán “para no dejarle campo libre a los talibanes”, pero cambió idea tres años después, con vistas a las elecciones federales en Alemania, cuando recomendó un retiro gradual del contingente alemán; más recientemente, ha apoyado negociaciones entre israelíes y palestinos sobre el principio de estados igualmente soberanos; ha minimizado la “satanización” de Rusia en los medios occidental (que habían divulgado los asesinatos de estado en Rusia) para no comprometer su rol de mediador entre Putin y el gobierno ucraniano; en general se ha dado a conocer como un viajero infatigable para subrayar el papel de Alemania en la solución de conflictos en África y el Oriente Medio (fue promotor de los acuerdos para bloquear la nuclearización de Irán, mismos que ahora Trump quiere torpedear).

Sus adversarios políticos, dentro y fuera de Alemania, lo han acusado de utilizar varas distintas para medir la violación de derechos humanos, según el interés que el país en cuestión tuviera para el equilibrio económico y político general, y para Alemania en particular. Con todo y esto, Steinmeier no tiene fama de político oportunista: por lo menos, no más que cualquier otro político en situaciones complicadas; el toque de melodrama familiar con final feliz también lo ha ayudado a fortalecer su imagen de hombre con sólidos valores morales (casado una sola vez, en 2010 donó un riñón a su esposa); así que la elección a presidente de la república en febrero 2017 puede considerarse una recompensa por su prudencia.

En la ceremonia de ayer en el museo histórico franco-alemán, después de que Macron se había vuelto a instaurar en el papel de “refundador” de la Unión Europea, Steinmeier ha preferido proporcionar el marco ideológico y filosófico para el proceso de refundación, subrayando la diferencia entre “nación” y “nacionalismo”: el primer concepto, positivo y justificado histórica y culturalmente; el segundo, una deformación populista con graves consecuencias potenciales (y con el antecedente nazi, además).

Mientras esto sucede en Hermannswillerkopf, Angela Merkel sigue deshojando la margarita de la futura coalición de gobierno. Después de que el SPD se ha auto excluido, Merkel ha tenido que tomar el camino más lento: ha pospuesto el anuncio de la nueva coalición (fijado anteriormente para el 9 de noviembre, postergado ahora al 16); en las encuestas, las opiniones favorables a la coalición han bajado, en promedio, del 57 al 45 por ciento en mes y medio: en el caso de los socialcristianos bávaros la disminución ha sido más fuerte, del 73 al 51 por ciento; en el caso de los Verdes, del 76 al 55 por ciento: parece que el electorado alemán quiere resultados ya y está cansado de esperar el humo blanco tras negociaciones secretas e interminables.

Hay asuntos espinosos, sobre los que no se ve cómo los dos posibles aliados de Merkel puedan llegar a coincidir en el corto plazo: la reducción de impuestos (aunque no tan descaradamente en favor de los ricos como la de Trump) tiene encantados a los liberales del FPD, pero no convence a todos los Verdes, y amenaza con producir una ruptura dentro de estos últimos; al contrario, la política ambiental (abandono completo de la energía nuclear en 2020, potenciamiento del transporte comercial ferroviario, reducción de procedimientos industriales responsables del efecto invernadero e inversión en investigación sobre energías renovables) es una vieja bandera de los Verdes, pero encuentra la oposición, o la indiferencia, de los liberales y de parte de la propia CDU.

Por lo menos, todos aceptan la necesidad de una política de apoyo a la agricultura en las regiones del este alemán (desindustrializadas desde los tiempos de la RDA comunista): política tanto más urgente si se analizan por regiones los resultados de las últimas elecciones: mientras la ultraderechista AfD alcanzó el 13% al nivel nacional, en el este alemán rebasó el 22 por ciento (y hasta más si se hace la segmentación por género: uno de tres varones votó por AfD en la ex RDA).

Como consecuencia paradójica, el tema de la reglamentación a la inmigración está dejando de ser el punto principal de discordia entre CDU, FPD y Verdes, por lo menos en el sentido de que todos reconocen la necesidad de poner un límite: ya es una cuestión de pragmatismo, no de consignas ideológicas. Otro asunto “delicado” (el matrimonio homosexual) ya había sido zanjado a las carreras y casi silenciosamente a final de septiembre, para que no interfiriera con las negociaciones futuras: la propia Merkel retiró su añeja oposición y, paradójicamente, la ultraderecha no protestó, o no tanto: Alice Weidel, una de las dos cabezas de AfD, es lesbiana declarada con dos hijos adoptados.

Aun así, quedan escollos fuertes para el despegue de la “coalición Jamaica” (negro de CDU/CSU, amarillo del FPD y verde); el propio sistema de pensiones está atrapado en las tijeras entre propaganda populista barata (“denme mi pensión a mí en vez de regalarles seguro de desempleo a los inmigrantes”) y consideraciones demográficas más serias (si no hay fuerza de trabajo joven, ¿quién pagará las pensiones de una población en rápido envejecimiento?)

En este marco se da la reaparición (es un decir, porque nunca desapareció realmente) de Steinmeier con su abrazo a Macron y su discurso contra el resurgimiento de la ideología nacionalista. Desde las elecciones del 24 de septiembre, circularon rumores de que la retirada del SPD de la coalición podría ser una movida táctica para aumentar su poder de negociación con la CDU.

Los acontecimientos demostraron que no es así y que la SPD ha entendido muy bien que seguir como pártner minoritario en la coalición conservadora sería una ruta suicida: mejor dejar que los nuevos socios se desgasten aun antes de formar el gobierno: cosa que ya está sucediendo.

Pero hay otra opción: aunque la ley federal alemana no fija un término perentorio para formar el nuevo gobierno, sí dicta que, de no ser posible esa formación, tendrían que convocarse nuevas elecciones. Steinmeier es joven (56 años, siete menos que Merkel), relativamente popular (aunque, por el momento, menos que Markel) y puede darse el lujo de la paciencia: ¿sería forzado imaginar que, desde las trincheras franco alemanas en las faldas del Viejo Armand, esté esperando tiempos mejores para la SPD?

 

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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