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CDMX

Gracias, Andrés…

El presidente electo de México telefoneó a Rosario Robles…

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Hugo Morales Galván

Su asistente volteó hacia ella, que cavilaba con la mirada hurgando entre las calles con el avanzar de la pesada camioneta negra. Quieren que te ponga en la línea. Que Andrés Manuel quiere hablar contigo, le dijo. Ella, sorprendida, lo miró a los ojos como queriendo hallar algún atisbo de broma. Asistente de todas sus confianzas, todas, era incapaz de una broma de ese tipo, lo sabía. Aun así dudó un momento.

¿Andrés?, preguntó. Sí, de su oficina están en la línea. Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo. Ella, echada para adelante, soberbia, sintió como un ligero sudor recorría sus manos. Rascó el dedo pulgar con las uñas de los dedos medio y anular. Uñas extremadamente cuidadas. Volvió a dudar. De nueva cuenta, retó la mirada de su asistente. Le mantuvo la mirada. Era obvio que no estaba bromeando.

Como ráfagas cruzaron pensamientos. ¿Para qué? Al momento en que se lo preguntaba, interrogaba con el ceño fruncido a su asistente. No sé, dijo, sólo que es de su oficina, que si te puedo poner en la línea. Asintió. Sí, en un momento se la pongo, respondió él. Ella, estiró la mano. Tomó el teléfono. Percibió un ligero temblor en su mano. ¿Sí?, ¿quién habla?, preguntó. De otro lado se escuchó una voz de mujer, ¿Rosario?, recibió como respuesta. Sí, soy yo, ¿Rosario Robles? Sí. Le voy a comunicar al licenciado López Obrador, le dijeron.

¿Cuántos segundos esperó? Nunca lo supo. No tomó el tiempo. Fueron eternos. Silencio con sonido estruendoso de silencio. Su asistente le buscaba la mirada. Ella, con ese gesto duro suyo, trataba de calmarse mirando al frente. El conductor tan lejos y tan cerca de la conversación no alcanzaba a darse por enterado de lo que sucedía en el asiento trasero.

Del otro lado se escuchó la misma voz de mujer, Licenciado, la tengo en la línea. Sí, la comunico. Le comunico, avisó la mujer.

¿Qué tiempo tarda en conectarse una llamada? Una centésima de segundo seguramente. Para ella fue una vida.

¿Rosario?, dijo ese tono de voz típico del tabasqueño, hoy Presidente de la República. Sí, dijo entre trémula y aún sin saber qué seguía. ¿Cómo estás?, dijo él. Bien, bien, ya sabes, pasándola, respondió ella con una voz en la que la tranquilidad era incapaz de controlar cierto titubeo.

¿Viste lo que dije?, preguntó López Obrador. Sí, el viernes, casi de inmediato. Te agradezco, respondió y durante un momento dudó si esa era la respuesta que él esperaba. “Chín, pensó, ¡ya la regué!”. No hubo tiempo de pensar si fue lo correcto. Del otro lado de la línea, un ufano López Obrador, le espetó seguro, “no voy a permitir que te usen como chivo expiatorio. No señor, esa prensa fifí, tan acostumbrada a cochupos me quiere calar. Y quieren verte en la cárcel. ¡Claro que no, de ninguna manera! Cuando me preguntó Enrique, bueno, su gente cuando habló con la mía, le dije, por supuesto que no, Rosario ni nadie de tu gobierno tiene de qué preocuparse. ¡Imagínate, dijo sin parar, quieren ver sangre!, ¿no les basta con la que hemos tenido en estos años? ¿Ahora qué quieren, a quién quieren en la cárcel?, ¿de cuándo acá estos señoritos, señoritingos, me van decir lo que tengo que hacer?”.

Ella permanecía callada. Casi se repetía como letanía policial, tienes derecho a permanecer callada. Todo lo que digas podrá ser usado en tu contra. Y se mantuvo así, mientras del otro lado recibía el perdón de una voz encolerizada que acusaba a la “prensa” de todos los males del país.

“Ya estuvo bueno. Han vivido como reyecitos, con moches y publicidad a morir y si no les das, te avientan sus planas y sus plumitas dizque intelectuales y dizque independientes”.

Con los ojos sin cerrar, sin parpadear, congelada la mano en el celular pegado al oído, sin un movimiento muscular, murmulló, no sabes cuánto te agradezco, no tienen pruebas de nada, es una mentira, me quieren golpear porque soy leal a mis principios.

En su verdad no existía credibilidad a lo publicado por un grupo de periodistas cuya capacidad investigadora superó las capacidades instaladas de varias instituciones públicas para demostrar la ruta de varios cientos de millones de pesos que se perdieron en manos de particulares.

Gracias, Andrés, le dijo en el mismo tono coloquial y amistoso cuando fue Jefa de Gobierno sustituta y luego presidenta del partido.

“No te preocupes. Le dije que vea con tu equipo, qué hacer. Como dices, los periódicos sólo sirven para matar moscas. Que tengas buen día”, dijo y colgó. Gracias, Andrés repitió ella. Él ya no la escuchó.

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